The Island - Walton Ford, (detail) (2009)

sábado, 18 de abril de 2009

Kreativ Blogger.


Miroslav B. Dušanić ha tenido la gentileza de incluirme entre sus elegidos para el premio (¿?) llamado Kreativ Blogger

Nunca sé muy bien cuáles son las causas de estas distinciones, ni los presuntos méritos contraídos.

Agradezco el detalle de Miroslav B. Dušanić y reconozco que me gusta el diseño de este Kreativ Blogger.

Pues eso.


viernes, 17 de abril de 2009

El día que murió la música.





Iridiscente en lo más alto de su canto
entre dos luces libre celebra, labra
un elíseo de música en un árbol,
el pájaro burlón, el sinsonte de marzo.

(Vitale)



Me gusta la música, siempre me ha gustado.
No quiero entrar ahora en exponer mi catálogo de preferencias, de gustos. Dejémoslo ahí. Soy coleccionista de música en diferentes soportes. Que recuerde ahora: rollos mecánicos, discos de pizarra, vinilos, diskettes de 5 ¼ y 3 ½, casetes, CD, DVD, MP3, etc.
Los diskettes los tiré a la basura.
De los rollos y los discos de pizarra ni hablo. Me ocupan sitio, se empolvan.
Se estropeó mi reproductor de casetes y no he encontrado piezas en ningún taller. Ahí están las cintas, olvidadas; no las tiro pero no me sirven ya para nada.
Un día dejó de funcionar el sistema de tracción del giradiscos y la tienda donde lo compré había desaparecido hace años, la marca también y nadie me dio ni una pista de dónde repararlo. Mis discos, una pared del salón entera, por orden alfabético, se llenan de olvido, muchos siguen con el plástico, sin abrir, sin escuchar.
El mes pasado entró un virus a mi ordenador y no he sido capaz –ni Nod- de quitarlo, de arrancarlo, adiós, finito, no funciona, toda mi colección de archivos en MP3 perdida, seis años de recopilación. Quiero comprarme otro PC, pero no tengo dinero para eso, ahora.
Por eso me he centrado en mi colección de CD´s. Tengo cientos, miles, perfectamente organizados; me pides un cantante, un grupo, una orquesta y ya, lo encuentro al momento.
Mi equipo de música es un Linn con pantallas Nexus, pre-amplificador de estado sólido Kairn, un reproductor Karik, una amplificador de potencia Klout y un plato Thorens (sí, el estropeado).
Dedico mucho tiempo a escuchar jazz, ópera, grupos de los 60, de los 70, de los 80, sinfonías, sin orden, cambiando, me agradan todos los géneros, folk, canciones brasileñas, italianas, francesas, ritmos suaves, fuertes, solistas, pandereteros, virtuosos de la flauta dulce, del violín, piano, castañuelas, cantaores, los que silban, joteros, rockeros, pop, indie, etc, etc. Mientras escribo, me acompaño con melodías, pianos, baterías y voces, maravilla de la música. No la escucho nunca cuando hago el amor (eufemismo) ya que tarareo las canciones y no me concentro.
Esta mañana me apetecía escuchar a Cecilia Bartoli; coloco el CD y nada, silencio. Se habrá roto- pienso. Cambio a Paolo Conte y tampoco suena. Pruebo con Celentano, nada. Frenético, lo intento con toda mi colección y después de varias horas compruebo que ninguno funciona. Me asomo a la ventana y no se escucha música, solo coches, ruido, gritos, truenos a lo lejos. Llamo a Javi y me llegan sus lamentos. No puedo escuchar mis Cd´s –gime-. Algo ha ocurrido. Veo un bulto pasar por la ventana, me asomo y en el suelo yace el cuerpo del melómano del cuarto, se ha suicidado. De la casa de enfrente se lanza otro aficionado al bel canto, con los brazos en cruz, plaff, se estrella contra los adoquines de la calle. Enciendo la televisión, un programa de cotilleo que se interrumpe para informar de suicidios masivos por ausencia de música, de inexplicable lavado de soportes, de que se han borrado todos los Cd´s del mundo.
Además me he quedado mudo.
Entonces me despierto y ya no llueve.

