lunes, 15 de noviembre de 2010

Cuatro horas (y 2)

Ira furor brevis est.



Pasan de las diez y media, es hora de volver a casa, mañana hay que madrugar. Pasamos por una calle de un itinerario no habitual. Aquí también sigue la fiesta pero el ambiente es más áspero, todos están disfrazados de ellos mismos. Un individuo me dice algo cuando pasamos. Me giro y le contesto sonriendo, impregnado todavía del ambiente festivo. El individuo no está de fiesta y me dice algo no agradable. En vez de ignorarlo y seguir mi camino me acerco a él y le miro a los ojos preguntándole qué ha dicho, pidiéndole que se disculpe. El individuo, barbudo, farfulla frases incoherentes. Justo ahora es el momento ideal para irme pero no lo hago y acerco mi cara a escasos centímetros de la suya, sonriendo, queriendo quitar hierro. El individuo no escucha, habla y levanta la voz, le hablo y levanto la voz aún más. Nuestras narices casi se tocan y me doy cuenta que el tipo está mal de la cabeza, ha tomado algo o simplemente está buscando bronca. También me doy cuenta que le saco dos o tres centímetros de altura y que casi le doblo en edad. Me pregunto qué demonios hago metido en una pelea callejera, en un lugar desconocido, enfrentado a un individuo faltón. Constato que he perdido la oportunidad de marcharme y que me expongo a una desagradable, cuando no peligrosa, situación. Pero ya no hay vuelta atrás. El tipo me insulta, una vez, se me cruzan todos los cables y le amenazo con las más duras palabras que se me ocurren, me salen de la boca impetuosas, no tengo tiempo de pensarlas, estoy tenso, con todos los músculos alerta, ¿qué me pasa?, ¿soy este hombre descontrolado y agresivo?, ¿también soy así? le grito, le insulto, vocifero, no veo nada de lo que ocurre alrededor, estoy centrado en los ojos del individuo y su posible reacción, no pienso, solo le grito sin perder de vista sus manos, sus piernas, su cabeza, una posible arma escondida. El tipo se da la vuelta y en silencio se va. Ha sido demasiado. Pasan cuatro jóvenes, me dicen, “no se preocupe, estábamos atentos”. Y con la tensión no entiendo si lo dicen por haberme ayudado o por haberle ayudado a él. Vuelvo a casa, sigue lloviendo.

Las once de la noche. Cuatro horas. Reviso todo lo que he hecho. Me asombro, me avergüenzo, me pregunto, me respondo. No estoy nervioso, no me censuro, no me alegro, lo acepto. Ese ¿era yo? Intento analizarlo pero se me escapa esa reacción, se me escapa el contraste con mi naturaleza pacífica, de concordia. No estoy orgulloso, no estoy arrepentido. Me encojo de hombros, pienso, yo qué sé. Y me duermo. 

La ira es una locura breve.



He nacido en 18..., heredero de una gran fortuna y dotado de excelentes cualidades. Inclinado por naturaleza a la laboriosidad, ambicioso sobre todo por conseguir la estima de los mejores, de los más sabios entre mis semejantes, todo parecía prometerme un futuro brillante y honrado. El peor de mis defectos era una cierta impaciente vivacidad, una inquieta alegría que muchos hubieran sido felices de poseer, pero que yo encontraba difícil de conciliar con mi prepotente deseo de ir siempre con la cabeza bien alta, exhibiendo en público un aspecto de particular seriedad.

Así fue como empecé muy pronto a esconder mis gustos, y que cuando, llegados los años de la reflexión, puesto a considerar mis progresos y mi posición en el mundo; me encontré ya encaminado en una vida de profundo doble. Muchos incluso se habrían vanagloriado de algunas ligerezas, de algunos desarreglos que yo, por la altura y ambición de mis miras, consideraba por el contrario una culpa y escondía con vergüenza casi morbosa. Más que defectos graves, fueron por lo tanto mis aspiraciones excesivas a hacer de mí lo que he sido, y a separar en mí, mas radicalmente que en otros, esas dos zonas del bien y del mal que dividen y componen la doble naturaleza del hombre. Mi caso me ha llevado a reflexionar durante mucho tiempo y a fondo sobre esta dura ley de la vida, que está en el origen de la religión y también, sin duda, entre las mayores fuentes de infelicidad.

