Possession
Possession (1981) dir. Andrzej Zulawski
Trato de sobornarme los sentidos con luz, con música, con palabras que no entiendo. No basta.
Possession (1981) dir. Andrzej Zulawski
Trato de sobornarme los sentidos con luz, con música, con palabras que no entiendo. No basta.
Gerta Pohorylle (Gerda Taro)
El muerto estaba en un cruce de caminos; no llevaba uniforme; tenía la cabeza destrozada; su sangre se había secado en el polvo. Nuestro perro ladraba y corría arriba y abajo por el prado. Juan lloraba y Susana nos abrazó. Me gustaba el olor de Susana, tenía unos pocos años más que nosotros y su cara era como la de una virgen de misal.
Señoras y señores, pues eso, lo único que está claro es que aquí
(aquí mismo) somos muchos, que dedicamos tiempo, ilusión, esfuerzo, que nos
copiamos y pegamos pedazos de la mente y el corazón, desde ilusiones y
recuerdos hasta traumas y decepciones, incluso imaginación, noticias, mentiras,
música a veces, la que nos gusta y la que gusta a otros.
Tampoco es para echar las campanas al vuelo, no vienen
feligreses, cada uno en su propia iglesia, a nadie le importa nada más que lo
suyo.
No hay Mesías, eso es lo bueno, esta es la absoluta igualdad,
la misma talla, los mismos derechos, agrupémonos todos, esta es una democracia
perfecta, todos pensamos, todos sentimos, todos somos guapos y anónimos, no hay
edades (ya, no te lo crees ni tú),
Qué se habrá creído.
Desde
hoy, a las once y veinte minutos de la mañana del lunes, quiero ser
intrascendente, soportarme, absolverme, darme la paz, mirarme. Defenderme de la
miseria, comprar mentiras en el mercado negro, vestir de blanco. Cerrar los
ojos, perderme en lo nimio, aliarme con el sol, borrar el aguacero. Soplar los
fragmentos solitarios del recuerdo, representar la vida, su certeza. Escoger
una ruta el martes, equivocarme, salir de noche, como un prófugo, fugitivo de
mí mismo. Ahondar en el misterio del azar, masticar el error, mirarme de
frente, sonreír Llegar al límite tardío, involuntario, inmóvil, como un pez no
solidario. Someter el dolor de la añoranza, su consistente aroma oscuro,
olerlo. Entrar al laberinto del miércoles, seguir hasta el final del pasillo de
la víspera del jueves, hasta el cuerpo desnudo tendido en el lado luminoso del
amor del viernes. Soltar al miserable maniatado que solloza en la isla.
Acumular innominadas reivindicaciones, gestos huecos y una mirada de perro tras
los cristales del sábado. Después el domingo. Casi nada.
Publicada en 1952, Helena o el mar del verano, la única novela escrita por Julián Ayesta, es una rara delicia que sorprende por su lirismo, rozando la candidez a veces y el atrevimiento otras. Me ha gustado en su aparente sencillez, en lo delicado de su prosa y en la inocencia, o no tanto, del protagonista. Un descubrimiento recomendable.
https://masdearte.com/fuera-de-menu/nuestros-libros-helena-o-el-mar-del-verano-juliian-ayesta/
Cuando tenía un luego apenas reparaba en el ahora, todo era puro disfrute del salto, del escorzo, la caída sobre dulces hojas amarillas. Imperceptible vino el atardecer y como una revelación que apartaba nubes apareció, susurrando, la realidad vestida con ropajes oscuros. Ven, dijo. Fui. Tiempo después la realidad se desnudó enseñándome que el ahora no tiene demora. Con diligencia me aplico a no hacer nada o quizás eso es todo.
Katrin Koenning
Lo decía
Sale
un hombre de lo opaco y grita airado “Die Grenzen meiner Sprache bedeuten die
Grenzen meiner Welt” (1) Habrá un tiempo en el que estas cosas me
impresionarán. Mañana. Hoy me dedico a temas sin temas, al quizás de este no
que musito. O sea que estoy cansado, que´s mucho tiempo, que ya no sé cómo
decir lo que ya he dicho/sentido/sentiré. Aun así, tú ves, voy y vengo por
textos que no sé cómo me invento con eso de la inercia y el deseo de desear. Y
las ganas. Hoy tengo ganas de ti, que cantaba no sé quién, pues no, que las
ganas se están mudando a territorios indefinidos en los que solo hay agua y
amaneceres, silencio y gaviotas a lo lejos, a ras de la superficie oscura de la
Ría (en la qué, por cierto, se reflejan las nubes negras de la borrasca de turno).
