Parker se inspira.
El juego misterioso que va del amor a un cuerpo al amor de una persona me ha parecido lo bastante bello como para consagrarle parte de mi vida. Las palabras engañan, puesto que la palabra placer abarca realidades contradictorias, comporta a la vez las nociones de tibieza, dulzura, intimidad de los cuerpos, y las de violencia, agonía y grito. La obscena frasecita de Posidonio sobre el frote de dos parcelas de carne, no define el fenómeno del amor, asi como la cuerda rozada por el dedo no explica el milagro infinito de los sonidos. Esa frase no insulta a la voluptuosidad sino a la carne misma, ese instrumento de músculos, sangre y epidermis, esa nube roja cuyo relámpago es el alma.
Reconozco que la razón se confunde frente al prodigio del amor, frente a esa extraña obsesión por la cual carne, que tan poco nos preocupa cuando compone nuestro cuerpo propio, y que sólo nos mueve a lavarla a alimentarla y, llegado el caso, a evitar que sufra, puede llegar a inspirarnos un deseo tan apasionado de caricias simplemente porque está animada por una individualidad diferente de la nuestra y porque presenta ciertos lineamientos de belleza sobre los cuales, por lo demás, los mejores jueces no se han puesto de acuerdo.
Al igual como la danza de las ménades o el delirio de los coribantes, nuestro amor nos arrastra a un universo diferente, donde en otros momentos nos está vedado penetrar, y donde cesamos de orientarnos tan pronto el ardor se apaga o el goce se disuelve. Clavado en el cuerpo querido como un crucificado a su cruz, he aprendido algunos secretos de la vida que se embotan ya en mi recuerdo, sometidos a la misma ley que quiere que el convaleciente, una vez curado, cese de reconocerse en las misteriosas verdades de su mal, que el prisionero liberado olvide la tortura, o el vencedor ya sobrio, la gloria.
Foto: Joana Dilão.
Adília Lopes, seudónimo literario de María José da Silva Viana Fidalgo de Oliveira, es una poeta, cronista y traductora nacida en Lisboa en 1960. Considerada una autora de culto de la literatura portuguesa, está escasamente traducida al español. Es una de las poetas contemporáneas que más ha explorado la cotidianeidad, alejándose del lirismo de los poetas clásicos. Sus poemas, que a menudo parecen fragmentos extraídos de algún diario, están llenos de referencias a la literatura, la filosofía, la cultura popular y la ciencia. Estudió física en la Universidad de Lisboa, licenciatura que abandonó, casi terminando, debido a una psicosis esquizoafectiva, enfermedad de la que siempre habló abiertamente, tanto en su poesía, crónicas, conferencias o entrevistas en medios de comunicación. Dejó de estudiar por consejo médico y comenzó a escribir con la intención de publicar. Su escritura se caracteriza por juegos fonéticos y asociaciones libres, por un tono sencillo pero punzante. Presentamos cuatro textos traducidos por Carla Badillo Coronado y seis poemas pertenecientes a la antología Escribir un poema es como atrapar un pez (Tragaluz editores, 2018), con traducción de Alejandro Giraldo Gil.
[Yo quiero follar follar]
Yo quiero follar follar
halladamente
si esta revolución
no me deja
follar hasta morir
es porque
no es
revolución
una revolución
no se hace
en las plazas
ni en los palacios
(esa es la revolución
de los fariseos)
la revolución
se hace en el baño
de la casa
del colegio
del trabajo
la relación entre
las personas
debe ser un trueque
hoy es una relación
de poder
(incluso al follar)
la segadora siega
feliz
siega en sus tiempos libres
(¡ya es semana de 24 horas por 7 días!)
la gestora examina
la empresa
por el baño
y canta
feliz
porque hay alegría
en el trabajo
el llanto de la bebé
no le impide a la madre
venirse
la gallina juega
con la zorra
yo tengo el derecho
de estar triste
***
Chips implicados
La psicoanalista me decía: diga todo lo que le venga a la cabeza. Yo estaba sufriendo, me callaba. Ella preguntaba: ¿en qué está pensando ahora? Me daba ganas de decirle que estaba pensando en Dios y en un pasaje de Spinoza. God. Dog. La psicoanalista decía que yo no le daba material. Era una tortura. El psiquiatra —un doctor profesor muy pretencioso— decía que yo solo me preocupaba por cosas pequeñas. También me preocupo por la distancia de la Tierra a la Luna y por la Torre Eiffel. A partir de aquí solo puedo ser ordinaria. Este se agitaba tanto en la silla giratoria durante mi consulta que yo llegaba al final con ganas de pasarle una guía de tratamiento con Haldol y Lexotan12 de hora en hora, tal vez hubiese sido mejor aumentar dos cajas de pastillas de Futre.