La idea es buena, pero no tengo tiempo (ni ganas) para desarrollarlo a mi gusto.
Sentado en la cama pienso en cuantas tonterías debo colgar aquí para mantener mi absurdo reto personal del post diario.
Y que paciencia tenéis conmigo.
Gracias, guapas, guapos.

El Cd, soporte para la grabación de datos, fue desarrollado en 1979 por un holandés, Joop Sinjou. Están fabricados con plástico de policarbonato y recubiertos por una delgada capa de aluminio reflectante, donde se graba la información digital. Se complementan además con una película de laca protectora para evitar que la capa de aluminio sufra daños. Los peligros para este soporte de información son: la luz ultravioleta, que altera las propiedades ópticas del policarbonato, el frío, la humedad, y la oxidación que puede afectar a las capas protectoras. El mayor peligro para la duración de los CD son -claro- que surja una tecnología que los mejore y reemplace. Que vendrá. Y pronto.



jueves, 16 de abril de 2009

Canción de la mujer que no canta.


No estoy down, no, no creas a la mano aletargada sobre el candil, ni a la luz que ilumina los mechones del silencio. Escucha al extranjero que maldice entre dientes de plata y ventanas cerradas a la flor del tiempo. Chirrían las bisagras y ella no canta, nunca canta, ni cuando mi aliento toca el musgo de su nuca, ni cuando la soledad se le cuela entre las piernas.

Rumores de poetas transeúntes en el quicio de la catedral, voces habitadas por mentiras y geranios, por perros ciegos, por nostalgias detenidas en la esquina del camino dónde da la vuelta el viento. Ella abre la boca, canta y no me llega su canto, película muda detrás de sus gestos de actriz de un género pasado de moda.

Cierto, no debo suponer sentimientos amorosos allí donde solo hay educación, cortesía y un cuchillo al final de la mano que llevaba el candil, que iluminaba el silencio, que aún palpa los intersticios de la distancia y solo me queda ya rebuscar en la estela del recuerdo y pegar en la pared todas las cosas que de ella me hicieron feliz.

(No todas las mentiras son verdad y por eso me inventé a otro, enamorado. Y estos versos.)


miércoles, 15 de abril de 2009

Carta para saber si estás viva.


Esta carta no la guardes, sé egoísta, bórrala, no se la dejes leer a nadie, fugaz, para nosotros, una llamarada, tesoro y fuente, sorpresa, goteo del deseo sin verte, deseo sin tocarte, tocándote, que dices ah y te escucho, que piensas y te huelo, que ves y veo, que te inclinas sobre una mesa (¿ves cómo ves?) y te abrazo desde atrás diciendo, diciendo, acariciándote los muslos sobre la falda, bajo la falda, besándote el cuello, ciñéndome a ti hasta que me dices ven, y vamos, y bajamos las persianas y se hace el día, y nos bebemos hasta la ebriedad de bebernos, de gustarnos, de cabalgarnos, de acariciarnos la espalda, de tenerte entre mis brazos y llegar hasta el cielo, más arriba, donde el aire nos falta y nos besamos, nos llenamos de besos, tanto rato, ven, abre las piernas, que no puedo aguantar más esa mirada, ese temblor, nadie llama, no despertemos, no hay nadie, ven, calla, que me pierdo en tu cuello, en las sienes, en tu pelo rubio, entre la línea que separa, que ya no separa, que nos une y nos duele, que nos hace gozar, que nos invade, que nos lleva a otros mares, que naufragamos, juntos, braceando, sacando la cabeza para respirar, un poco, ahogándonos de dulzura, de rabia, de mordiscos, ay, ven, ponte así, déjame verte, no me toques, espera, ven ¿y dices que no estamos locos? un poco sí ¿no? Y ahora bórralo.



martes, 14 de abril de 2009

Eslam Drudak.


