24.08.2014
Tengo demasiadas cosas que no hacer para perder el tiempo en explicar que
desde la ventana veo el mundo, pequeño, si, pero suficiente, veo amanecer y el
mar, veo el pasado que se retuerce como una espiral de nombres y rostros y
entonces me hago
un torniquete en los recuerdos y sólo veo un cuarto oscuro en una ciudad
luminosa y ella tumbada en una cama, esperándome (1)
¿Siempre
hay una ella?, preguntan desde el fondo de la sala. Entonces me bajo del
escenario y la emprendo a golpes con los curiosos y son tantos que siempre
quedo magullado y roto, un perro que se lame una pata bajo un árbol, un envase
blanco en las baldas inferiores de un supermercado, un software caducado, mi
mano abierta sobre su seno derecho, mi boca pronunciando esa palabra que entré
en su cabeza (primero) y en su corazón (después), esa palabra(s) que rompa
todos los cierres de seguridad y le doblé las piernas y gire su cuerpo hasta
que, por fin, me mire y vea, escuche y (quizás) comprenda (2).
Es
domingo y el amanecer también hoy ha sido espectacular y gratis, no subo al
faro porque quiero cambiar de paisajes y preparo la maleta y la toalla, la
enrosco en mi cabeza y digo, ni se cuántas cosas digo, la mayoría no tienen
sentido si se miran de lejos, por eso acerco la nariz y huelo las palabras,
distingo el olor de tapioca y el del tabaco, las lágrimas saladas y que
paciencia hay que tener, señor, debe ser la edad del almacén y del recuerdo, el
tiempo de volver.(3)
Se va agosto y todavía no ha empezado.
Se va agosto y todavía no ha empezado.
Ella
vuelve hoy (aplausos desde el avión)
(1) Ustedes no saben lo que es que te esperen así.
(2) Ustedes no
saben lo que es que no te comprendan en absoluto pero que te quieran (¿o si lo
saben?)
(3) Ustedes ( y Neruda) saben que el que el vuelve nunca se fue.
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