Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de ocultar en lo que está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que instalarme en el vacío. En este vacío donde existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él extraigo sangre. Soy un escritor que tiene miedo de la celada de las palabras: las palabras que digo esconden otras: ¿cuáles? Tal vez las diga. Escribir es una piedra lanzada a lo hondo del pozo. (Clarice Lispector)
Llegamos al mediodía.
El Miño bajaba lento y melancólico. En el balneario flotaba un olor a azufre. A la tarde subimos por la empinada cuesta por donde discurre el camino de Santiago. La
Muralla nos deslumbro. Llamé por teléfono a Pepa pero, casualidad, estaba en Vigo en un concierto de Leonard Cohen, lástima.
Lugo reía en cuatro calles, el resto era silencio.
Quizás por el cansancio del viaje, a la noche no tenía sueño, leía un libro raro, de un
chino- A mi lado Begoña ojeaba una revista con grandes fotos de bodas, separaciones, comuniones de niños con sus caras emborronadas, señoras en sofisticados y mínimos trajes de baño, señores con gesto altivo.
Mira, sale una diseñadora de Bilbao, ¿la conoces?- dijo Begoña.
Una entrevista de una página a una guapa mujer, sonriente, sentada frente a sus creaciones de moda.
No, no creo haberla visto nunca- mentí.
Elena.
Simulé que seguía leyendo mi libro y miré la foto de reojo. Cuantos recuerdos. Tuvimos una relación de varios años. Comenzó como una tierna y apasionada historia de amor y terminó en distancia y reproches.
Hasta mañana, que duermas bien- dijo Begoña.
Hasta mañana- contesté..
Cerré los ojos pero en mi cabeza se removían tantos y tantos recuerdos.
El lago brillaba bajo el sol de julio. Nos bañábamos a pesar que estaba prohibido, un guarda vigilaba sus riberas, nunca nos pillaba.
Aquella mañana fuimos allí un grupo de catorce o quince amigos. Alguien propuso una carrera. -"Una cena para todos, pagan los que pierdan, llegar al embarcadero"- . No se trataba de ganar o perder, era una cuestión de honor. Dos chicas y cuatro chicos nos apuntamos, el resto esperaría en la otra orilla. Se subieron en los coches y fueron hacia el punto de llegada.
Hacía calor pero en la espera me estremecí, el agua estaba fría, o me lo parecía. Tú nadas bien- me dijo Tito. No contesté, le llevaba varios años de cubalibres y nocturnidad.
El lago, de pronto, se había hecho más grande, la otra orilla estaba muy lejos, o eso me parecía.
Desde la comodidad del embarcadero nos dieron la señal de partida.
Salimos los seis bastante juntos, al principio nadie se destacaba.
María no era muy alta pero utilizaba los brazos con estilo, entrenaba con el equipo de wáter polo del club. Jorge era socorrista en las instalaciones municipales.
La experiencia en las travesías en el mar me ayudaba a regular la cadencia de los movimientos, a no apresurarme.
Sagrario me sorprendía, no conocía esa cualidad deportiva en ella, la tenía por una chica volcada solo en lo cultural, nadaba bien. Javier era muy delgado y se deslizaba como una anguila.
Me empezaban a pesar las piernas y pensé que no había sido buena idea aquello de la carrera.
Los hermanos Germán y Tito todo lo hacían bien, jugaban al fútbol, a pala, al ajedrez, esquiaban y, por supuesto, eran magníficos nadadores.
Llevábamos la mitad del recorrido, seguíamos juntos, solo Sagrario se rezagaba.
Apreté un poco el ritmo pero Jorge lo había hecho unos segundos antes, apenas pude seguirle.
Levanté la cabeza y vi que desde el embarcadero nos animaban con grandes gritos. Cada uno tenía su favorito.
Elena no estaba mirando, conversaba con aquel francés de Burdeos que había llegado el sábado.
Seguimos, la carrera se me estaba haciendo interminable.
Recordé las veces que me había pavoneado en el Casino de mi capacidad en la competición en piscina, de aquella carrera que gané en mar abierto, de los trofeos que tenía en casa. También me acordé de la madre de aquel francés. Nadé más rápido.
Faltaban unos cien metros, María, Tito y yo íbamos ligeramente destacados. Ya se escuchaban las voces de aliento. Los tres movíamos los brazos como en una final de los juegos olímpicos.
Tragué agua y tosiendo seguí con más energía, no sé de dónde sacaba las fuerzas…
¿Te pasa algo?, no paras de dar vueltas. Me has despertado.- dijo Begoña.
Lo siento, no puedo dormir -dije.
Salí al balcón, a fumar. A pocos metros se adivinaba el Miño bajando lento y melancólico.
Resulta que Elena era famosa, la revista elogiaba su trabajo como diseñadora de modas. Tenía tantos y tantos recuerdos de ella. Me resultaba curioso que me hubiera venido a la cabeza precisamente esa historia de la carrera.
Dos horas y varios cigarrillos después volví a la cama junto a Begoña y me dormí. A la mañana siguiente continuamos nuestro viaje.
Habrá un año, en que habrá un mes, en que habrá una semana, en que habrá un día, en que habrá una hora, en que habrá un minuto, en que habrá un segundo y dentro del segundo, habrá el no tiempo sagrado de la muerte transfigurada. (Clarice Lispector)