Motho manque, Rrom! ea, kaja amari phuv,
amare plaja, amare lená, amare umála
Thaj amare vesa?
Kaj amaro the? Kaj amare vesa?
Kaj amaro them? Kaj amaro limóra?
And-e lava tane, amare chibareque

(Eslam Drudak)


Dejar esparcidos en lo blanco excesos verbales que llenen las miradas, vana empresa de tapiar el olvido, ir, volver, envolver, revolver, leer, ver, saber, entender, creer, tener, ser, romper, resolver, retener, creer, hacer, entretener, haber, aparecer, desaparecer, mantener, permanecer, encender, ascender, descender, meter, querer, resolver, poder, que nos vamos pero volvemos, por suerte, que sigue la rutina de no querer ser rutinarios, de permanecer en el verso, menor pero verso, estrofa a estrofa, aún con sonido de trompetas y tambores, el himno nacional, músicas entre lo militar y lo religioso, curiosa mezcla de ejércitos mundanos y divinos, generales y obispos, mezclados, monaguillos y sargentos de gesto altivo, uniformes y capirotes, la guardia civil desfilando, pobres ateos míos de otros tiempos, acurrucados en sus temores a ser descubiertos por los que acusan con dedos implacables, costaleros exhibiendo el sudor de su fe, saetas en la madrugá, vírgenes que lloran puñales, vírgenes que ríen después de la resurrección, respeto a las creencias ajenas, vírgenes que están aburridas de serlo, un demonio colorado pinta los púlpitos con el color del miedo, otro demonio los eleva por encima de las espadañas, los necios aplauden, “al cielo con ella” grita el mayordomo y el paso se eleva, majestuoso, a un cielo con luna llena, qué momento, qué algarabía, qué cantidad de hombres comiendo pipas de girasol con gesto ausente -¡ayyyyy!- grito para no estar callado, para agradecer tanto cariño, por encima de lo obvio, aunque las palabras se nieguen a decir lo que dicen, aunque se acumulen en tropel de emociones difíciles de transmitir, aunque mi acento siga un discurso mimético, no soporto a los poderosos, a los que ensucian el límpido rumor de un arroyo, infracciones como auroras que disfruté solo, reptiles rozándome los muslos, cansancio de no saber ver más allá de mis narices (me han dicho que detrás del azogue hay un mundo por descubrir), puentes sobre el Guadalquivir, cofrades turbios, procesiones en la noche de los tiempos, inquisidores detrás de la celosía, la muerte hecha vida, la palabra en rebeldía, diciendo algo, no sé, una bandera de socorro, una señal, una petición de ayuda, un estremecimiento a veces por esa caricia en la herida, herida de muchos, soledad, ese momento en el que uno se enfrenta a sí mismo, ¿dónde voy?, ¿quién soy?, que hemos vuelto y nada ha cambiado, o todo, calles de Córdoba, el designio clavado en un pared, cicatrices de cuando el mundo era redondo, no sé si recuerdo lo que ocurrió o lo que recuerdo, aquella noche que el deseo fue el preámbulo del veneno, ¿dónde estará aquella amante sumisa a quién tanto amé?, ángeles ciegos señalando aquí y allá con una espada de fuego, disfrutar de las hogueras de la nostalgia, energía de un beso en el callejón del pañuelo, soy un pecador obstinado en pecar, una y otra vez, coches de caballos con turistas impasibles, ingleses con la cara roja, japoneses fotografiando el agua, mujeres tan bellas que los minutos se entretienen en las rejas de los balcones, aromas de azahar, ¿cómo no enamorarse con ese aroma?, la suerte cercándonos, si sale pares te quiero, si sale nones me corto los dedos de la mano izquierda, naranjos en flor, Cristo de los Faroles, cuesta del Bailio, taberna Juramento, barrio San Basilio, ¿a quién le importa?, el AVE te lleva a Sevilla en 40 minutos y, si quieres, te trae de vuelta, ir, volver, ya te digo, semana santa, celebración religiosa, ya te dije, no se lo creen ni ellos, ellos no son nosotros, por fortuna, nosotros es un concepto, no sé quién soy yo como para saber quiénes somos nosotros, pero sé que después de un viaje de contrastes he vuelto y digo que os he añorado, cosa curiosa porque ni siquiera sé quiénes sois vosotros, pero ya me entendéis, espero que hayáis disfrutado estos días, un abrazo.