Con este Rocambole todo lo que tuve que aguantar, los chips de mis neuronas están cinco estrellas, siete estrellas. Es Dios. El viejo Spinoza, que no escribió una línea sobre el neurotransmisor, es quien me curó. El neurotransmisor es una cosa pequeña.
***
Porque solo somos
animales acosados
en la lucha por la sobrevivencia
escribimos cavernas
y diarios.
***
Arte poética
Escribir un poema
es como atrapar un pez
con las manos
jamás he pescado de esta manera
pero puedo hablar así
sé que no todo lo que agarran las manos
es pez
el pez se resiste
intenta escaparse
se escapa
yo persisto
lucho cuerpo a cuerpo
con el pez
o morimos los dos
o nos salvamos los dos
tengo miedo de no llegar al fin
es una cuestión de vida o muerte
cuando llego al final
descubro que necesité atrapar al pez
para librarme del pez
me libro del pez con un alivio
que no sé expresar
Supongo que en algún momento
deberé coger el toro por los cuernos *.
No puedo ignorar lo que ocurre,
normalizar la ausencia, lo no dicho, lo presentido, hacer como si no pasara
nada, pasa, vaya si pasa.
Tortura de lo ilícito, la
tentación de los frutos madurados a la luz, los pequeños animales ocultos en la
maleza oscura, sus gritos de lucha o goce, eso.
Afrontar el día después de la
sorpresa, la reacción absorta, es lo que es, adivinar lo que será, envolverlo
en un paño blanco y colocarlo en la repisa del miedo.
Degollar un gallo, espantar las
ocas que cuidan la puerta trasera y el puente, bajar la ladera justo hasta el
límite. Esperar. No aferrarse a la esperanza, no la hay. Reposar el odio.
Diluir las miradas turbias. Dejarse guiar por la intuición cuando no quede más
remedio. Enterrar los años, la historia, ayer, todo aquello, no sirve, ha
caducado el amor y solo queda el resquemor como la veta de un mineral sin
nombre. Defender la sonrisa mientras dure. Aprender, rápido. no habrá más
oportunidades, Lázaro no volverá a resucitar, las palabras no tendrán el mismo
significado.
No corras, quédate aquí, piensa,
razona, sin precipitarte pero toma una decisión, ya.
Continuará.
Coger el toro por los cuernos, es decir, enfrentar
la situación sin mayor dilación o vacilación.
Qué revuelo, parece ser que los neutrinos viajan más deprisa que los fotones aunque Einstein no está de acuerdo y proclame que todo es relativo, lo que es relativo a uno mismo puede confundirse con egoísmo aunque seas desprendido y audaz, por eso quiero recordar con intermitencias ese momento, esa frase, nos quitamos la ropa, ahora que siento alacranes paseando por la columna vertebral de la nostalgia, salen de la sentina del alma y no me dejan dormir en un descanso de la fiesta, uno más uno nunca es uno, lo digan los físicos del experimento Ópera o el porquero, dejémonos de fatalidades y amarguras, hagan crack los mercados o los mercaderes, con regocijo acabo de enterrar la trascendencia, sí, el espejo y yo sabemos que queda poco del atleta y nada del filósofo, pero ella decía esa frase y me hacía pensar en la vida, olvidar la muerte, resignarme a no tener parecido con Orestes, ser el poeta que canta mientras arden las ciudades y sabemos que el paraíso terrenal está aquí al lado, al otro lado de la valla con grafitis y yonquis acostados, también está el infierno, el cielo es un invento de monjas alucinadas y sumos sacerdotes con espadas y torturas, papel de plata para los chinitos y niños negros con una ranura en la frente, que no, que no, que el firmamento está tan lejos, con liebres, osas y carros, constelaciones para las noches de agosto, lejos de la luminosidad que deja ver lo que deja ver, nada entre tanto todo, que nos quitábamos la ropa, ay amor, y el abrazo hacía arder las cortinas, temblaban las persianas y nosotros, ella y el zahorí, ahogándose en suspiros y dulzura, esforzándose en contradecir al Laboratorio Nacional del Gran Sasso, bajo los Apeninos, por muy rápido que viajen los neutrinos ellos, nosotros, el zahorí y ella, llegaban antes que nadie al éxtasis.
