Anclada al recuerdo
No quiero cambiar ni un solo párrafo al recuerdo.
Me miraste y la lluvia cesó, me encontré y queriéndote me quise, me viste bella y supe que lo era, me deseaste y llenaste mi cuerpo de deseo, una avidez verde, de tempestad, de pañuelos de seda y tanta dulzura.
Entre mis brazos eras tan hombre que pudiste llorar, desperdigar tu infancia de juegos y distancia, ser tú y otros, todos. Aunque detrás de los postigos hubiera oscuridad, caballos dormidos, árboles deshojados, nunca llegaba la noche, cuando yacíamos, siendo uno, era de día, relucían las naranjas y mi alma, alma mía.
Solo anocheció cuando quise, cuando el miedo detuvo la caricia de tus manos en mis muslos, te llenó la boca de palabras huecas. Ya no estabas, lo supe, tenías la cabeza dividida, confundías los nombres, las citas, se te llenó el pecho de relojes retorcidos, huraños, me amabas de prisa, sin besarme, sin esparcir flores de lavanda, sin Mozart, con grillos.
Naufragamos en la oscuridad, nuestros cuerpos se acoplaban como antes y gemía, vaya que sí, extendías aceite en mis heridas pero ya era otra y lo supiste, descubriste las ruinas y las olas, los pájaros en las nubes, la mirada ausente, tampoco tú eras y la fecha estaba en rojo y hambre, la búsqueda en el baúl, el oblicuo cansancio, las gaviotas.
Sentada en la penumbra te imagino, quizás una sombra en el muro, el viento que agita las sábanas tras la verja, mis caderas ansiosas, las nubes que no cesan, un barranco al sur donde las cabras juegan, mis brazos abiertos frente a un mar amargo, las aves que no vuelven al jardín, la tórtola que ayer nos despertaba, aquella anciana en su sillón de mimbre, los barcos en el puerto, el ruido que zumba en mi cabeza, erraste el rumbo tibio, mi itinerario es añorarte ahora, eres lo perdido, sin mapas, sin regreso, la ausencia.
No quiero cambiar ni un solo párrafo al recuerdo.
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