Cuéntame, gitano, ¿dónde está nuestra tierra,
dónde nuestras montañas, nuestros ríos, nuestros campos
y nuestros bosques?
¿Dónde está nuestra patria? ¿Dónde nuestros sepulcros?
Están en las palabras, dentro de nuestra lengua.

(Traducción del romanó)



jueves, 9 de abril de 2009

Carta del amante crucificado cabeza abajo.

Semana Santa, casi comienza el verano y tú ¿dónde estás?, recuerdo tu cara entre mis manos y se me llenan los dedos del polen de tu sonrisa, apenas quiero hablar para no esparcir mi emoción, la que me produces, esa maravillosa sensación de estar en las nubes, flotando, encantado, suspendido de un cordel anudado en el cielo, con las piernas colgando, moviendo los brazos como un muñeco italiano, pinocho que no dice mentiras, chato, mudo para no cambiar nada, con autorización para ir a las viñas, bailarín sobre el río helado de tus ausencias parisinas, romanas, limeñas, de tu particular sentido de esta pasión, de tus encantos que me atraen como si fueran salmos de ancianos sacerdotes con barba blanca, druidas en la noche tan negra, la madurez de las uvas, la lactancia de las vacas, tu colección de estudiantes en fila, a veces me los imagino formando largas hileras, en un paisaje en gris, como en una vieja película de Murnau, con faroles combados que deforman la luz, con sombras alargadas, hombres con bombín, mujeres con mantillas lúgubres, niños serios que se meten el dedo en la nariz, hembra hermosa, debo escribir a tantas personas que me honran con sus cartas pero no puedo, no quiero, solo te escribo a ti, solo me salen palabras para girar a tu alrededor, como giran los ángeles, solo cabeza y alas, en esa hornacina de Santiago, para envolverte como copos de nieve, Rosebud, esfera con paisaje lunar detenido, pisapapeles con flores secas, cabezas de toros cárdenos colgadas de la pared, cuernos rasgando el pecho azul y femenino de los toreros, puñales que se clavan en la cortina roja de terciopelo, arriba el telón, empieza la función y los actores están dormidos, abajo el telón y una yegua marrón corre por la playa con las crines al viento de levante, sobre él una mujer, que no eres tú, me mira y ríe, me deja ver sus piernas desnudas, me lanza guiños, insinuantes miradas de andaluza, sonidos de sus dedos deslizándose por los belfos del animal, sus pies golpeando las ancas, olé las niñas bonitas, dice el barquero, olé las niñas que no pagan dinero, al barquero, Caronte herido, tapándose un ojo con la mano derecha, la izquierda empuña el remo, de esta tempestad no salimos, olas que salpican a mil peces enterrados, con sus aletas dorsales sobresaliendo en la arena, esperando nuestros pies incautos, preciosa mía, tú y yo sorteando el veneno, saltando como atletas etíopes, como antílopes suicidas sobre las fauces de los leones de la duda, quiéreme amor, quiéreme como si tu brazo pidiera ayuda, el resto de tu cuerpo sumergido en un lago de Escocia, el brazo que empuña la espada de la epopeya, la que deberás extraer de la piedra, la que cortará de un solo tajo el aburrimiento de esperar en un mirador de madera y cristales que reflejan el sol de abril, no, no sabrías esperar, dama inquieta, que estabas ahí, fumando sin parar, abrazada a Miller, viajando a Madrid, a Madrid, volviendo, que habías olvidado la voz ronca de un desconocido atropellando tus oídos, sus manos ásperas recorriéndote, su olor de otro, tu garganta emitiendo suspiros, tu pecho temblando de impaciencia por el que llegará a las once y cuarto, ni un minuto después, esa sensación en la boca del estómago, ese hombre tumbado sobre ti, ochenta kilos inmovilizándote, liberándote, haciéndote ascender a los cielos vestida con una túnica nívea, alrededor música de laúdes, un diablo escondido detrás de la biblioteca, se le ve el rabo, se le ve el tridente, huele a azufre, y esas nubes rojas, como el humo que salía de las chimeneas de la acería cuando soplaban oxígeno en los hornos con el caldo burbujeante, escandalosas nubes venenosas de las que nadie protestaba, como tú que no protestas de mi mirada que te ve como si fueras de cristal, te veo las tripas, te oigo el corazón, te puedo decir cuántas costillas tienes, puedo dibujar tu sexo de memoria, con la mano izquierda, con lápices que no dejen sombras, que iluminen, que rayen el cielo, que dividan, en ese cuarto el paraíso, el limbo el resto, tú y yo un universo a escala, modelo C para armar, lámina recortable como la casa Gaudí, para nuestras tijeras de dulzura, para el pegamento de amarnos como papagayos