jueves, 3 de abril de 2008

Cuento desechado.



Cruzo un desierto y su secreta desolación sin nombre.

(Valente)


Esto no es un cuento porque no sé contarlos, ni siquiera acostumbro a escribir. Simplemente quiero compartir algo que me ocurrió, una historia sencilla y cierta porque no sé mentir. Además ¿de qué me serviría?

En aquel año las cosas no me iban del todo bien. Mi relación con Mikel no marchaba, ya no aguantaba su forma de ser, su pasividad. Cuando conocí a Paco me deslumbró, no sé si por el contraste o por mi necesidad. Me lo propuso y no dudé, me fui a vivir con él. Otra ciudad, otra región, otra cultura, pero no lo pensé dos veces.

Mis padres dejaron de hablarme, que me fuera tan lejos con un desconocido – ni siquiera se los presenté- no les gustó. Para colmo les dije que no me quería casar por la Iglesia. Lo único que les consolaba era que no estaba embarazada. -Paco no es como nosotros- decían. Y era cierto, pero eso lo supe después.

No estaba embarazada ni conseguí estarlo mientras viví con Paco, aunque lo intentamos con entusiasmo. Durante este tiempo me fue difícil integrarme en aquella ciudad tan distinta a la mía. Demasiada luz. Añoraba los cielos plomizos de mi tierra fría. Paco era un buen compañero, pero sus amigos eran superficiales y aburridos, siempre estaban hablando de su trabajo, de su situación laboral. Conseguí un empleo como profesora de inglés en una academia. Me llamaban “la del norte”. No teníamos problemas económicos, vivíamos al día, pero bien. Los agobios empezaron cuando los dos perdimos, casi a la vez, nuestros trabajos. El dinero escaseaba y las discusiones aumentaban. Nunca utilizó la violencia aunque si me insultaba, me amenazaba. No me quiero extender en este tema porque es sórdido y sólo a mí me importa. Durante este tiempo, mis padres no me llamaron ni me escribieron una sola vez; lo entendía de mi padre, pero no de mi madre. Tampoco es el motivo de este cuento.

Aunque seguía viviendo con Paco, la verdad es que me daba miedo su forma de mirar, y más desde aquella vez que me dio una bofetada después de una absurda discusión. Por eso tomé la costumbre de marcharme de casa por las mañanas y no volver hasta bien entrada la tarde. Durante este tiempo vagaba por los parques y allí pasaba los días, leyendo, hablando con las madres que vigilaban los juegos de sus hijos, observando a los mendigos, dando de comer a las palomas. A las noches cenaba sola y me hacía la dormida cuando él llegaba, llegué a tenerle miedo.

Llegó el segundo invierno. Estaba muy triste, la añoranza me vencía, no podía soportar más tiempo a Paco, mi vida se estaba perdiendo en un pasar estéril, sin porvenir. Él bebía, no era mentira lo que decían las vecinas de mi bloque, aunque no quería discutir con ellas. Estaba tan desorientada que no sabía qué hacer, a quién recurrir, me encontraba justo al borde de cometer una locura, ni siquiera sabía qué clase de locura. Entonces los vi, una pareja joven, estaban sentados en un banco del parque junto a la avenida. Su aspecto no era de vagabundos y algo en su apariencia les daba un toque especial. Estaban abrazados y en un primer momento no advertí que ella, que estaba en un avanzado estado de gestación, lloraba. Me acerque y les pregunté si necesitaban algo. Me miraron con sorpresa, quizás por mi acento. Hablamos, eran del otro lado del estrecho, no tenían casa y habían venido al albergue de esta ciudad. Se habían casado contra la voluntad de sus familias, no tenían dinero y no sabían cómo regresar a su país, ni siquiera tenían dónde regresar. Se querían, no tenían nada pero, a su manera, eran felices, se tenían ellos dos. Me recordaron algo, alguna historia que me contaron de niña.

Entonces tomé la decisión. Me volvía con los míos. No miré ni una sola vez hacia atrás. Le dejé una escueta nota a Paco – adiós-, sabía que se pondría muy agresivo. Dejé todo, no tenía mucho que llevar. Salí a la carretera y paré al primer camión que iba hacia el norte. Llegué después de doce horas de viaje. Era una tarde de finales de octubre, las calles estaban llenas de luces, de gente, de ruido. Encontré todo cambiado. Fui hacia mi casa. La verdad es que las piernas me temblaban. Al llegar al portal estuve a punto de darme la vuelta y marcharme. Me sobrepuse y subí las escaleras tratando de encontrar qué decir, cómo empezar. Ahí estaba, frente a la puerta. Toqué el timbre. Abrió mi padre. Me quedé en silencio. Mi padre gritó - ¡Julia! – llamando a mi madre. Y después me abrazó, llorando como nunca le había visto. Me besaba diciendo – mi hija, mi hija-. Mi madre también me abrazó, en silencio pero muy fuerte. Y así, abrazados, entramos los tres en casa, en mi casa. Como si nada hubiera pasado. Nada preguntaron, nada expliqué.

