Carlota Corday.
Tiempos de cambio en Francia, Marat vive sumergido en una bañera con agua sulfurosa para calmar la enfermedad de piel que le roe y atormenta. En su mente se enmadejan los siete idiomas que domina, un saber enciclopédico, sus amplios conocimientos científicos. Ahora está enfrascado en teorías revolucionarias y escribe incesantes mensajes para la Convención.
Desde Caen ha llegado Carlota Corday tan culta, tan digna, tan moderada. Con engaños y su gracioso porte se acerca con un puñal escondido entre las ropas al desprevenido Marat en la bañera. Con gran determinación y fuerza le golpea con el puñal en el pecho traspasándole el pulmón, la aorta y el corazón.
Marat muere y poco después Carlota Corday es guillotinada en la plaza pública.
El Marque de Sade, internado en el hospicio de Charenton, enmarca este suceso y lo representa para la sociedad parisina ayudado por sus compañeros internos: locos, enfermos, e individuos socialmente no permisibles.
En 1964, Peter Weiss recoge esta historia y la adapta al teatro en su "Persecución y asesinato de Jean Paul Marat”.
Después Peter Brook adapta la obra al cine como “Marat-Sade”.
Marat muere y poco después Carlota Corday es guillotinada en la plaza pública.
El Marque de Sade, internado en el hospicio de Charenton, enmarca este suceso y lo representa para la sociedad parisina ayudado por sus compañeros internos: locos, enfermos, e individuos socialmente no permisibles.
En 1964, Peter Weiss recoge esta historia y la adapta al teatro en su "Persecución y asesinato de Jean Paul Marat”.
Después Peter Brook adapta la obra al cine como “Marat-Sade”.
Elisa a mi lado, sentados en la fila veinte de un cine de arte y ensayo, leyendo los subtítulos, mirando la película con ojos muy diferentes. A ella no le gusta, se aburre, me lo reprocha, frunce los labios, se distrae, quiere irse. Yo me sumerjo en esa historia que desconocía, en la interpretación de una joven Glenda Jackson, en el uso de los planos cortos, en la tensión dramática, en la novedosa puesta en escena.
Salimos, ella enfadada, yo tan impresionado por esta película que no tengo tiempo de pensar dónde ir para aliviar mi intención de acariciar sus caderas de olas, besar sus gruesos labios, perderme entre sus largas piernas.
Elisa me invita a su apartamento, su compañera ha salido y no regresará hasta la madrugada. Nos sentamos sobre la cama y hablamos. Elisa quiere escuchar a un guapo cantante de moda, me opongo, horrorizado. Cuando rozo sus pechos breves ella me habla de matrimonio. Elisa quiere merendar, yo beber café. Cuando quiero soltar el cierre de su falda ella me retiene las manos y me pide que le hable de amor. Me chupa, bromista, una oreja mientras le abrazo. De pronto se levanta, se atusa la melena y dice que quiere salir a pasear; le digo que hace frío fuera y acaricio su espalda. Calor y frío, izquierda y derecha. Ella sube y yo bajo, ella va al norte y yo estoy en el sur. No puedo hacer otra cosa qué cortarme el cuello emocional con esa guillotina figurada antes de marcharme a la noche negra de los remordimientos, otra vez.
Fundido en sepia, the end, la gente aplaude, pero para mí es la número veinte y me llevo cinco.
Salimos, ella enfadada, yo tan impresionado por esta película que no tengo tiempo de pensar dónde ir para aliviar mi intención de acariciar sus caderas de olas, besar sus gruesos labios, perderme entre sus largas piernas.
Elisa me invita a su apartamento, su compañera ha salido y no regresará hasta la madrugada. Nos sentamos sobre la cama y hablamos. Elisa quiere escuchar a un guapo cantante de moda, me opongo, horrorizado. Cuando rozo sus pechos breves ella me habla de matrimonio. Elisa quiere merendar, yo beber café. Cuando quiero soltar el cierre de su falda ella me retiene las manos y me pide que le hable de amor. Me chupa, bromista, una oreja mientras le abrazo. De pronto se levanta, se atusa la melena y dice que quiere salir a pasear; le digo que hace frío fuera y acaricio su espalda. Calor y frío, izquierda y derecha. Ella sube y yo bajo, ella va al norte y yo estoy en el sur. No puedo hacer otra cosa qué cortarme el cuello emocional con esa guillotina figurada antes de marcharme a la noche negra de los remordimientos, otra vez.
Fundido en sepia, the end, la gente aplaude, pero para mí es la número veinte y me llevo cinco.
No sé si fue exactamente así pero me duele todavía. Esta lluviosa mañana de febrero me ha entrado por la garganta un deseo intenso de recordarla. Pero no puedo quedarme en la añoranza, tengo que mantener el tipo de ciudadano en la colmena. Manuel el del bar mientras me pone el café de la mañana, viéndome tan serio, se atreve – Qué ¿otra vez le entro la angustia? mire que ya no está usted para males de amor -. Y yo, sí, claro, y continuar recordándola sin apuro, cada vez menos recordada, cada vez mas difusa. Después salir a los juzgados, donde toque hoy, buscar las emociones por las esquinas y ganarme la vida hasta que otra mirada me redima, me lleve a seguir una ilusión o una quimera, pero siempre una mujer que, como mínimo, conozca a Carlota Corday y su cabeza en las manos del verdugo. O la mía.
18 comments :
Pedro, no estás solo, todos en algún momento hemos sido Carlota Corday. La gracia para sobrellevar la culpa está en recordar la virtud. Porque además de asesinos también hemos sido héroes, maestros, padres, hermanos y amigos. Tú especialmente, tienes muchas más virtudes que defectos. Me gustó mucho tu escrito, me sirvió de reflexión. Besos.