ensimismados, sin saber siquiera si volamos o ha llegado el crepúsculo y este es otro plano y esas voces es que vienen a prendernos y las antorchas hieren el rostro ingenuo de esas monjas que miran sin saber, sin ver y esos cinco ciegos en fila amarrados con cuerdas de necesidad, tomados del hombro, cae uno caen todos, caen en el pozo donde se entierran los presagios, tiré una piedra y no la escuché llegar al fondo, me tiré yo y me rompí los dos brazos, no puedo abarcarte, no puedo obligarte al beso, tú martillando mi cabeza como un obrero de la construcción haciendo zanjas y laberintos en mi cerebro, estoy así, abierto y expuesto, apuntalando el viernes, temiendo el vacío sin ti hasta el miércoles próximo, oh puente que apenas cruza la distancia, oh puente que no llega hasta allí, bombas sobre mi ciudad vacía, todavía está muy lejos la paz, todavía está el frente de batalla desde el no hasta el quién sabe, kilómetros de alambradas, aviones sobrevolando la Ciudad Jardín, sirenas dando música a las miradas perdidas y recoger los enseres y ponerse a salvo, esto no era pero derivó hacia los cuentos de mi infancia y ¿qué quieres? no se puede detener el rumor de los recuerdos, las tardes junto a mi madre, mirando por la ventana, reviviendo carreras por la calle Aragón, el olor en los refugios, esa flecha se ha clavado cerca de mi corazón y la sangre gotea, plof, plof, dama en la almena, me gustas cuando te vistes de señora, me gustas cuando te desnudas de niña, me gustas cuando me enseñas la diferencia entre un melancólico y un hombre triste, cuando me tiras de la oreja porque olvido un acento, cuando me corriges un porqué, cuando esparces tu pelo por mi espalda, cuando me das aceite entre los dedos de los pies, cuando me afeas que pasee ante ti con la evidencia erecta de mi pasión, mujer salada como el océano en el cuenco de tus manos, mujer palmera llena de pájaros, mujer imán para mis dedos de alfileres, para mi corazón de hierro, para mi cuerpo que se derrite en tu agosto constante, que estaría horas y horas trepando a tus balcones, bajando a tus sótanos, construyendo ladrillo a ladrillo el edificio de pasión y amor que nos cobija, peregrinos de otras vírgenes, romeros a galope entre el polvo del camino que lleva a dónde, refugio de golondrinas perdidas, de escritores franceses a los que ya nadie lee, de filósofos centroeuropeos perdidos en los anaqueles de librerías cerradas al terminar la guerra, no tienes imaginación, o mejor, la usas parcialmente, solo para lo que quieres, para lo que la tienes programada, por eso no quieres fantasear que entras con tu corto vestido de flores en bares llenos de humo y hombres que te rozan al pasar murmurándote vagas obscenidades al oído, yo a tu lado, defendiéndote, por eso no quieres imaginarte en la penumbra, en una cama de sábanas amarillas, con dulces olores de sándalo, con esa mujer que también te acaricia y te besa, se disputa conmigo tu cuerpo trémulo y lleno de ansiedad, ni siquiera sabes que te amaré en todas las posturas y maneras y te aprisionaré, te sujetaré, te haré mía con la rudeza del hombre del camión, y mucho menos consientes en sentirte con los ojos tapados por un pañuelo de seda mientras te despojo de la ropa lentamente y así, tendida, abierta al quizás, notas sobre ti manos que no conoces, olores que no distingues, voces y susurros que se superponen a la mía y quisieras gritar y marcharte si no fuera por esa dulce inquietud que te invade, por ese intensísimo placer que te aprisiona y te anula, y me llamas y te respondo y escuchas otras respiraciones y atrapas mi mano y no puedes hacer otra cosa que sentirte y contener el grito y ya, que llega la fiesta, que calle esa orquesta que quiero soñar, que se abran a la realidad, ahora sí, las puertas del hotel donde llegamos de noche y del que marchamos de madrugada, recepcionista somnoliento, cuarto a oscuras, amor de luz, sábanas mojadas, revueltas, sin mancha, solo la huella de un milagro, palomas saliendo por la ventana, conejos debajo de la cama, ojos detrás de los cuadros, ruidos en el pasillo, gemidos en la habitación de al lado, sonidos sucios en la de arriba, campanas en la iglesia al final de la calle, y volver, de puntillas, entrar en casa antes de que amanezca, shisssst, todos están dormidos, tu olor en mis dedos, tu aroma en mi alma, tu recuerdo fluorescente sentado en el sofá, tu imagen invisible recostada bajo las cortinas y saber que esta noche tampoco podré dormir, insomne, crucificado cabeza abajo por tu recuerdo.