Luego el tiempo ha pasado, muy rápido. Conocí a Juan. Nos casamos. Tuvimos dos hijos y mi vida se llenó de sonrisas, de obligaciones familiares, de futuro. En estos diez últimos años nunca he hablado con nadie de aquel periodo. Ahora escribo este cuento aunque no acostumbro a escribir. Sé que es una historia simple, sencilla. No sé porqué lo hago. No había vuelto a recordar a Paco, ni una sola vez. Pero hoy me ha llamado por teléfono – no sé cómo lo ha averiguado- , su voz era turbia. Tengo miedo y quiero contar todo esto.

Porque es en el lugar de la pérdida en donde nacen las esperanzas.

(John Berger)


Kala Editorial

(Me han publicado un cuento aquí)

Rocío Dúrcal.

12 comments :

ybris dijo...

Un cabronazo el tal Paco.
Mucho mejor con Juan y en su tierra.
A pesar de los miedos.

Abrazos.

gaia07 dijo...

Si cuando tocas fondo no te dejas abatir, al levantar la cabeza empiezan a llegar soluciones.
“Escribir es la manera más profunda de leer la vida” Francisco Umbral
Un beso.

Carmen dijo...

Hubo un paco en mi vida, que no merece una mayúscula. Tardé en darme cuenta de que podía escapar a una vida sin miedos, a una vida de respeto y estima hacía mí misma.
Si bien el detonante que hizo caer la venda de mis ojos, fué brutal, sé que no hubiera habido otro modo para escapar a todo aquello.
Hoy me siento libre, me valoro, y saboreo la vida cada día. Tomé conciencia de mi fortuna. Conciencia de mis tesoros.
Y quien sabe, si encuentre, de casualidad a un Juan, que merezca mayúsculas.
Besos, amigo mío.

Єѕтnoм dijo...

¿No crees posible que si no hubieran tenido problemas económicos aún estarían juntos y felices? Lo que sí no paso es por la violencia, claro.

Lili dijo...

La del norte tiene la voz tan parecida a alguna de mis mujeres, que me pregunto si no se habrá escapado de uno mis cuentos para probar nuevas vidas en tus manos. Me gustó escucharla. Y me sorprendió esa voz saliendo de una pluma masculina. Muy real, en serio.

Pedro M. Martínez dijo...

Claro, ybris.
Mucho mejor con Juan ¿dónde vas a parar?
Y es que hay muchos Pacos.
Demasiados.
Y algunas ingenuas como las de mi cuento (desechado)

Abrazos.

Pedro M. Martínez dijo...

Querida gaia07, Umbral escribía cosas muy interesantes.
Y sobre lo que dices, tienes toda la razón.
Besos.

Pedro M. Martínez dijo...

Desde el principio, desde que te conocí dulce Carmen, he pretendido leerte, separando lo literario de lo real.
Y ¿sabes? veo a un ser humano que ha tenido momentos malos pero que está lleno de esperanza, de seguridad, de alegría.
¿se puede querer de comentario a comentario?
Ay.
Un beso emocionado.

Pedro M. Martínez dijo...

¡hija mía! ¡ondina!, pues claro, el dinero, la pasta, el mony-mony, la guita, el parné, los duros, los caudales ¿qué te creías? Contigo pan y cebolla es algo antiguo.
Además que el tal Paco era un cabronazo (le conocí, le conozco)
Besos.

Pedro M. Martínez dijo...

Vamos a ver Lili, ¿qué te sorprende?.
¿Tú crees que hay algo nuevo?
¿Crees que una “pluma masculina” no pueden captar esas voces? (en este caso, en todos, mi pluma es masculina, pero sin pluma).

Para mí este es un cuento desechado (así lo he titulado) porque opino que está mal escrito aunque la historia es absolutamente real.
Ocurre que conozco a muchas personas (a algunas) que se pueden sentir identificadas y no me gustaría molestarlas.
Ocurre que en el norte, en el sur, en todos los puntos cardinales hay muchas personas que sufren malos tratos. Y no me refiero solo a los físicos.
Pero este es un tema tan serio que merece argumentos más sólidos, más desarrollados, más comprometidos.
Esto es un tímido intento, ahí se queda.

Me agrada que te hay gustado (y no tienes la exclusiva, niña)
Oye, ¿Dónde puedo leerte?
Saludos.

Lili dijo...

Pues... Bien o mal escrito, e independientemente del tema elegido, es la primera vez que te disfrazas de mujer para escribir y yo escucho una voz de mujer. Otras veces me ha costado mucho imaginarte en femenino. Eso quería decir. A mí no puede leérseme (de eso sí tengo la exclusiva :). Besos.

Pedro M. Martínez dijo...

Ah, vale, Lili, entendido.
Es un grandísimo elogio que te agradezco profundamente.
¿Ves? Entre el que escribe y el que lee hay un gran y desconocido espacio.
Tú escuchas una voz de mujer justo en un cuento del que no estoy nada orgulloso (de hecho me ha costado subirlo aquí, no me parece bueno)
Sin embargo de otros cuentos en los que escribo con personaje femenino (lo intento, ya ves, un inconsciente) y de los que me siento muy orgulloso (no tengo ni idea, lo sé) tú no me imaginas (y no me extraña).
Bueno, pues eso.
Lástima no poder leerte.
Te beso con gratitud (y sin ella ¿eh?, que no pongo precio a los besos9.
Gracias, reina.

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