Ungeziefer
A Frenchman weeps as Germans march into Paris, June 14, 1940.
¿Qué debe hacer un novelista cuando presenta a sus lectores tipos accesorios completamente comunes, para darles un poco de interés? No puede excluirlos del relato, porque esos tipos comunes forman una trama necesaria al desarrollo de los hechos principales. Al eliminárselos, se perjudicaría a la veracidad de la obra. Por otra parte, construir la novela con personajes extraños y extraordinarios, significaría caer en la inverosimilitud, en la insipidez. Nosotros creemos que el autor debe esforzarse por descubrir matices interesantes y sugestivos en los tipos secundarios (…). El mundo está mucho más lleno de lo que parece de personas así. Como el resto de los hombres, se dividen en dos categorías principales: los de poca inteligencia y los más inteligentes. Los primeros son los más felices. Fiódor Dostoyevski.
Se encendían de inocencia los olivares y la sangre se me agolpaba en las sienes con la luz primera que iluminaba tu cara, lo único que veía en la mañana de ríos penitentes que se conformaban con secarse en el verano. El amor me había cambiado la vida.
Nunca me conformaba en tu ausencia, cuando dejabas el camino por mucho que me asomase a la ventana ya tus pasos resonaban más allá del cruce, donde no me llegaba la vista, cerca del cementerio.
Cantaban las alondras pero no entendías el delicado tono del nosotros, te ibas y solo había un yo sin ti, emocionado y triste, ansioso hasta las siete del miércoles, quizás el jueves, no vivir, la espera bajo los rododendros, la línea de la tarde que no se detenía en el umbral, que llenaba de sombras mi rendición sin condiciones ni firmas al margen.
Era hermosa la entrega y el cansancio de no saber, o sí, el pulso en los brazos, el silencio, los libros que no podía leer, las hojas en blanco esperando la belleza, la voz, si no estabas no había magia ni triunfo, no podía escribir, apenas respirar, una hora y otra, hasta el miércoles.
Por las noches miraba el cielo, triste recurso para no envolver una historia sin prólogo, el techo negro con estrellas muertas, la ruta de pájaros extraviados, un ladrido, ecos de animales invisibles en un desierto pasado de moda, soledad de un poema que no lo era. Bah.
Fue cuando llegó el telegrama del No. Ibas a París, una rutina, para contar a quién sabe lo de la piel y el orgasmo, el júbilo contenido y la sublevación de tu carne, la constante huida por escaleras que nos llevaban ora a la tristeza, ora a la alegría. En la alameda, un violinista coreano hacía sufrir a Mozart, apenas tenía dos euros en el pañuelo extendido. Así estaba yo, un poeta transeúnte esperando tu limosna.
Era miércoles y no vendrías. Me rebelé. La diferencia era una cuestión de metros, la distancia entre lo que quería y lo que podía, siempre estabas dos pasos más allá. Fue una sublevación sin mucha sangre, me miré al espejo, tizné mi frente con ceniza y suspiré, me corté dos dedos, un tajo en el alma, me rajé las venas en sentido figurado. A partir de ahí el resto fue muy, muy difícil, pero eso lo contaré otro día.
2 comments :
"la distancia entre lo que quería y lo que podía, siempre estabas dos pasos más allá"
A dos pasos más allá...se encuentran tantas cosas que a veces pensarlo es una espiral contínua de respiraciones, de pieles, de memorias.
Beso-te.
Ya, Mayte, es que a mí que las cosas estén aquí o allá me importa poco, pero que alguien, esa persona del escrito, quién amo, esté siempre dos pasos más allá es que me deja así, como el de mi texto inventado ¿a que parece cierto? Pues eso, escribir es hablar de nieve en el Sahara. Besos abundantes.
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