Camino de Santiago.
Un tiempo
que cabe aquí, no allí.
que cabe aquí, no allí.
(Concha García)
Por caminos que no, que sí, era sexo, ahora lo sé, como un romero por el camino de Santiago, con la concha peregrina y la calabaza con agua del Jordán, durmiendo en albergues de monjes oscuros, en casas de gentes de bien, en pajares de conventos con hermanas de tocas alborotadas, en hospederías cuando hay reales, comiendo pan y tocino, rezando ángelus en horas intempestivas, con relojes de viento y sombra, con la devoción ermitaña en cada pelo de la barba, con el olor del cuerpo de ella en mis dedos que acarician el tronco de los manzanos, los bancos de piedra, la correa de las sandalias polvorientas, besando los gallos que vigilan las cruces de los caminos, vadeando ríos por donde el agua cubre el ombligo, recostado bajo los arcos de las plazas mayores, allí donde se mezclan los olores de las tahonas con la humedad de las baldosas de tabernas oscuras, con parroquianos cantando himnos a vírgenes remotas, lugareños de nariz roja y albarcas embarradas que juegan a los naipes, labradores atribulados por la sequía, en la puerta mujeres pintadas enseñando los senos sin vergüenza, gestos ordinarios, falsos pendientes de oro como reclamo, zafias palabras de calabazas e higos, de frutas prohibidas, de coitos a un real, ancianos encorvados que las miran, titiriteros con ceñidas camisas, gorros de colores y cascabeles, era sexo, lo sé, aunque la amaba, me gustaba su cuerpo delgado, sus nalgas duras bajo el camisón cuando atravesábamos la noche y llovía, no había estrellas y la música de nuestros muslos detenía este mundo que ahora termina en Compostela, paisajes sucesivos, ora trigales ondulando, ora monotonía de la vid, ora campos verdes, pinares y choperas, hierbas secas para lechos de siesta bajo los robles, romeros italianos, alemanes, franceses chapurreando que ellos también van, que cumplirán sus votos, que este es su camino de redención, que se encuentran en las madrugadas de escarcha con conejos que huyen por los rastrojos, zorros en los gallineros de pueblos de adobe, con plegarias y gemidos saliendo de las espadañas de torres presentidas entre la niebla, el camino está lleno de misterios y un pastor blasfema entre el rebaño de ovejas atemorizadas por un mastín peludo, que pienso en beber de una bota con la lengua recogiendo cada gota, la misma lengua que recorría la espalda de ella, el hueco entre sus piernas torcidas, sus pezones pardos y jugosos, los lugares que eran míos y besaba con devoción y suspiros, la curva de sus caderas, regocijo de posturas que inventábamos, que se arrodillaba y las nubes formaban dragones, conejos gigantes y blancos, que entraba en su cuerpo como a un pozo de sombras y al fondo me esperaba su mirada adolescente, aquella mirada que perdimos en la plaza y que me hizo olvidar a otras mujeres de carnes tersas, gritos y temblores compartidos en fiebres de deseo, alboroto de sábanas, camas en la pleamar que parecíamos volatineros y por eso sigo este camino que a veces es un lodazal, rodadas de carros, burros salpicando con sus pezuñas, aullidos de lobos en las sierras, apoyado en un pilar, con la brisa que despeja los dolores ahora que el camino se bifurca y a un lado se adivina la catedral y al otro la puerta del infierno, patios atestados de míseros caminantes con los pies hinchados, pulmones que silban, llagas en las piernas polvorientas, toses, sabañones en las orejas, olor a sudor, una niña que mira al cielo y reza, hambre en esta villa al final del camino, llena de la paradoja de olores a caldo de berzas, morcilla y perejil, guisos en pucheros, frituras, parrillas con chuletas de cordero, ajo y vinagre, vino en barricas, me cubro la cabeza y a mi lado pasa una mujer preñada, un ciego guiado por un mozalbete desgreñado, un dentista con un mandil encarnado y unas tenazas en la mano, era sexo, tal vez, no se lo preguntaré a nadie, que ahora llegan orgullosos mendigos que miran a los comerciantes avaros, un carnero que escapa entre los puestos de baratijas, un toro que muge amarrado a un madero, una compañía de soldados con gorros rojos y banderolas, tambores y un capitán a caballo y en ese callejón fue, ahí me detuvieron, que no fui yo, ay dolor, que la amaba, que enloquecí quizás, que no gritó, que se quedó entre mis brazos, que no pude soportar que fuera de otro, quise parar la sangre con sus largas faldas, que huí llorando, que alguien me ha delatado, que después de tanto viaje no llegaré a la Puerta, que al fondo se ven las torres, que el santo ya no me perdonará, que no pude soportar su desamor, ella al principio de este camino ¿qué será de mi?.
2 comments :
Era sexo y el desparrame lo confirma. Ese despliegue, derrame, desborde al que nos tienes habituada/os, pero no, una/o no se acostumbra. Tampoco al ¿sólo? sexo. A veces pobre sexo, pero en este canto no. En ningún momento. Acompañado de tachones, de esto escribo, esto borro, como si fuera un allá vá de cualquier manera, pero en realidad un canto al sí, al solo que es acompañado. Como el Camino, como el sexo. El desamor siempre es solo, ese sí.
Suena Janis Ian: "At Seventeen".Thanks.
Magnolio, mi tía Marina tiene 94 lúcidos años, conduce su coche, escribe, estudia, utiliza su ordenador, está viva. El viernes comí con ella. Me contó que está en un curso de literatura, que les dan un texto para leer y que cada alumno/a da su interpretación. Le sorprendía las tan diferentes opiniones y juicios, como si cada uno hubiera leído un libro diferente. Y es que eso es (también) leer.
Este texto que dejo hoy está escrito con el alma, con dos almas, con dolor y con gozo, sintiendo cada frase, cada palabra, el sentido, lo que digo y lo que no digo, es historia y premonición. Mañana o pasado quiero salir al Camino.
Lo del desamor es un capítulo de otra vida.
Janis Ian es de otra vida y de esta.
Muchas gracias por tu constancia.
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