miércoles, 8 de abril de 2009

Llueven pájaros y no puedo dejarlo

Nunca sabré de ti,
y eso lo supe
desde el primer encuentro.
Esta certeza tiene tanta fuerza
que es
como si tuviera noticias tuyas
a cada momento.

(Clara Janés)


Llueven pájaros y no puedo dejarlo, mi cabeza se llena de gritos blancos, con el desafío de hablar desde la lógica, la cordura se ha perdido en una carretera a Paterna, los vencejos chillan sobre el coche de línea y los pastores silban a lo lejos. Hay una mujer sentada junto a la gasolinera y desde los camiones, conductores rudos le gritan palabras soeces, ella les sonríe devolviéndoles gestos obscenos. Unos niños pedalean sobres sus bicicletas de sueños. El vendedor de melones tiene un rictus de fastidio. El cielo está lleno de nubes alargadas, quizás llueva, quizás no y entonces podremos perdernos detrás de la pared del cementerio a buscar caracoles o grietas en nuestros cerebros o colores nuevos en la raya donde se juntan los dos mares. No creas que lo viejo no sirve, sirve, sirve cada mirada atemorizada detrás de la valla, cada mirada de miedo, de rabia porque esta no es la tierra de promisión que esperaban. Detrás de cada mirada hay un hombre como yo y aunque lo intento no sé qué puedo hacer para ayudarle y escribo incoherencias y su mirada me persigue en esta ciudad de opulencia donde los pobres están numerados y la vergüenza se ha perdido hace demasiado tiempo. También la decencia siempre que cada muerto solo ha traído lágrimas, palabras de pésame a la viuda, a los huérfanos. Hasta cuándo vamos a vivir sordos, ciegos, sin saber que nos están matando también a nosotros. Ya no sabemos muy bien quienes son ellos, quienes nosotros y cuándo acabará esta sangría sin sentido que nos llena de dolor, de horror, de pánico ante el futuro de esa niña a la que todavía no he bañado -¡¡Voy!! -¿Ves? A ti tampoco te importan mis sueños y, sin embargo, aunque todavía no ha amanecido, llueven pájaros sin descanso.

martes, 7 de abril de 2009

Llueven pájaros sin descanso



«A fe que debe ser razonable poeta, o yo sé poco de arte».

(Don Quijote)



Llueven pájaros sin descanso y a nadie le importan mis sueños.

Todavía no amanece. S, que me conoc(ía)e, sabe que hablo de estas cosas para no entrar en los bosques de la realidad, para no transitar por este día que me muerde con la crudeza de lo cierto.

A veces escribo cuentos, poemas, mentiras, pero esto es otra cosa, esto es constatar que la felicidad se ha terminado y ya, ella no, ella nunca más, ella adiós. Ya no mañanas plácidas de juegos en el diván, no paseos por el acantilado al atardecer, escondiéndonos, cuando el sol nos regalaba toda una gama de colores que la retina urbana apenas distingue, acostumbrada al humo de los automóviles, a las aglomeraciones, a las manifestaciones con pancartas bordadas a punto de cruz, con consignas crudas, con fotografías de los presos.

