Que así sea.
Sir Lawrence Alma-Tadema
Arrancando la piedra herida por
el rayo, impío, comienzo a golpearme el corazón, dudando entre saltar a un
hoyo, al volcán, o romper la lira de Anfión para que cada frase sea una selva,
cada palabra una bestia rabiosa, cada perfume rancio un motivo de desprecio y aun
así, purgándome la bilis en su otoño, solazándome en mi canto en elodio, para
ella, sin requerir sus alabanzas, ni el aplauso del coro de labradores, ni la
aprobación de los invisibles pero ruidosos coturnos del anfiteatro, alborotando
la esperanza de escuchar las flautas, el ladrido de los perros, ver las
golondrinas del verano, las frutas con que adorna su cabeza, llena de rencores,
de cólera, de maquinaciones en el muelle mientras espera mi regreso sin saber
que no vuelve aquel que no se ha ido, ignorando que hasta las estatuas de
bronce conocen su virtud perdida, mi odio insensato y el desprecio que esgrimo
como abubillas que pican su rostro, como lobos furiosos acosándola en el bosque
en el que perdimos la esperanza de mañana, la mirada oscura entre las viñas, la
piedad de acuchillarla por la espalda para no ver sus ojos, nunca más, sus ojos
de nieve, codiciosos, mirando ahora las olas y el tiburón que gira, el gesto de
olvidar, bajo las aguas, la traición, el fango de su nombre odiado mientras me
alimento de achicoria y uvas, vago entre los hombres escépticos, me abraso en
el incendio de no vivir entre sus brazos de leche y tortura, orino en la tierra
de su recuerdo y lanzo a todos los vientos las cenizas de nuestro amor
arrasado.
Maldigo su nombre, una vez más.
Que así sea.