Llegan los sueños como mastines, fieros, negros. Me muerden los muslos de la ansiedad. Caigo por abismos sin fondo, me despierto. Me persiguen hordas de hombres oscuros, mal encarados, me despierto. Estoy en mitad de un desierto, angustiado, me despierto. Miles de ojos me miran, siguen cada uno de mis pasos, me despierto. Me afano, ansioso, sobre Ella, sin llegar a nada, me despierto. Vuelven aquellos a quién amé y amo y no están, hablo con ellos, es tan real, lloro y me despierto. Ay.
Sobre tres frases de Gabrielle
Colette
Colette escribió tres frases extraordinarias. Tres proposiciones muy densas, que apenas pueden seguirse, y que sin embargo emitió en un mismo movimiento. Quisiera comentarlas. Son éstas: “A menudo me digo que me gustaría vivir en el seno de una especie distinta de la especie humana. Hay una belleza natural más bella que la estética. Hay una belleza en los cataclismos, la tempestad, las tormentas, los saltos de los animales en la jungla, los galopes de los caballos sobre las mesetas y los prados, los meandros de los ríos en las llanuras, la gracia de los jóvenes que juegan”.
Hay una superioridad silenciosa de Colette sobre todos los demás escritores franceses que “explican” lo que hacen, que exigen demasiado sentido en el curso de la vida, que anticipan demasiada racionalidad en el Ser, que proyectan demasiada orientación en la Historia, que quieren fundar su decir antes de enfrentar sus riesgos (Montaigne, Rousseau, Sade, Laclos, Stendhal, Mallarmé, Ponge, Klossowski, Bataille…). Por desgracia, soy como eran ellos. Ella, Gabrielle Colette, como la castellana de Vergy, como Madame de Genlis, no argumenta. Colette era perfectamente consciente de esa soberanía que ella asociaba además, indisolublemente, con el silencio sexual. Se aferraba como a la niña de sus ojos a ese silencio absoluto, testigo de la fuente viviente en ella. Lo ejercía sobre todos los hombres que la deseaban, sobre todas las mujeres que ella pretendía. En sus Aprendizajes, confiesa que su “truco de enamorada” se restringió obstinadamente toda su vida a esa reticentia refleja. La sonrisa a escondidas, los ojos bajos, la mano que se retira, la evitación incomprensible, el retiro arisco, el silencio ante la pregunta que le plantean, el rostro inexpresivo ante cualquier súplica. Siempre responder mediante el rechazo a responder. Esa mujer nunca ocultó la admiración que sentía por los libros que Friedrich Nietzsche compuso en los años 1880. Es Cibeles ante los ojos de su madre y también es Cibeles ante los ojos de su hija. Un acuerdo total con la naturaleza funda esa obra. Una crueldad vibrante la impulsa. Despreciaba a los blandos, porque les faltaba desarrollar fuerza, a los gordos, porque no tenían el coraje de pasar hambre y adelgazar. Detestaba a los que se consideraban desdichados, porque le parecía que no había que añadir la necesidad al dolor que hace sufrir el azar. Fue voluntariamente Medea para su hija tal como lo habrá sido para su nieto. De manera sorprendente, Colette es la única escritora cuya concepción de la humanidad no fue ensombrecida por la experiencia de la primera guerra. Es lo contrario de Céline. Los dos hombres que más amó eran judíos (Schwob, Goudeker). No sintió ningún horror ante los horrores de las trincheras, que para ella no eran peores que el sitio de París, no eran peores que la Semana sangrienta. Lo peor era normal. Su padre, cuyo nombre masculino tomó como si se tratara de un nombre de mujer, había sido herido en la batalla de Melegnano, en 1859. Luego de que una bala de cañón austríaca le aplastara la pierna, fue amputado por un cirujano de Milán, justo debajo de los testículos, que quedaron ambos intactos. En el trimestre que siguió a su amputación, el emperador Napoleón III lo nombró por decreto imperial recaudador de impuestos en Saint-Sauveur-en-Puisaye. Ella escribió que nunca había sido tan feliz como cuando se reunía con Jouvenel en el frente, multiplicando los abrazos en una cama de hostería con el ardor incomparable de un hombre maloliente que sale del barro de la trinchera donde estuvo enterrado todo el día y que aún está completamente impregnado de miedo.
