viernes, 4 de febrero de 2011

Elegía a Ramón Sijé.


 
 (Ramón Sijé)

Aquel día caminé mucho, sin mochila, sólo, disfrutando de paisajes y gentes.
En una cuesta abajo pasa a mi lado, rápido, un ciclista de mediana edad con jersey rojo.

-Buen caminooo.
-Buen camino.

En una cuesta arriba le alcanzo. Hablamos.

- ¿De dónde eres?
- De Orihuela.
- Hombre, de ahí era Miguel Hernández.
- .
- A ese no lo conozco.

Y me habla del trasvase del Ebro, de los políticos,  que Miguel Hernández murió por no querer cambiar de ideas.
Sí- le digo- eso les suele pasar a los poetas, que no quieren cambiar de ideas ni de ideales. Algunos hasta se mueren por esa tozudez.

Y seguimos, él pedaleando, yo andando.

Tanta belleza alrededor y el eco -delante y detrás, chasss, chasss-, de mis botas sobre el camino me distraen y –lo confieso- me asusta un poco.

Intento recordar cómo era aquella elegía de Miguel Hernández. ¿Cómo era?, ¿cómo era? Ya, empezaba así: “En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto, como del rayo Ramón Sijé, con quién tanto quería”. Buena memoria.
Me río.

En un recodo, a lo lejos, veo al ciclista del jersey rojo empujando su bicicleta por una empinada y tortuosa cuesta. Intento alcanzarle y aprieto el paso. Justo al llegar a la cima le llamo.

-Orihuela, escucha este poema de tu paisano-. Y empiezo.

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano
.

Y veo que su cara se pone tan colorada como su jersey.

Alimentando lluvias, caracoles
Y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento
.

Con un gesto de miedo farfulla -me esperan, me esperan-. Y se va pedaleando como si le siguiera el diablo.

Me carcajeo ¿qué habrá pensado? Quizás que el poema le podía saltar a la garganta. O que un poeta no es alguien recomendable. O quizás que se empieza con versos y se termina sodomizado en cualquier camino, aunque sea a Santiago.

Ay, señor, cuantos desiertos, cuantos.


Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.

(Miguel Hernández)

10 comments :

Anónimo dijo...

La poesía es como una paloma blanca en las manos, cuando la echas a volar asusta.

Les pasa mucho, y es curioso.

Un abrazo.

Josep Julián dijo...

Hola:
Llego a ti recomendado por Cristalook y me he detenido a leer unas cuantas entradas y a escuchar un poco de música. Me ha gustado.
Y respecto a lo del ciclista, no le des más vueltas, seguramente pensaba que pretendías sodomizarle.
Un saludo.

Pedro M. Martínez dijo...

Alas, sí, es curioso y triste.

Una vez, una niña caminó 15 kilómetros en agosto para traerme un poema.
Lo leí, displicente, mientras ella esperaba, sudorosa, expectante.
-No rima- le dije.
-No- dijo ella.
Y empezó a caminar los 15 kilómetros de regreso.

Entonces también yo era un niño, un niño gilipollas, insensible, inculto, un “sobrao”, un capullo, venía de vuelta y no sabía ni donde estaba la salida.

Menos mal que la vida nos cambia (a veces a mejor).
Me ocurre eso hoy, me arrodillo, beso sus manos y la llevo en brazos los 15 kilómetros (excepto que haya engordado demasiado en cuyo caso volveríamos en coche)

Pues eso.
Un abrazo.

Pedro M. Martínez dijo...

Eso intenté Josep Julián, pero era difícil, él iba en bicicleta, cuesta abajo y yo andando, no pude pillarle (eso que estoy entrenado – a correr-)
Después de pensarlo mucho mi conclusión es que recito mal.
O lo de la cojera.
No sé, también soy tartamudo ¿será eso?
O los granos.
Joder, es un sin vivir.
Ay.
Un saludo (con pañuelo y todo, como en un andén)

Jorge Encinas Martínez dijo...

Es llamativa la escena con el ciclista. Preciosa y emocionante siempre la elegía. Verdadero el poema de las guerras.