El fin de mi tierra.
(Los
límites de mi lenguaje representan los límites de mi mundo), que escribió en
1922 el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein en su Tractatus
lógico-philosophicus 5.6.)
William Morris Agency
En principio está el paisaje con árboles y el vacío, lo que no hay, elogio a la ausencia, águilas o música, hombres junto a la hoguera.
En lo que hay y no se ve, detrás, una mujer camina por un sendero (por cierto, en la mano derecha sujeta el extremo de un ronzal, el otro extremo pasa alrededor del cuello de un toro negro).
Cafe de Paris (Serie), Paris, France, 1935. Kati Horna
Parker ha muerto muchas veces, por muchas mujeres. Creía que esta vez, ayer, - ¿o fue mañana?- también iba a morir. Pero no. Jamás ha amado a nadie como a esa ingrata. Pero no muere. Algo ocurre ¿Qué es esa desmemoria? Se ha asomado al abismo y no estaba.
Sin descanso, pasa el tiempo en busca de la retórica que defina el vacío, el bostezo, refrenar el instinto de contarlo todo de golpe, la semana que viene ya veremos. No, no lo vemos así, esto va día a día, goteando, administrando la voz.
Hay una certeza, la rutina mata la emoción, en lo cotidiano se pierden los temblores, todo ya es esta absurda amalgama de palabras, es igual corazón, hígado o lo testicular, nada es nadie y yo qué sé.
Pero vuelva usted mañana (por favor).
"Estar con otro es difícil. Estar con otro es un trabajo, un esfuerzo. Entender, o tratar de entender. Lo que uno piensa que uno es. Lo que el otro cree que uno es. Los deseos y las ganas propias. Los deseos del otro. Las ganas del otro. El trabajo del otro y el trabajo de uno. El trabajo en equipo: el trabajo, la pareja, la amistad, la vecindad. Desgaste, malentendidos, entredichos. Lo que no se ve, lo que no se escucha, lo que no se quiere ver, lo que es tan terriblemente doloroso que uno prefiere no saber".
—Federico Falco, Los llanos
He asesinado al poeta, al boxeador, al sinsorgo, al místico que nunca fue.
En este otoño discontinuo, en este jueves que brota a destiempo en una semana de dolores, sorpresas, cambios, fin de privilegios, de mensajes ocultos en el revés de la mano, de llamadas, voces de otros tiempos, demasiado para el destierro, para la fiebre, para los susurros en el pasillo, la camisa abierta enseñando la herida, la vida arrasada por el accidente, el esfuerzo del cuerpo, tan frágil, ahí abajo los esbeltos árboles del parque, con gorriones, bajo los bancos verdes gatos que alguien ha abandonado, el desarraigo, sin alimentos para las bocas diminutas que se dibujan en el aire como en un cuadro de Brueghel. Debemos llegar al puente pero ¿cómo?
... Entendí que soy un estúpido, por mucho que grite desde el mirador nunca vuelve el pasado, los nombres están ocultos bajo las hojas secas de tanto tiempo. La nostalgia es un artilugio absurdo. No hay una manivela que retrase los años. Por muchos espejos que rompa esa cara es la mía y ya...
Mario Carbone
…Las estrellas caían a mis pies y marcaban el camino de la huida. Bajo la lengua sentí el sabor de la incoherencia, salté intentando sortear esto que digo aunque no sé siquiera qué quiero decir, si quiero decir algo o solo juego a juntar palabras que liberen la angustia del pecho por no saber dónde está la línea, dónde empieza el territorio de lo prohibido o si solo he sido un ingenuo caminante del desierto de voces sin roces...
Wallace G. Levison
…guardé en el cuenco de la mano la luz de la espuma en aquella playa vasca. Volvieron las olas que anegaron la arena hasta que olvidé al torturador de mi conciencia. Volaron las gaviotas. Fue el destino…
Ph. Michael Thompson Allure, December 1994
…Vino el insomnio, el reconocimiento de la deuda con la palabra previa, el idilio, las espinas del ramo de rosas, la tarjeta con dos palabras, sin firma, la tentación en el misterio, no en el diálogo, la puerta entreabierta a la isla, la temprana nieve en otoño. Me duele recordarlo…
Plaza Mayor, Madrid, 1964
…En aquel momento era un animal herido por el deseo, prisionero en la ciudad de octubre, aullando bajo su ventana indiferente mientras esperaba, agobiado por el sol/lluvia, sol/lluvia, al salir sus caderas bailaban al caminar como en la escena final de una película italiana en blanco y negro. Seguí sus pasos…
...Nos gustábamos, quizás no para la eternidad pero sí para aquella noche de luna llena, la piel desnuda, pequeños animales haciendo ruidos fuera, pájaros que alborotaban en la arboleda, la bisagra del sueño chirriando, la atracción de la carne, es decir sexo.