Por doble que fuera, no he sido nunca lo que se dice un hipócrita. Los dos lados de mi carácter estaban igualmente afirmados: cuando me abandonaba sin freno a mis placeres vergonzosos, era exactamente el mismo que cuando, a la luz del día, trabajaba por el progreso de la ciencia y el bien del prójimo.

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde;
Capítulo X.
Robert Louis Stevenson




9 comments :

ybris dijo...

Buen recuerdo de Stevenson en el aniversario de su nacimiento.
Todos llevamos algo de Jekyll y algo de Hyde dentro.
Y es más temible lo que podemos llegar a ser que lo que somos.
Y también, por el contrario, más esperanzador.

Abrazos.

gaia07 dijo...

Esa parte de Dr. Jekyll que tenemos tan dominada gracias a la continua e incisiva corrección que practicamos, y que en cuanto se nos va de las manos es tan peligrosa que puede autodestruirnos, nos ha mantenido en la cadena trófica como imbatibles. Pienso que como a todo lo negativo debemos temerla, pero no por ello dejar de conocerla para aprender a dominarla, y que no nos asuste llegar a saber de lo que seríamos capaces en algunos momentos.

Final perfecto.
Un abrazo

Pedro M. Martínez dijo...

ybris, Robert Louis Balfour Stevenson (13 de noviembre de 1850 en Edimburgo Escocia; 3 de diciembre 1894 en Vailima, cerca de Apia, Samoa) fue un novelista, poeta y ensayista escocés. Stevenson, quien padecía de tuberculosis, solo llegó a cumplir 44 años; sin embargo su legado es una vasta obra que incluye crónicas de viaje, novelas de aventuras e históricas, como también lírica y ensayos. Sin embargo, se le conoce principalmente por ser el autor de algunas de las historias fantásticas y de aventuras más clásicas de la literatura juvenil, La isla del tesoro, así como de la novela histórica La flecha negra y la popular novela de horror El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde, dedicada al tema de los fenómenos de la personalidad escindida que pueden ser leídos como novela psicológica de horror.
Vale, 160 años de su nacimiento, pero ha sido apenas una excusa para contar el lado Hyde (ya será menos).
Y es que, mi muy querido y admirado Ybris, lo que somos –al menos en mi caso-, lo que somos, ay. Lo que sois, fuimos, lo que somos, seréis (cuando menos lo penséis) –que está escrito en la puerta de algún cementerio.
Pá habernos matao.
Abrazos.

Pedro M. Martínez dijo...

Hija mía, gaia07, corazón, en algunos momentos ni te cuento de qué sería capaz. Tampoco te cuento de qué he sido capaz. Bueno, a veces sí que lo cuento. Y es que tengo mucho cuento. Pero, vamos a ver, tú que me conoces, lo que hoy cuento ¿es cuento?
(Final perfecto porque no hubo heridos. Si te contara) un beso ¿es posible?

Palmera dijo...

ya lo decía Confucio(creo)
"Conócete a ti mismo y conocerás a los demás".
¿te conoces bien?.
Yo bastante bien y con lo que hay por ahí estoy encantada de conocerme...
bihar arte

Mayte dijo...

No somos ni buenos ni malos...Somos un todo que a veces explota como violento maremoto y otros, dulces encantos que se derraman sobre los ojos amados.

Un abrazo, Pedro.

Pedro M. Martínez dijo...

Palmera. Conócete a ti mismo
 (nosce te ipsum). Esta inscripción, puesta por los siete sabios en el frontispicio del templo de Delfos, es clásica en el pensamiento griego. En todos los tiempos muchos pensadores han reflexionado sobre ella con variados matices siguiendo el ejemplo de Sócrates y Platón. La sabiduría de Occidente comienza, en su vertiente filosófica, con este pensamiento, intentando alejarse de adivinanzas y supersticiones.


Por supuesto que no me conozco bien. Qué cosa tan difícil. Feliz tú si te conoces. Enhorabuena.

Pedro M. Martínez dijo...

Bueno, Mayteღ, yo soy bueno (no tengo demasiadas oportunidades de saber si puedo ser malo).
El Bien y el Mal ¿dónde está el límite, la raya que los separa? Un abrazo.

mabel g. c.© dijo...

No puedo evitar que me venga a la memoria la canción de Alaska, aunque lo que dice la canción no tenga nada que ver salvo con mister Hyde.

Y a continuación aparecen divanes y alguna noche revuelta, jajaja...

El que esté libre de pecado que tire la primera piedra...

Un abrazo.

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