miércoles, 2 de mayo de 2018

De cuerpos y espíritus

 


Señora de mis pobres homenajes.
                                                     Débote siempre amar aunque me ultrajes.
                                                                                                                         Góngora

Mi amiga María es un espectáculo. Por dentro. Es dulce, sensible, tierna, enérgica, con las ideas claras, inteligente, obstinada, sentimental y otros muchos valores.

Mi amiga María es un espectáculo. Por fuera. Si no resultase incorrecto diría que es bella a rabiar. Lo es, guapa, alta, de ojos azules, rubia, de piel morena, esbelta, imponente.

Mi admiración por su fuera y su dentro.

A veces desearía columpiarme una y otra vez entre sus brazos, caminar y parar, hablar, compartir, tomar un café o bañarme en él junto a ella, disfrutar de abrazos en solarios solitarios o en catacumbas, en camas o piscinas, en playas o bosques, en su casa o en la mía, María, que llena de alegría el jardín al que llegan los buscadores de aves del paraíso, pájaros y hombres que se abrazan y yo, iluso, pobre hombre pensando que me lee, como los muchos que entran y pasan a esta página y ven o no ven, que seguro que a veces abominan de estos textos cándidos de canciones tan de amores y furores, qué sería esta página sin el misterio de los mares del sur desde  este brumoso norte que es de donde también es María, ay, qué mujer, qué regalo de ser humano, que uno es mayor para esas emociones tan fuertes y tenían que verme con la baba cayendo sobre el teclado cuando pienso en ella, que me emociono y solo falta que me cante/baile por bulerías y "qué daría yo por empezar de nuevo", una jota, un tango, yo qué sé, que escucho la voz de María y se me alteran los pulsos y entiendo y me toca tanto,  qué pena que no haya un camino submarino para recorrerlo a pulmón libre de este a oeste, buscándola, peregrinando a su cama de algas o a su húmeda cuna, de rodillas y con cilicios haciendo ganas para perderme en su catedral de sal, si la hubiera,  en su ermita, qué sé yo, poniendo velas o compartiendo mesa y peces, amores y sed, lenguados y sardinas, que tiro los platos con espaguetis a manotazos y nos amamos como italianos frenéticos sobre los cuadros azules y blancos del mantel hasta que se nos quede el culo a colores, que nos comemos uno al otro en un festín interminable, ay que sí, que se me pasa la hora de comer, que me está entrando un apetito que no veas, flor, tiritritán, tan, tan ea, que mañana va la segunda. María.

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