Torre Iberdrola-Jesús Carbajo
Palacio de Euskalduna. Con el
nudo de la corbata bien derecho presentar la identificación con su código de
barras a la sonrisa de las azafatas. Bluup. Hablan las autoridades, tan serios,
tan cercanos en su ausencia. La importancia de las personas en el
rendimiento de la compañía y la dama se mueve en su elemento por el
escenario rubio o quizás ella es rubia y el fotógrafo es amigo y no para de
-click, click- inmortalizar nuestra presencia en tan magno acto. Invertir
en formación es apostar por aumentar la rentabilidad: equipos mejor formados,
equipos más productivos y los primeros bostezos empiezan aquí y allí,
de la fila veinte a las del fondo. Digitalizarse o morir. Nadie quiere
digitalizarse, ni siquiera afiliarse a un sindicato en esta mañana tan fría,
tan temprano, tan azul en la que el Rey llegará en helicóptero para inaugurar el
acto, este, justo al lado de la torre que costó 200 millones de euros, un
símbolo de poderío y justo entonces aparece el elefante, vuela en círculos
sobre mi coronilla. No es el típico elefante blando de dibujos animados, no, es
un paquidermo fiero, de largos colmillos y orejas pequeñas, barrita con energía
aunque los espectadores de alrededor parece no darse cuenta. Todos
hablan de la nube, pero esta vez la nube te hablará de cómo potenciar tu
negocio y el enorme bicho se ha sentado a mi lado, ocupa varios
asientos, espachurra a los vecinos y hablamos de las nanas desgarradoras que
dejo aquí y que nadie escucha. Normal, es lo que tiene la nube, estar en la
nube, creer que dejar un texto cualquiera en esta esquina puede significar otra
cosa que mi absurda terapia ya que reinventarse es la clave de
cualquier negocio: nuevos tiempos, nuevas soluciones. Es tan iluso
como cierto que mañana también estaré*, excepto muerte súbita, virus
informático o exceso de inflamación de glándulas, que los bostezos se
generalizan y la presunta reunión para Pymes es en realidad una concentración
de personajes que quieren vender a Pymes y el elefante acaba de enroscar su
trompa alrededor del alcalde con su traje gris que se coloca derecha,
bien, la boina no vaya a salir borroso en las fotos de mi amigo
antes músico de rock y ahora fotógrafo que hay que comer, señores, que la vida
es dura, señoras, la comunicación, tu mejor aliado, para vender más,
multiplicando el beneficio de tu compañía que la cuestión aquí y en
Pekín es que todos venden y nadie compra, que todos escribimos y nadie lee, que
para una cosa se necesita carnet, ni siquiera producto y para la otra se
necesita tiempo y gusto y vista y olfato como el proboscidio que
defeca abundantemente sobre las fuerzas vivas y estas no se enteran,
acostumbradas al insulto a ellas mismas, a sus santas madres y a su
descendencia, que el animal (perdón) no repara en respetos a urnas y
democracias orgánicas, que sus propios órganos se revelan y quizás tomar las
decisiones acertadas en el momento oportuno, clave del éxito empresarial y
a estas alturas de las intervenciones solo sabemos que la vida es breve y que
con la oscuridad de la sala aproximadamente el 83,78% de los asistentes se ha
dormido y cada uno sueña en sus cosas, que suelen ser las mismas, que ya me he
acomodado junto a la curva marfileña del coloso gris y le cuento lo de María
(no la virgen, no, la morenita que os dije) y de pronto se encienden las
luces, muchas gracias por su asistencia y es hora de ir
a comer. Me monto en el elefante y salgo con dificultad por las puertas
acristaladas, el Rey ya habrá cortado la cinta, imagino.
Werner Bischof. Floods in East Hungary, 1945
No llueve demasiado pero escribo
en blanco y negro.
Busco color en el 322.
No tanto para ser entendido en la
individualidad sino para cumplir una obligación, preguntarme por el sentido de
este espacio, impedir la peligrosa tendencia a lo hueco.
No hay censura, de momento.
Tampoco hay tiempo para
experimentos, otros lenguajes, estilos pasados de moda aunque a muchos les
parezcan nuevos, innovar con asociación libre de ideas, músicas, imágenes
oscuras o verdes, trucos de prestidigitador aficionado.