Deberé acostumbrarme a sonreír a pesar de estar triste, a fingir que los días son hermosos aunque cada hora sea una losa de aburrimiento, de tensión porque las cifras no salen, los números se rebelan y saltan a los ojos como gallos furiosos, como piedras rodando por las laderas de lo imposible y esto era, esto es vivir, el bostezo, la ansiedad, la angustia de no saber y, para colmo, Carmen también se ha ido y no más tardes de sábanas de luz sobre nuestros cuerpos aún morenos, no más suspiros, jadeos, besos, no más inventar excusas para llegar tarde a casa, no más alegría en este invierno que pasa tan lento, tan frío, tan lluvioso, con tardes muy cortas, rutina de las mismas calles, las mismas conversaciones, huecas. - Si, cielo, ahora voy a bañar a la niña -.


lunes, 6 de abril de 2009

Llueven pájaros en esta orilla.

No quiero contemplar el mundo racionalmente

para que me devuelva la mirada racional;

no quiero ningún equilibrio.

(Imre Kértesz)


Llueven pájaros en esta orilla al otro lado del río de los sueños.
De madrugada salgo dispuesto a cazar un ángel.
Asusto a las diez palomas posadas sobre una cerca.
Rastreo entre los puntos cardinales de las calles vacías en la bruma.
Quiero atrapar esa luz escarpada que rodea a los serafines.
Meto mi pie en el agua fría del río turbio, del río que arrastra el cadáver de los delirios de ahora.
Me envuelve un silencio vegetal pleno de recuerdos, perdedor de batallas entre sábanas, noches, nombres olvidados, anfibios, niñas que nunca serán mujeres a mi lado, silencio y un ramillete de romero.
Insectos con largas patas de hielo me recorren los tobillos.
Las carpas nadan a contracorriente y la soledad corta suspiros con su cuchillo húmedo.
Camino por galerías de musgo, como un explorador que clava banderas negras en la geografía de un cuerpo desnudo.
Camino y miro.


domingo, 5 de abril de 2009

Sunset Drive Suite.



Sunset Drive Suite.

De las pocas mujeres que amé, ninguna tuvo
tatuado el nombre al aire, o el brillo de una alhaja
pendiente del ombligo ni de un labio. Eran tiempos
lacónicos entonces. No había rosas rojas
al sur de alguna espalda, ni brazos con espinas
y cóccix estampados con negros ideogramas,
ni ángeles ocultos y terribles dragones
en un pubis de trigo dorado por el sol.
Las mujeres tenían cierto aire de tragedia
romántica del siglo de los yuppies. Estaban
al acecho de todo posible candidato
a ser El buen partido, un hombre de negocios
con éxito y futuro, e ilustres apellidos
para dar a tres hijos pesados y a una hija
que tuviera el encanto y la gracia de su madre.
No llevaban tatuajes visibles, ni lucieron
un piercing de orgulloso y pulsante desafío.
Sus marcas eran otras, más hondos los estigmas
grabados en sus médulas con agujas violentas
y tintas
minerales que no fueron capaces
de quitar con la pócima amarga de la vida.
Era tiempo bruñido en azúcares de plomo
el que lastraron. Ellas buscaban imposibles
amores cristalinos en barras de caoba,
en salones del tedio o abajo de las sábanas
en tránsito hacia el día, igual que las muchachas
que muestran sus diseños al viento que destrozan
sus pasos de pantera, y miran con el ímpetu
tribal de su artificio los ojos inyectados
de príncipes efímeros. Las mujeres que amé
se aherrojaron con otros, inscribieron alianzas
en sus dedos nupciales, y tatuaron sus almas
detrás de unos postigos con lentas hipotecas
de un sueño que agoniza en alcázares en vela.
En su piel hay dibujos de la máscara Revlon
antiarrugas, de pobres resultados y ricas
fragancias de algo tenue y etéreo, humo de orquídeas,
vapores de borgoña, gotas de girasol
que dejan al salir del cautiverio.

Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, México, 1955)



Hoy no escribo y me quedo contigo leyendo este poema.
Se acercan unos días de silencio.
Córdoba me espera.
Tú ¿dónde vas?




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