Acuchillados.
Regresos.
La palabra que
cruzó el horror, ¿qué hace?
¿Pasa los campos del delirio
sin protección?
¿Se amansa? ¿Se pudre?
¿No quiere tener alma?
¿Ahora todavía, torturada y violada,
tiene figuras remotas
donde un niño de espanto calla?
La palabra
que vuelve del horror, ¿lo nombra
en el infierno de su inocencia?
(Juan Gelman)
Me cuentan historias para que las cuente. Algunas merecen la pena. Aunque dan pena. Si eres piadoso. Si no lo eres dan ganas de decírselo: eh, tío, esa es una historia muy triste ¿cómo quieres que cuente esto?
Se acercan a cuchicheármelas a la mesa del rincón donde me siento los jueves y sábados. Vienen vestidos de blanco y naranja, a veces de verde, serios, distantes, con sus ropas apretadas y sus andares de pato, hablan como patos.
Ayer mismo me contaron lo de Juan y lo de María.
Dicen que Juan era guarda de unas instalaciones deportivas, una especie de bedel. Daba la hora para el frontón, te alquilaba las toallas, te guardaba la bolsa. Abandonado. Su mujer desapareció un buen día. -lógico-. Grueso, amable, sudoroso, hasta en invierno. Su madre estaba siempre sentada a su lado, en la garita, como una sombra. Le decía:”tráeme un vaso de leche”, Juan dejaba todo y se lo llevaba. Un pobre hombre. Un buen hijo. Murió la madre, de pulmonía. Al día siguiente encontraron a Juan, desangrado en el cuarto de baño, se había acuchillado. Veinte veces. Qué resistencia. Pobre Juan.
Dicen también que María, la madre de Begoña, pasaba una mala temporada. Desde que murió su marido, no terminaba de levantar cabeza. Begoña y su novio procuraban animarla, los domingos la invitaban a comer pollo en un restaurante de las afueras. Ellos bebían cerveza y María les miraba desde sus ojos llenos de agua. El resto de los días, hablaban para distraerla y ella se enroscaba en su propia ausencia. Así pasaban los meses. Un domingo Begoña llamó a su madre por teléfono, al décimo beep comenzó a preocuparse. Se habrá dormido– quiso pensar. Al llegar frente a la puerta del piso de su madre, con la llave en la mano, supo que algo iba mal. Al entrar el mundo se detuvo, las paredes del pasillo estaban llenas de sangre, también la cocina. Dentro de la bañera el cuerpo de su madre yacía inmóvil, cubierto de profundas heridas. Con saña increíble, María se había quitado la vida con un cuchillo de cocina. Pobre Begoña, no puede superarlo.
Estas historias me cuentan personas con andares de pato, que hablan como patos, vienen vestidos de blanco y naranja, a veces de verde. Son historias verdaderas, por eso no me gustan, me duelen. Prefiero inventarme las mías y saber que no, que esas cosas solo ocurren en mi imaginación. Pero la realidad, es tan, tan terca.
9 comments :
Jo, Pedro...
Me duele mucho María, mucho. Su mirada de agua me duele mucho...
La realidad supera siempre a la ficción, tanto en la tragedia como en la fiesta.
Hay historias que es mejor olvidar
...para mantener la cordura.
Camille, pues son dos casos rigurosamente ciertos, trágicamente reales.
A qué grado de desesperación se debe llegar para que uno se quite la vida a cuchilladas. ¡Qué muerte!
Y la mirada de María (obviamente no se llama así) al entrar a la casa de su madre tuvo que ser de las que dolorosamente quedan para siempre en la memoria sin poder desprenderse de ella. (conozco a María)
Un beso, mi querida impaciente.
Pedro, sí, a veces es preferible soñar despierto que tener pesadillas. Pero la realidad se impone en la dolorosa mirada de María. Difícil apartar los ojos.
Hoy un abrazo fuerte que vale por la decena de besos.
La realidad es cruel, la vida muy dura. Para muchos es mejor la imaginación; la dosifican como les viene en gana.
Besos
La realidad es, sin lugar a dudas, nuestro mejor sueño y pesadilla a la misma vez.
Recibe un cordial saludo berlinés.
Terriblemente doloroso.
A esto nos ha llevado nuestra cultura. Si, yo también siento así, estás historias son terribles. Impotente ante la necesidad de otro a dejar de vivir momentos, ratos, lugares.
Y esa necesidad existe, no hay obligación alguna de vivir por necesidad. En esa “realidad” aterradora sin sentido en la que no encuentras valores para vivirla, en ese vivir sin sueños que ni “tras la puerta” consigues paliar, en ese morir en vida con cada recuerdo, con cada mirada, con cada objeto…
Y eliges, el suicidio de Séneca o la Pasión de Cristo (sufrimiento salvador, dolor redentor, reconciliación con tu entorno, agonía como via crucis existencial)
La muerte acaba con todo, gozo y dolor, si ocurre contra tu voluntad es una tragedia, pero si la utilizas, puede ser una liberación. Y a los que queremos vivir pese a todo, con angustias, dolores y sufrimiento, nos aterroriza. ”… a la muerte no hay que temerla, porque cuando es, nosotros no somos, y cuando somos, ella no es.” Epicuro
Tú, sigue contándome cuentos ;)
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