Risas bajo el hielo de los relojes
Se reían, no sé de qué pero se reían, como sanguijuelas nadando en un estanque se ocultaban bajo las briznas de hierba, bajo el hielo de los relojes que flotaban en la superficie del agua.
Reían mientras los niños tiraban piedras a las ranas, las madres criticaban a las mujeres con pestañas rojas y adornos en el pelo, los padres, en camiseta de tirantes, buscaban madera para el fuego de san Juan donde después quemarían sus dolores de todo el año, costumbres que no verán los nietos de sus nietos.
El amor se había difuminado como la estela de una estrella de agosto, las palabras se apilaban junto a los peces que boqueaban en el embarcadero, lenta agonía fuera del agua, dramática forma de morir bajo un sol maduro.
Risas de los pescadores, sobre la arena el cadáver de un idilio, corazones que intentan apaciguarse después del estremecimiento del final, asesinos impasibles mirando hacia otro lado, adolescentes saltando de charco en charco de la sangre detenida, no hay pensiones en los rascacielos de Manhattan, ni hoteles baratos, ni la espalda de ella soportaba hacer el amor en los montacargas, en las azoteas de la Piazza Navona, sobre los felpudos en los rellanos del quinto piso, el amor se fue secando como un geranio entre las junturas de la pared encalada por donde corren las salamanquesas de fugaces movimientos, se reían, no sé de qué pero se reían.
El amor se había difuminado como la estela de una estrella de agosto, las palabras se apilaban junto a los peces que boqueaban en el embarcadero, lenta agonía fuera del agua, dramática forma de morir bajo un sol maduro.
Risas de los pescadores, sobre la arena el cadáver de un idilio, corazones que intentan apaciguarse después del estremecimiento del final, asesinos impasibles mirando hacia otro lado, adolescentes saltando de charco en charco de la sangre detenida, no hay pensiones en los rascacielos de Manhattan, ni hoteles baratos, ni la espalda de ella soportaba hacer el amor en los montacargas, en las azoteas de la Piazza Navona, sobre los felpudos en los rellanos del quinto piso, el amor se fue secando como un geranio entre las junturas de la pared encalada por donde corren las salamanquesas de fugaces movimientos, se reían, no sé de qué pero se reían.
4 comments :
Puede que nadie lo sepa. Ríen, reímos y punto. Porque sí, porque hay que seguir como las mareas en Ogoño. Reir por no llorar, a veces.
Reír, con o sin motivo. Eso es fabuloso. Lo preocupante sería llorar y no saber el por qué.
¡Feliz primaverita Pedro!!!
La risa siempre viste belleza aunque sea triste. Como resorte que levanta un velo coloreando y desdibujando o lo alza mostrando que siguen floreciendo geranios.
Un beso
El regalo que todos podemos dar: una sonrisa.
Y si viene acompañada de algún sonido gutural, doble regalo.
Te la regalo, ésta y otra más, por todo lo que tú regalas diariamente.
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