lunes, 12 de febrero de 2007

Un día escribiré esto.

Hambre

El kayac sueña con un mar abierto, sin hielos.
El cuchillo sueña rojo. En las frías estrías de rifle
del hambre no se abre ala alguna.
El arpón apunta a mi escuálida mujer
y ve una foca detrás de su arrugada piel.

Halfdan Rasmussen (1915-2002)-


Isabel, amanece poco a poco, que es bastante; te pienso mientras el todo terreno de J atraviesa el límite de la noche y nos trae de Santander.

Negra la mañana, sí, negra y peligrosa la autopista, con jirones de niebla. Miro y tú no estás a mi lado, pero detrás están V y ¿¡? (no sé cómo se llama) con los que he compartido el dichoso (y largo) curso de gestión documental. Hemos madrugado para llegar a Bilbao, al aeropuerto.

Conversamos de esto y aquello, discrepo de algunos planteamientos, para no llegar a una discusión intento dar un giro amable a la charla (aunque me fastidia renunciar a mis principios de trabajador, resabios de conciencia de clase, de mis ancestros, de otras luchas, puño en alto, barricadas, huelgas, carreras, coches cruzados, fuego, despidos masivos).

Cambio el tema y hablamos de los vascos (ellos son valencianos), de la vida aquí, de gastronomía, de trivialidades y me entra un sopor producto del movimiento del coche, de lo que he madrugado, de que prefiero pensar en ti y abro los ojos y estás a mi lado y Janis Joplin nos está chillando Try, jus a little bit harder y cambio a música italiana, acaricias mi nuca, te cuento que en el curso solo había una chica, Julia, que estaba a mi lado y era dulce y lista, pero que la miraba y solo veía tu cara, y que bien que hayas venido, acompañándome y dejas tu mano en mi entrepierna y me inquieto, me excito, acaricio tu mejilla, reímos, cambias el CD y Handel nos invade con su majestuosidad, tú comienzas a llorar dulcemente, sin ruido, se deslizan lágrimas por tu cara, caen a tu pecho, las busco, quiero beberlas, quiero sorber tu llanto y nos miramos, doy un giro de volante y salgo de la autopista, conduzco a toda velocidad por una sinuosa carretera vecinal ¿dónde vamos? –dices-, al cielo –contesto, y ahí, al fondo, brilla el cartel de neón, Hotel, el recepcionista nos mira, no, no tenemos equipaje, nos da la llave, primer piso, subimos, riendo, dejamos las gabardinas sobre una silla y nos abrazamos, tu saltas y me abrazas pasando las piernas por mi cintura, así, acrobáticos, nos besamos y besamos, riendo, no puedo contigo y caemos sobre la cama y cuatro manos se vuelven locas y se afanan en soltar botones, aflojar nudos de corbata, bajar cremalleras, quitar botas, zapatos, apaga la luz –digo, me miras, sueltas una carcajada y sigues tu tarea de quitarme la camisa mientras te bajo la falda y chocan nuestras cabezas, me muerdes, ay- grito- te hago cosquillas, te suelto el cierre del sujetador y lamo tus pezones oscuros, con delicadeza extrema, tan lento que mi lengua quedaría la última en cualquier carrera, estamos tumbados sobre la cama y aún nos queda alguna prenda encima, nos miramos y decimos a la vez, uno, dos y tres, estamos desnudos y nos miramos, nos arrodillamos sobre las sábanas y sin dejar de mirarnos a los ojos nos acariciamos justo con el último milímetro de los dedos, casi parece el roce de un suspiro, hace calor, o lo tenemos, paso la palma de mi mano por tus glúteos, busco el interior de tus muslos, te encoges levemente, se nos nubla la vista, espera –digo –salto de la cama y apago la luz, ¿dónde estás? –susurras- y me acerco, te busco , mis labios se pierden en tu húmeda intimidad, en tus labios que se mueven y mi lengua, de pronto, quedaría la primera en cualquier carrera y se mojan las sábanas de mi saliva, de ti, de nuestros sudores y me dices –ven- y obedezco y los dos estamos gimiendo como almas en el purgatorio e insistes, ven, ven y ya no puedo sino entrar en ti y perder el sentido, movernos como dos amantes que se conocen de siempre y darnos, ser uno, gozarnos, bañarnos de palabras dulces, gritas y digo –nos van a oír- y tú dices, -calla, tonto, no nos conoce nadie, sigue- y sigo y sigues, y estás sobre mi y aprisiono tu cuerpo entre mis brazos con dulzura y te sujeto las caderas, tus pechos, mi sexo en el tuyo, sobre ti, ven, colócate así, no te muevas, muévete, ay, espera, sigue, más rápido, más rápido y el coche ha patinado en una curva, despierto, los árboles pasan raudos por las ventanillas, ruidos en la carrocería, damos vuelta de campana, nos golpeamos contra el techo, las paredes, gritos, sonidos extraños, metálicos, luego silencio y al tiempo, mucho tiempo, demasiado tiempo, una cara asustada se asoma y solo puedo decirle ¿Isabel?, pero me duele, me duele tanto. No sé dónde están J, ni V, ni el otro, ese del que no sé el nombre. Todo está oscuro y tengo miedo. Ha comenzado a llover. Cortázar y yo ya lo hemos vivido antes. Duele.


Eh, ya hemos llegado. Cómo duermes, has roncado. ¿Quién es Isabel? Repetías su nombre. A las once tenemos reunión.



Esto lo escribiré en enero del 2009.


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