María es ingenua
Mi amiga María es ingenua.
O
se lo hace.
Que
me cuenta el proceso de compra de un sujetador rosa. Cómo entra a una tienda y
le atiende una amable dependienta que le sugiere modelo y copa, que se quite la
ropa y se vea, que se vean, cómo le queda, le tira aquí, y se
acercaba, le sugiero este, pasemos al probador y uno no es de piedra y escucha
estas cosas y las que siguieron, la descripción de pechos y acosos, de
transparencias y sedas, de marcas del botón y la presilla en la piel, de ropa
interior y mujer contra mujer y la intuición de fondo es el encuentro con la
realidad, el encuentro con uno mismo, con los demás, es absurdo creer que la
realidad se aparece así, sin más, como una virgen sobre una zarza ardiente y
qué tendrá que ver esto con los pechos de María, pues todo, o nada, la realidad
es esa, la que imagino.
¿Ven?,
la palabra sirve, también, para decir lo incorrecto, para desfigurar la
coherencia, que todo iba bien, en la línea y se me ocurren cosas de
lo íntimo y María, si existiera, estaría sonrojada o maldiciéndome, llamándome
por teléfono, si lo supiera, la palabra, lo que pienso, lo que
siento, lo que miento, lo que imagino, el blog, el muro, tú, yo qué sé, total
no has llegado hasta aquí, bú.
Ya
está dicho/escrito. Lo subo y se puede leer. Aquí y en Pernambuco. No es una
obra de arte pero es. Lo de hoy. Las palabras dicen hasta donde permite la
palabra. ¿Sé decirlo mejor? Quizás, si supiera qué quiero decir. Pero quiero
estar hoy también aquí y digo. ¿Vale? Pues eso, expresión entre horas, entre que voy
y vengo. Escribir necesita calma. No la tengo. Sale así. Abstracto. Como que sí
o que no. Tractatus lógico-philosophicus 5.6, pues bien,
lee a Wittgenstein y terminemos.
Por
hoy.
Me sigo
buscando.
¿Qué?
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