Ruidos (1)
El piso de arriba se alquilaba.
Cada poco tiempo teníamos nuevos vecinos.
Todos traían sus alegrías y cuitas, su historia, sus ruidos.
Llegó un matrimonio con dos hijos, una niña de siete y un niño de diez años.
Los cuatro estaban muy delgados, con apariencia enfermiza.
La mujer tenía una dulce sonrisa en su cara pálida, de pena.
Los niños corrían por el pasillo calzados con botas de gruesas suelas. La madre les reconvenía con voz suave, llena de cariñosa firmeza, ellos seguían corriendo, alborotando, ajenos al ruido.
El marido tenía el pelo revuelto, la mirada huidiza, no trabajaba, al decir de las comadres bebía demasiado.
Una noche escuchamos gritos. El hombre veía bichos, grandes arañas se le aparecían en mitad del sueño, ciempiés gigantes le acosaban, verdes gusanos, terribles, querían comérselo. Llegó una ambulancia y se lo llevó. Volvió al de tres días con grandes ojeras.
Otra noche nos despertaron unos alaridos desgarradores. “Las arañas quieren picarme”, gritaba. Después escuchamos ruidos de cristales rotos y un golpe seco en el patio. Una ambulancia trasladó su cuerpo, aún respiraba.
Al día siguiente, en el balcón que daba a la calle estaba un cartel de “Se alquila”.
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