martes, 28 de febrero de 2012

En vano.


Y qué sucede
si de pronto un día
te das cuenta de que todo es mentira,
y no sabes si meterte a loca
a puta
o a suicida,
o arrancarte el alma
y sentarte en una silla
y ya
medio gilipollas,
ver cómo pasa la vida
¿Usted qué haría...?
Belén Reyes


The Mosaic Floor by Ralph Heimans

Pretensión de escape por la salida de emergencia de la literatura.
Es inútil.

Nos encontramos por casualidad, nos reconocimos a pesar de los años.
Me tomó el brazo con delicadeza y caminamos hablando de esto y aquello, de sus hijos, de las coincidencias, del ayer, del paso del tiempo.
Fue un momento agradable y durante varios días estuve pensando en ella.

Madrid es una ciudad peculiar, después de años sin vernos, justo una semana después tropezamos en la misma calle.
Tomamos café en un bar cercano y descubrí que no había perdido aquel brillo en la mirada, la dulzura de su voz, lo interesante de su conversación.
Quedé prendado, intercambiamos los números de teléfono y nos citamos para el siguiente miércoles.

Esa misma semana empecé a escuchar voces y música. El amor me dejaba las manos vacías y una luz se apagaba y encendía en el paraíso. Mi vida era una isla de náufragos desorientados y el horizonte estaba detrás de la niebla púrpura.
Aquel día, a las once, me llamó diciendo que no podía acudir a la cita, que le había surgido un contratiempo. Me sugirió pasar por su despacho, estaría encantada de seguir nuestra conversación nostálgica. Acepté.

El despacho tenía una decoración escueta, muy personal, apenas una mesa, la biblioteca, tres cuadros, un diploma, un sofá y dos sillas. Me senté frente a ella y hablamos. Dijo que la relación con su marido era inexistente. Miró hacia la ventana y advertí una lágrima en su rostro. Le tomé las manos. Luego todo fue muy rápido. Corrimos las cortinas, nos abrazamos, nos quitamos la ropa, nos amamos apresuradamente sobre el sofá, indiferentes a los pasos que se escuchaban al otro lado de la puerta, en el pasillo. Después, ya vestidos, nos sentamos mirándonos sin hablar. Nos citamos para el miércoles siguiente.

¿Piensa usted en la muerte?
Sí.
¿A menudo?
Sí.

Estas cosas no ocurren, nunca, al menos a un tipo como yo. Algo se había movido en el pantano, ardían las libélulas en pleno vuelo y crecían árboles frutales en la distancia de calles de alquitrán y rocío. Comía rosas y me consumía en el tic tac del reloj en un rincón del jardín, el corazón en lo más negro del otoño, ahí, inerme y solitario, enlazado a la ciega nostalgia de haber sido, engalanado con ojeras y circunloquios, pasmado.

Llegué puntual a la cita. Apenas nos demoramos en saludos y caricias. Desnudos, abrazados, besándonos con avidez, como dos supervivientes del incendio de un barco en alta mar, con una enérgica ternura, así, inclínate, ven, gírate, palabras dulces, susurros, sí, gemidos, ella se dejaba llevar y los dos íbamos, flotando en el deseo, me gustaba, tanto, tanto.  

Tiene usted mucha imaginación.
Sí.
¿Se cree todo lo que escribe?
Sí.

Fueron varias semanas de citas clandestinas. En cada encuentro  la relación de nuestros cuerpos  era más atrevida, más extrema. Un día le sugerí que esperase en la habitación a oscuras, vestida solo con unos zapatos negros de largo tacón. Quizás lo había visto en alguna película. En un rincón se consumía una vela olorosa, las sombras flotaban en su rostro como un pájaro de vuelo desmedido. Fue un momento, me sentí como un animal que aúlla, creo que mordí su cuello delicado, que arañé su blanca espalda. Al terminar me dijo que ese era el último día. Me fui arrastrando los pies, sin mirar atrás, en silencio.

La esperanza plegó sus alas y nadé entre los lirios, los insectos y mi terapeuta, jadeé boca arriba en camas ajenas  y perdí la noción de la ida o la vuelta. La luna me miraba, perfumaba las noches disfrazadas. Untaba miel en las articulaciones y mi casa, mi vida quedó suspendida en una espera sentada en el cruce de caminos, los raíles mohosos, la estación clausurada.

¿Sueña con serpientes?
Sí.
¿Volvió alguna vez?
No.

Sigo con la dieta de ensaladas de quesos y lechuga, con la meticulosa medicación y la felicidad fue apenas un reflejo entre las oscuridades de las botellas y el frío, de la lluvia y una puerta siempre cerrada. El mar endurecido, inmenso, sin olas, como el cuadro de un pintor alucinado. Estoy sentado en un charco y es fría la nostalgia como la cuerda en mi garganta. 

¿Cómo se encuentra hoy? 
Mal.
¿Qué piensa hacer?
Escribir.



5 comments :

Maria dijo...

Da gusto empezar la mañana con estos relatos Pedro. Uno/a se pone a, mmmmmm, cómo lo diríamos, a tono. Jajajaja.

Una cousiña, ¿has cambiado el formato de la letra, o son mis dioptrías que van en aumento?

Otra cousiña, me he percatado que en el Facebook se vierten más comentarios que en el blog. ¿Confiere tal vez mayor proximidad? Lo probaré.

¡Un abrazo y feliz martes!

Tempus fugit dijo...

Que eres muy bueno escribiendo ya lo sabes; pero hay días que paseas por la genialidad.
El poemita de Belén, delicioso :)Para apuntarse alguna estrategia.


un abrazo

Tempus fugit dijo...

Me olvidaba....¡suerte de la fórmula final, si no no se capta toda la esencia del texto!

Pedro M. Martínez dijo...

Entonada Maria, me alegra contribuir a tu alegria con mis modestos relatos.
Para este post he cambiado la letra, sí, times new roman (Georgia me daba problemas de tamaño)
Gracias a Facebook casi he doblado el número de visitantes, ocasionales o asiduos . Me gusta más el blog.
Un abrazo.

Pedro M. Martínez dijo...

De cenizas, sabes que sé que soy muy trabajador. Solo eso. Pero gracias por tu elogio y por tu sagacidad al entender que la fórmula final lo explica todo. un abrazo

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