Soltar lastres...
procurar el vacío porque... sólo él permite ser realmente llenado de nuevo.
:)
Saludos!
Que duela todavía significa que se vivió y aún se vive.
Que es mucho más de lo que muchos pueden decir de sus existencias...
Hermoso texto.
señor, siempre regresamos, regresamos al espanto de las palabras desjarretadas, regreso al rincón donde deja que se sequen los gritos como conejos sin piel colgados de un cable eléctrico...
gracias por su visita, yo siempre seré un extraño en su hogar, pero siempre, siempre aparezco cuando no se me solicita con una botella de vino debajo del brazo.
Recordar con pena la ausencia del otro sexo… buscar otr@ que te redima… la ausencia de un cuerpo… la búsqueda de una quimera: la de la mente que te siga, se complazca y se impresione junto a la tuya, compartiendo tus mismos deseos…
Ese, es el anhelo nuestro de cada día…
Pedro le dice a Ceshire, sí, lo sé, no estoy solo, escribo solo, que no es lo mismo. Jamás he sido Carlota Corday, nunca he matado a nadie (simbólicamente, claro. Ah, ni matar, matar, lo que se dice matar). Alguna culpa me queda, creo, estas historias deben salir de un pozo oscuro aún sin limpiar. Pero, cielo, algo queda de estos escritos apresurados. Besos.
Sabia almena, dime ¿cómo se hace eso? ¿cómo puede producirse ese milagro?. Soltar lastres, ay, miedo me da, ¿y si subo muy alto?
Tranquila, llevo los pesos precisos para no echarme a volar. Saludos. Y gracias.!
Gracias, Teresa, la de la ventana , no duele (ahora, tiempo me ha costado), pero no por las Carlotas Corday, no, por el pobre verdugo que no daba abasto.
Se vive mejor, más fresco, sin la capucha.
Gracias de nuevo.
Andreas Kartak, tal parece que vives en un mundo dónde las palabras construyen otro mundo. No me creo esa estética de putas y conejos al sol. Pero, tío, escribes tan bien, tan lejos de lo real, o, mejor, construyes tan bien lo real que el que te lee pasa la puerta y ya está ahí, donde no estás. O sí. Venga, pasa la botella, voy a por otra a casa. Abrazos (cómo pinchas, aféitate)
gaia07...” tenía que haberle contestado que llevar en la memoria no es recordar. Que lo que se localiza, después de registrar los trasteros de la mente, no se recuerda. El recuerdo no necesita esfuerzo.” (Pag 113. Vino.-. Luisa Etxenique)
Eso, el anhelo nuestro de cada día dánosle hoy.
Amen.
Pero la mano, certera siempre, conducirá a la Elisa-Carlota...ella, hacia el camino cordial de la aorta que termina por cortar la respiración. Manuel tiene razón.
un abrazo¡ (qué bien escribes c...)
Creo que la memoria nos ayuda a vivir, va borrando los momentos amargos y nos deja con el recuerdo de los dulces. ¿Recordaste con amargura? Tal vez no fue amargura sino el recuerdo dulce de los juegos de entonces y lo que nos deja el poso amargo es pensar que ahora ya no existen esos momentos. Pero todo esto es quizás, no me hagas mucho caso :).(Me gusta el nuevo cuaderno)
Fascinante historia que no he visto ni en teatro ni en cine, aunque ya me está picando ver sobre ella en la versión de Animalario.
Claro que también me temo la disparidad de emociones que llevan a la distancia inevitable.
Pero así es la vida muchas veces.
Menos mal que siempre quedan otras esquinas de confluencia.
Un abrazo.
De cenizas dijo Manuel tiene razón. Y digo yo, qué dice este. Me leo y sí, Manuel es el camarero (en realidad el dueño del bar). Es que, claro, entre inventarme Carlotas y vivir la realidad uno se hace un lío. Aún así no se me olvida el aprecio que te tengo. Gracias.
lafunambula@gmail.com la memoria es traicionera. Está ahí, constante. Recuerda, recuerda, recuerda. Y siguen los que estaban. No se van.
Sobre todo si hay un sentimiento de culpa. Ahí siguen.
O si hay soledad. Entonces, más.
Por eso lo escribo.
Gracias por tu apreciación de la nueva página.
ybris me gusta: siempre quedan otras esquinas de confluencia.
Sí señor, quedan. Hacia ellas vamos a menudo. Cuando no podemos imaginar mañana, imaginamos ayer.
No te pierdas esa obra, la represente quién la represente.
Un abrazo.
Me encantó tu descrpción, me quedo con la imagen de la bañera, el bálsamo de la piel. La lacura, estar en otro lugar... Esa soledad que provoca dicho estado. Fuera-dentro, frio-calor. La cabeza que rueda. Nuestra cabeza se va también, se siente sola. Quizá sea la misma soledad de no pertenecer.
Agradezco tu tijera que corta sombras en las3musas.
Un saludo.
Musa Rella, gracias, te la presto –mi bañera- y yo pongo las sales, la espuma y la mano que mece la cuna. Estar en otro lugar no es estar loco, se llama viajar (o eso dice el diccionario). Cuando la cabeza rueda es peligroso estar cerca, te pones perdido de sangre. Como la soledad – y ya me pongo serio- la soledad, ah, ese es el mal del siglo.
Pero gracias a esta ventana, tú me prestas tus palabras –gracias- y yo te dejo las tijeras. Saludos. O tres.
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