Al final solo hay trabajo, evitar
la incomunicación, buscar un personaje, Parker, Pedro o nadie, decir, pintar el
absurdo de la existencia, el absurdo de querer recordarlo cada día.
Me baño en el sentido de la vida
y recuerdo cuando me ahogaba, no hace tanto.
Ahí fuera llueve, no demasiado.
Busco color en el 322.
No es trabajoso, la música viene
sola, la comparto.
Agradezco tanto las visitas a
media tarde, silenciosas, inconstantes, amables, amistosas.
Solo deseo no perder el estímulo,
alimentar la hoguera, que la rutina no me haga olvidar nada.
Cada día la cifra me informa.
Ayer 322.
Nunca la mirada es sobrepasada
por la cifra.
322.
A veces dejo de pensar, nunca de
sentir.
Escribir
puede ser una manera de aunque preferiría. Sobre todo por. No obstante continuar
es vencer a, incluso a uno mismo. O perder. Al final pas d'importance.
Arrancando la piedra herida por
el rayo, impío, comienzo a golpearme el corazón, dudando entre saltar a un
hoyo, al volcán, o romper la lira de Anfión para que cada frase sea una selva,
cada palabra una bestia rabiosa, cada perfume rancio un motivo de desprecio y aun
así, purgándome la bilis en su otoño, solazándome en mi canto en elodio, para
ella, sin requerir sus alabanzas, ni el aplauso del coro de labradores, ni la
aprobación de los invisibles pero ruidosos coturnos del anfiteatro, alborotando
la esperanza de escuchar las flautas, el ladrido de los perros, ver las
golondrinas del verano, las frutas con que adorna su cabeza, llena de rencores,
de cólera, de maquinaciones en el muelle mientras espera mi regreso sin saber
que no vuelve aquel que no se ha ido, ignorando que hasta las estatuas de
bronce conocen su virtud perdida, mi odio insensato y el desprecio que esgrimo
como abubillas que pican su rostro, como lobos furiosos acosándola en el bosque
en el que perdimos la esperanza de mañana, la mirada oscura entre las viñas, la
piedad de acuchillarla por la espalda para no ver sus ojos, nunca más, sus ojos
de nieve, codiciosos, mirando ahora las olas y el tiburón que gira, el gesto de
olvidar, bajo las aguas, la traición, el fango de su nombre odiado mientras me
alimento de achicoria y uvas, vago entre los hombres escépticos, me abraso en
el incendio de no vivir entre sus brazos de leche y tortura, orino en la tierra
de su recuerdo y lanzo a todos los vientos las cenizas de nuestro amor
arrasado.
Maldigo su nombre, una vez más.
Que así sea.
En la dulce, y no por eso menos dolorosa, transición entre sentimiento idealizado, enquistado y el descubrimiento del ser humano pasó un tiempo de amistad, confidencias, risas y algún leve desencuentro.
Una verdad incompleta es una
mentira.
Contar N y omitir el resto del
alfabeto es tendencioso (me aplico el cuento).
La historia no se escribe en los
telediarios, ni siquiera en la batalla, se escribe después.
No veo televisión, no leo
periódicos, mienten.
El pesebre.
Los intelectuales.
Cuáles.
Los tres monos, no ver, no
escuchar, no hablar. Hablo luego existo, las hadas no existen pero las brujas
sí, ir por lana y salir trasquilado, qué engaño.
Hay días que no.
Érase una vez un círculo cuadrado
en su mismidad, un perro que hablaba inglés, en la intimidad, la certeza de la
finitud, es decir que te mueres.
No.
Sí.
(piloto rojo, la cámara tres efectúa un travelling en el cerebro del protagonista)
Sigo con la dieta de ensalada de quesos y lechuga, con la meticulosa medicación y la felicidad fue apenas un reflejo entre la oscuridad de las botellas y el frío, de la lluvia y una puerta siempre cerrada. El mar endurecido, inmenso, sin olas, como el cuadro de un pintor alucinado. Estoy sentado en un charco y es fría la nostalgia como la cuerda en mi garganta.
Fueron varias semanas de citas clandestinas. En cada encuentro la relación de nuestros cuerpos era más atrevida, más extrema. Un día le sugerí que esperase en la habitación a oscuras, vestida solo con unos zapatos negros de largo tacón. Quizás lo había visto en alguna película. En un rincón se consumía una vela olorosa, las sombras flotaban en su rostro como un pájaro de vuelo desmedido. Fue un momento, me sentí como un animal que aúlla, creo que mordí su cuello delicado, que arañé su blanca espalda. Al terminar me dijo que ese era el último día. Me fui arrastrando los pies, sin mirar atrás, en silencio.