Después de, más o menos.
Pues nada relájate que, sí, de tanto encogerte por frío y recuerdos malos te vas a absorber por el ombligo y te vas a dar vuelta, una madeja de mujer, un recuerdo de la chica que reía con la cara iluminada, de la señora estupenda hacia la que se volvían todas las miradas playeras, con burka o bikini, con sombrero o con el pelo al viento de no saber que estamos de paso, que la tensión se sube a la cabeza y lo mismo se te va el santo al cielo y esto es un infierno imposible de salir sin guía o báculo, sin mapa o miguitas dejadas por el último caminante del bosque en que se convierten los pensamientos negros, esos que te muerden algunas noches cuando dejas en la balanza que dos horas gozosas no compensan semanas de espera de no saber qué, o quién, si ya todo está dicho, escrito y ni te imaginabas que de una llamada iban a salir tantos problemas, ese agobio de un macho en celo, que no celoso, que te requiebra y quiere prender la hoguera mientras tú aplicas extintores de sentido común y calma, mordiéndote los hígados, él lo sabe, pero tú en tu puesto, digna como una abadesa de un monasterio burgalés, estoica como una santa Teresa del Niño Jesús, señora como la que más, estaríamos buenos si nos dejásemos llevar por nuestros más bajos instintos, quiá, prudencia y serenidad, cilicios y codos en el pecho del bailarín, distancia y alambres de espinos si hace falta, que no lo hará, pero por si acaso, el amor en un pedestal, la amistad en una urna, vosotros tonteando como chiquillos sin saber donde os lleva, él con su santa y tú, ahora, dentro de un rato, a misa de siete.
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