Hay un cómodo sillón en nuestra casa. Un rincón, el más acogedor, desde donde nos asomamos a nuestra ventana y podemos contemplar uno o varios árboles, depende, o, quizás con un poco de suerte un trozo de cielo. Desde ahí, hacemos causa común con toda esa gente que ya están sufriendo en sus carnes la degradación de la justicia. Justicia, que a medida que se va emponzoñando, se decanta cada vez más del lado de los que tienen menos conciencia social. Después de un rato de meditación transcendental, sencillamente, cambiamos de canal.
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Hay un cómodo sillón en nuestra casa. Un rincón, el más acogedor, desde donde nos asomamos a nuestra ventana y podemos contemplar uno o varios árboles, depende, o, quizás con un poco de suerte un trozo de cielo. Desde ahí, hacemos causa común con toda esa gente que ya están sufriendo en sus carnes la degradación de la justicia. Justicia, que a medida que se va emponzoñando, se decanta cada vez más del lado de los que tienen menos conciencia social.
Después de un rato de meditación transcendental, sencillamente, cambiamos de canal.
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