Un abrazo

Nikté dijo...

Esta mañana vi el vídeo, esa escena de la mantequilla, y me fui sin decirte nada, y pensando en muchas cosas, como por qué ella no se negó.
Y ahora a la noche, vuelvo, siempre lo hago cuando necesito ese despertar que viene de ti, y me hallo ante una canción que creí olvidada, y hasta la sigo, no solo en las palabras, si no también en aquella emoción como cuando la cantaba sentada a los pies de la cama-en el suelo- sujetando la caratula de ese disco de vinilo que desde hace mucho se encuentra en el altillo del ropero.

Y por un momento, ha vuelto sin saber cómo, imágenes de un ayer, de una chiquilla que creía...

No puedo continuar, lo siento.

Solo decirte que yo tampoco perdono a la muerte enamorada, ni a la vida desatenta...ni a la nada.

Te quiero mucho

Pedro M. Martínez dijo...

Pues nada, Jorge Encinas Martínez, está muy bien adjetivado. Muchas gracias.
Me he perdido en tus poemas y prometo volver mañana (es que la noche de los viernes es dura, tú sabes)
Un abrazo

Pedro M. Martínez dijo...

Mi muy querida Nikté pues posiblemente no se negó porque había que comer. Esa escena –sin mantequilla- nos la hacen a la mayoría de los trabajadores de este país cada día.
Y no te digo nada a los que no trabajan (me refiero a los que no pueden trabajar intentándolo, que hay mucho personal que no trabaja por herencias varias y otras causas dignas de otros capítulos)
En cualquier caso, siguiendo con la escena. La vi por primera vez en un cine londinense y no entendí demasiado la totalidad de la película. Después la he visto con más calma (y más años) y opino que las escenas de sexo es lo menos importante. (Marlon Brando está inmenso y la Schneider destila una frescura muy tierna y muy sexy).
Pero sí, la escena me parece fuerte, una violación, tal cual.
Ese poema de Miguel Hernández es poesía esencial, si no se te erizan todos los vellos del cuerpo es que estás muerto o malherido. Aún habiéndolo leído/escuchado mil veces.
Las imágenes del ayer pueden ser reales o maquilladas (necesitamos referenciarnos).
Las lágrimas que nos llegan a veces son una bendición y un indicio de salud emocional.
Como la muerte es innegable, gocemos de la vida.
¿Ves? Leyéndote, sintiéndote, parece que te veo, que estoy a tu lado y te abrazo, agradecido. Y beso tus manos.

Magnolio dijo...

Hubo una época puñetera en la que pensaba en su “No hay extensión más grande que mi herida”: eso hacía que lo mío quedara pequeño. No voy a oírle cantado por Serrat. Me quedaría aquí, alelada.

“El ultimo tango”: la primera vez que veo esa escena sin censura. He pensado exactamente eso, que era una violación y me ha sorprendido que lo diga, así de clarito, alguien del género masculino (aunque, antes, esa comparación con lo laboral…cada cual con su cuyo). Sí, Bertolucci tenía que haber pedido algo más que perdón por esa escena. Y creo que Brando tiene pinta de psicópata.

Con más retraso aún (perdona, es que los días se me escapan), en tus “Textos y pretextos”, la exclamación “¡Martínez en Venecia!” me parece bueníííísima, de esas redondas. Y lo de Estambul o New York: ayer tarde, en una sola película, me paseé por Florencia, París, Manhattan y Roma. Igualito, igualito.

Pedro M. Martínez dijo...

Magnolio, muchas gracias.
Ese poema es inmenso.
El último tango no era un película (solo) de sexo y sí tiene unos desnudos emocionales que erizan los folículos del alma. La escena final (“no sé quién era. Me siguió, trató de violarme. Estaba loco. No sé cómo se llama, no le conozco…Trató de violarme, estaba loco…Ni siquiera sé cómo se llama”) es impresionante.
Brando era un actor magnífico, podía ser un psicópata, un emperador, un cowboy, un japonés o él mismo.
“¡Martínez en Venecia!” estoy pensando en llamar así a mi blog
Muchas gracias de nuevo.

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