“El único ser al que veo completo es el feto en vísperas de nacer, que todavía nada.”
En esta frase de Colette, que fue bailarina nudista en el período de entreguerras, hay algo que anuncia las danzas extrañas, también desnudas, cubiertas de cenizas, del butoh, que siguieron a las bombas lanzadas sobre Hiroshima, sobre Nagasaki, y los siete años de ocupación norteamericana en el territorio de las islas del Japón que prohibían mencionarlas y llorar a sus muertos.
Fue en 1962 cuando Hijikata degolló en público, en la penumbra de un pequeño escenario, a un gallo que sostenía entre sus piernas desnudas.
La dependencia del origen, la inherencia al cuerpo continente de la madre de pronto, con un golpe de cadera, se rompe. Así es el instante natal.
Increíble danza expulsiva (pérdida del agua) intrusiva (la intrusión del aire en el cuerpo), caída al suelo (en la no motricidad, en la posibilidad de la muerte, en la defecación, en el hambre), tal es el fondo de la experiencia de los hombres.
Cada uno de nosotros viene de esa manera del mundo oscuro.
Así es el ankoku butoh, la danza oscura que agita a los nacientes que tratan de desplazarse y de sobrevivir en la superficie de la tierra, empujando los huesos de los muertos que los engendraron con sus sexos aún tumefactos y vivos.
Estiran los cinco dedos de sus manos hacia adelante en la luz lanzando gritos.
“Ankoku-butoh” quiere decir exactamente “danza-salida-de-las-tinieblas-que-sube-a-ras-del-suelo”. Que re-nace. Danza que intenta el renacimiento. Vida que procura renacer en el curso de una motricidad originaria.
Al día siguiente de una explosión estelar originaria.
Colette decía que tenía que hacer que su cuerpo gozara todos los días, sin excepción. Que había sido así toda su vida, sola o no, o con sus dedos, o con los labios de una amiga, o mejor aún, según lo que ella misma aclaró, penetrada por el sexo de un hombre más joven que ella. Colette explica esa necesidad por medio de una imagen potente: dice que le hacía falta “gozar cada día como un prisionero prepara la evasión”.
Pascal Quignard
En 1948, cuando vivía en Tucson, Georges
Simenon escribió “La nieve estaba sucia”, un título que destaca entre su
ingente producción literaria. Una magnífica novela, dura, sórdida, inteligente,
inquietante, tortuosa, profunda, con un personaje central bien definido que nos
hace pensar, que nos fascina y nos repele por su relación con la vida, con los
demás e incluso consigo mismo. Simenon nos va contando lo que ocurre en ese
pueblo ocupado por fuerzas alemanas y en un hábil giro narrativo pasa a lo que ocurre
dentro del personaje. En todo momento exige al lector que entre en la trama,
que la entienda, que participe. Me ha gustado mucho.
Lo que conté ayer no era del todo
cierto.
Jamás he cantado yodels.
Al menos en público.
En la intimidad, sí.
Lo confieso.
En realidad soy un estudioso del
trabajo de un tal Parker.
Ahora estoy literalmente
sumergido en su “
Parker y el límite hard” (clik para leerlo)
Pero me dicen que en realidad tal
texto es un plagio de otro texto de Pedro M. Martínez.
Me vuelvo a cantar yodels.
En la intimidad.
