Dificultad del Profeta, diez minutos antes de la cita que me oprime el pecho.
En
realidad no es una dificultad, es más bien una cuestión de concepto, estar en
el borde de lo blanco hace que me sienta a veces como un agente doble,
escondido en la sombra de escribir con la mano izquierda sin ser zurdo y la luz
de vivir sentado en un elefante mecánico que chirría cuando camina sobre los
hombros de hombres apiñados en el jardín eludiendo el cortacésped de la
ignorancia, no saber qué facción enemiga es la que bombardea los martes, es
decir hoy, por eso apaguen la luz de la cocina, no fumen en las ventanas,
preserven para sí las confidencias opacas, la autonomía de las hogueras, el cuchicheo
de los artistas hospedados en el cuarto del fondo,
autónomos, saltimbanquis y coreógrafos, echadoras de cartas y carteristas,
excursionistas del pasillo y ese
maldito aparato para la respiración de Margaret que burbujea y zumba mientras
se expanden sus pulmones apagados, cavernosos, carnaza para los estraperlistas
del antibiótico, la uña que raya el cristal al resbalarse de la bayeta, los
gendarmes fisgando por las ventanas antes del desembarco, las agujas del reloj
de la abadía, buscar palabras que digan o no digan para rellenar
el paso de cebra y la estación iluminada por el crepúsculo, esto de ahora para
mañana, es decir hoy que lees sin entender qué diablos es este aroma que trae
el viento del oeste, con olores de cocina, polvo de rezos, caridad del
visionario, una lengua de fuego sobre nuestras cabezas mientras entendemos el
irlandés y el gaélico y el hígado de Dylan Thomas explotando en un hospital de Manhattan,
allá donde quiero ir, controlando el discurso y el paso a nivel, palabras
cuidadosamente desechadas para que digan esto, nada, lo que usted quiera, a sus
pies, a los de su señora, o señor, un tiempo absoluto, mariposas sobre las
tumbas de individuos que mueren en las calles y nadie sabe cómo ha sido, un
fluido verdoso saliendo de los intersticios de ladrillos desencajados, el
profeta en su hornacina, diez minutos antes
de la cita que me oprime el pecho, estaciones
de metro, me bajo en Greenwich Village, sonrojado, las negras rocas de
Central Park, mi lengua sin levadura resbalando en la arena blanca, ay, casi no
llego a la reunión de hoy, esto es lo que quería decir, no sé si queda claro.
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