viernes, 11 de enero de 2008

Perros científicos.

Aguzamos el oído para escuchar tras las ventanas
los pasos que se acercan y que muy pocas veces
se detienen en la cancela. Generalmente siguen, se diluyen lentamente, dejándonos esa tristeza que flota en las estaciones los domingos por la tarde. Cuanto más se alejan —digámoslo sin dramatismo— más nos vamos llenando de palabras.

(Guillermo Pilía).


Sabemos que no hay regreso, una vez que se abandona el barco no hay regreso y en el crepúsculo las olas esparcen lo que era, los peces negros mastican las moléculas de una historia secreta qué, de tan bella, los transforma en musculosos tritones adolescentes nadando hacia lo profundo, ahí abajo, en el estómago del mar, entre tiburones ciegos y ancianas sirenas que lloran y hacen calceta bajo submarinas bombillas parpadeantes. Arriba, en la superficie, a cámara lenta, sigue el naufragio, el estoico y obeso capitán en la proa, las barcas repletas de pasajeros asustados por las hélices que amenazan, atónitos, temblorosos, inútiles señales de petición de socorro, los mensajes en código Morse, un ángel en un tragaluz filmando la catástrofe para los informativos celestiales y ese pájaro con una rama de laurel en su pico volando entre las nubes de la tormenta hasta la mano cerrada de ella, su brazo lleno de gavilanes, su corazón en la punta del iceberg, su mirada cosida con puntadas de modistilla, su antigua pasión cortada en mil pedazos que el viento se va llevando por los muelles del amanecer o más allá, lejos (un chaval pamposado encuentra uno y se lo enseña a su madre qué, ahíta de aburridas tardes de parque y semillas de girasol, le pega en los dedos mientras grita - ¡Niño, no cojas porquerías del suelo!-) y así, así dentro de la sombra quizás haya luz o simplemente este silencio sea la muerte y ella y yo no nos veamos nunca más y aún entonces esperaré el placebo de la resurrección de la carne, si la hubiera, y donde antes tenía una pierna, esa blanca tibia me convence que no, que ya no y un perro muerde mi calavera y se la lleva a roer detrás de la tapia del cementerio cercano a su casa, la quinta, bostgarrena. (No sé como escribiré a partir de ahora ¿Me dejas una mano?)

Kings of Convenience


15 comments :

Єѕтnoм dijo...

No dejes que nada ni nadie haga que abandones tu barco y, sobre todo, recupera tu mano y tu todo. Nada sería igual escrito por la que te prestaran.

Margot dijo...

Por eso procuro llevar un trozo de madera en el bolsillo, siempre, convenientemente guardado, por eso, por si no hubiera regreso y los naufragios, por si tuviera que llenarme de palabras y poco más...

Y a veces también por eso te leo.

Beso tus carrillos.

ybris dijo...

Y es que a veces uno no quiere regresar.
Por eso abandona el barco.
Y a todos sus tripulantes.
Escaso consuelo la resurrección de la carne.

Abrazos

Nikté dijo...

...ella hace tiempo que falta de su cocina, de todas ellas. Hoy se le antoja verla.
"Pica bien las cebollas...que el aceite no este muy caliente y ya sabes tienen que estar doradas,antes no ¡Hazlo bien niña!"
Los pequeños corretean por los pasillos, se pelean...


Y tu me hablas de lo onirico y yo de transgredir la realidad, fantasear con nuestros muertos dándoles la vida, de nuevo.

Un beso enorme pa mi Glup del alma

Nikté dijo...

Y cuidadin con lo que me dices que ya sabes que soy mu sensible.
Jajajaja.

Esa lenguaaaaaa

Pedro M. Martínez dijo...

ondina, vale, me agarro al timón, al palo mayor, al cabestrante, a la vela de mesana, a mi propia nariz, no salto, navego, ondulo los días por este proceloso mar de la escritura.
Una pena, nado muy bien, incluso con olas grandes, te perderás un espectáculo.
Y gracias por no cambiarme.
Un beso.

Pedro M. Martínez dijo...

Margot, pues si en Madrid hay peligro de naufragio ya me dirás tú en Finisterre. Hoy aquí llueve, a manta (que se dice). Aún así aguantaremos en proa. Tormentas a mi, je, je.
Siempre hay regreso, el personal tiene poca memoria.
Besos a Carrillo y a Felipe. A Fraga, no.

Churra dijo...

En los naufragios siempre se salva uno , el que luego lo cuenta .
Mi mano no te serviria de mucho creemé..
Besos

Pedro M. Martínez dijo...

ybris, conozco a uno que se abandonó a sí mismo.
No veas, se las pasó moradas para reencontrarse.
Aún sigue.
Para colmo no se habla.
Sigue enfadado, no sabe si con él, con el otro que ya no es, con el que era, con el ausente.
Un lío.
Tú no te vayas, sigue aquí.
Te necesito.
Gracias.
Abrazos de viernes.

Pedro M. Martínez dijo...

Mi muy querida (¿se puede?) Nikté, ese proceso es fundamental en la cocina, dorar sin quemar, es decir que se puede llegar a un punto, no más allá, sin pasarse, si te pasas ya es otra cosa, una cebolla quemada no hace buenos platos. ¿te he dicho que cocino? No, no te he dicho muchas cosas. No sé dónde vives, si vivieras aquí te invitaba a comer. O a cenar. O a un bocadillo de sobrasada para merendar, o a algo. Que no te falte de nada, corazón (¿se puede?).
Ah, no confundir lo onírico con lo vampírico, los sueños con la implacable realidad, lo que no con lo que qué remedio. Pues eso, beso rayando en lo empalagoso (sin pasarse) y lleno, lleno de cariño (te lo juro)

Pedro M. Martínez dijo...

Bueno Churra, pues depende. Por ejemplo, tú ¿qué tal despides?. Imagina, en un muelle, tú de negro, con un pañuelo blanco en la mano, ondulándolo, enjuagándote una que otra lágrima, presintiendo la ausencia, incluso la tragedia, el hundimiento.
SOS, SOS, avistamos grandes hielos a la deriva, SOS, SOS.
Mientras tanto, besos.

mirada dijo...

Estoy.. estoy...¿a qué lo sabes? Un beso.

Tempus fugit dijo...

Da la impresión de que el naufragio interior tiene algo de autocomplacencia en las lágrimas no vertidas y los tiburones no liberados.

un abrazo (y un salvavidas)

Pedro M. Martínez dijo...

Claro que lo sé Mirada, siento el roce de tus ojos al leer, como una caricia. Ay.

Pedro M. Martínez dijo...

De cenizas, es posible, no lo sé, solo lo escribo, no me queda tiempo para analizarlo. Tampoco tiene demasiada importancia.
Y, tranquilo, nado bien. Incluso con olas. Es lo que tiene el Cantábrico. Y entrenarse.
Abrazos.

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