Es la vida, chicos, tantos trabajos he tenido en mi vida.
Jamás me he considerado novelista. Desde que empecé a escribir me sentí cuentista… Bueno, si me remonto a los orígenes, lo primero que escribí fue poesía, aunque aquello era más bien una suerte de conjuro verbal. La novela surgió cuando llevaba más de veinte años escribiendo cuentos. Tengo un amplio espectro de registros, desde una o dos líneas hasta un párrafo, una página, dos páginas, y en algunos casos textos de una extensión algo mayor. A medida que son más largos se vuelven más narrativos, y cuanto más cortos se parecen más a una canción. Puede que no sean poemas, pero el lenguaje, el ritmo y la forma son de un orden más musical, aspecto que se convierte en el elemento prioritario. Pero incluso entre los textos más breves los hay muy distintos. Algunos son como un grito, otros una especie de meditación. Realmente la novela era una especie de cuento largo. No era cuestión de que yo considerara que había llegado la hora de escribir algo orgánicamente distinto desde el punto de vista narrativo, sino que de repente me tropecé con un material que necesitaba mucho más espacio del que yo le podía otorgar dentro de los límites de un relato.
Lydia Davis
Abel Selaocoe acaricia el
chelo, Teddy Swins canta, Leopoldo María Panero habla y
deja poemas como insultos a la inteligencia de los
inteligentes y yo no entiendo, por eso es estimulante el diálogo
aunque sea entre biombos, aunque los antifaces, aunque las distancias, aunque
las mentiras empiecen a ahogarnos y nadar bajo el agua tiene el límite de la
capacidad pulmonar del que se desliza entre ondas y peces, entre algas que
ocultan y arrecifes que desgarran el confiado casco de cargueros surcando mares
transparentes pero, desafiando olas y espumas, monstruos marinos, cachalotes,
orcas agresivas, salvavidas atrofiados que miran sin ver desde su altura en
playas en las que ya no caben los que no saben nadar, los desplazados, los
apátridas, los diferentes, los que no se enamoran ni de sí mismos, los últimos
en llegar sin haber salido y hay días que no está uno para nada aunque
el frío de enero siga sin traducción y la geografía de la gloria siga dentro de una
incógnita de exploradores impotentes, de olas en la piscina mínima de un jardín
japonés que no sabe usted con quién está hablando y ni con un
zumo mañanero de orquídeas rojas se dilatan las pupilas de los dormidos
voluntariamente, hay que ver, que entre un insomne feo y la bella durmiente no
sé con quién quedarme y aunque no estuve en Pompeya a veces me siento sepultado
bajo montañas de lava aburrida, de materia gris incapaz de traducir alfabetos
turbios, que los pájaros cantan siempre la misma canción, que estamos aburridos
de pájaros, de los mismo pájaros, de la misma jaula, del bosque donde nos
perdimos hace años, entre lobos y sacamantecas, en la oscuridad, en el silencio,
en el peligro de incendios, destrucción del maná, frutos, raíces, recuerdos
bajo la corteza, amo a Carmen grabado en el tronco, añoranza
del deseo, de aquel deseo poderoso bajando de cumbres en las que apenas se
podía respirar, repetición del miedo, vuelta de tuerca al no ser, a la
inconsciencia, al punto cero, hay mañanas que divago, como esta, de cielos grises y nubes dentro del pecho, de dolor sin saber la causa, de una
desesperanza tal que meto la cabeza bajo una piedra y si se cae el mundo que me
pille dormido. Lástima de insomnio crónico.
Esto tiene un límite, llega desde aquí hasta aquí (y hace el gesto con las manos).
A partir de ese punto empieza el hastío, sin vuelta atrás, sin remedio, sin otra solución que continuar como si nada hubiera pasado (o cerrar la puerta y volver al principio, o buscar nuevos horizontes, o dar fuego a la barraca y aquí paz y después Gloria).
Estas son cosas que escribo
dictado por mi imaginación, un señor bajito que tengo sentado detrás del hombro
izquierdo y sospecho que mi inconsciente algo tendrá que ver. No es mi realidad (al menos la de ahora).
Mi realidad es que hoy es mi cumpleaños.
Muchas gracias por soportarme.