Nuca
Me ahogo dentro de esta
escafandra de soledad. Entre nosotros (ella, yo) hay un océano, varias
cordillera, una mirada y su silencio, mi
mano que buscaba la suya tanteando en una pradera de prejuicios, costumbres,
calendarios y miedo, hay que decirlo, que la lluvia nos llevó por calles con
gentes que se guarecían bajo los alfeizares, que las escaleras que bajaban al
metro eran como un río de ojos que se clavaban en mi frente culpable antes de
ningún pecado, culpable por el solo hecho de estar allí, a su lado, en la
despedida, tan corta, tan torpe, mi camisa mojada, mi sentido común en los
charcos, mi soledad aún más grande cuando ella desapareció entre paraguas y
gritos, domingo partido en mil pedazos y yo allí, conmocionado, invocando a un
demonio que me cambiase el alma por un pasaporte rojo en el que se pudieran
alterar las fechas, no vino, recé entonces plegarias antiguas y tampoco se
produjo el milagro de ser otro, aquel, el de entonces, el de la fotografía
volando en Laga y sorteé el espejo roto, los mariachis, las maldiciones, el
cuarto vacío del hotel, los gritos en la calle, las detonaciones que confundí
con disparos, Coyoacán y enero como la cinta de seda en la meta de un maratón
que aún no he corrido. Escribir así ni siquiera es liberación, es confusión, es
borrar nombres de los mapas, cambiarlos, torcer las carreteras, los caminos, la
fecha en los billetes del autobús, los paraguas goteando en la bañera, mi deseo
de abrazarla y dejar que se desangre mi alma en remordimiento y dolor, pero
después, después.
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