Noche del sábado
Pero una muchacha, con una maleta en su mano derecha camina junto a las paredes, escogiendo las sombras de la ciudad dormida. Tiene unas facciones agradables, lleva la melena recogida en una coleta que le da aspecto de niña.
Por la acera de enfrente, también entre sombras, camina un joven. Lleva un gorro de lana y al pasar bajo las farolas brillan las gotas de agua sobre su chaquetón.
Los dos marchan a buen paso, sin volver la cabeza, a veces se miran y sonríen.
Al doblar una esquina la muchacha se sube el capuchón de la gabardina, se para un momento, mira a los lados y sigue su marcha.
El joven parece inquieto, se para en la oscuridad de un portal, enciende un cigarrillo y sigue.
Varias calles más allá un hombre bosteza sentado frente al volante de un coche aparcado bajo los tilos del parque. Fuma sin cesar. De vez en cuando activa el limpiaparabrisas. En el asiento de al lado reposa una pistola.
La muchacha balancea airosa la maleta.
El joven cruza la acera y se pone a su lado.
El hombre sentado frente al volante les ve llegar y enciende el motor del coche.
Al llegar al edificio de Hacienda, la muchacha roza ligeramente la mano del joven, deja la maleta en la puerta y sin apresurarse demasiado van hacia el coche parado en el parque. Los dos se suben a él. El vehículo arranca y a gran velocidad se pierde en una rotonda dos calles más allá.
Un artefacto explosivo detonó en la noche del sábado en la ciudad de Santander, en el norte de España, en el quinto atentado en dos días, atribuido a un grupo terrorista. El incidente, que no habría causado víctimas, ocurrió poco después de que una bomba explotara en la puerta de la delegación de Hacienda. Los ataques, al igual que los tres atentados del viernes, coinciden con la cumbre de la Unión Europea. La policía asegura que se trata de una campaña de una organización terrorista. |
3 comments :
No me borres, soy yo; es que vengo de incógnito.Se supone que no debo estar aquí.
No encontré otro nombre con el que sabía que me ibas a reconocer, aunque éste es poco propicio para lo que has escrito hoy.
He estado dandole vueltas a esta cabeza. En un principio me pareció tan atrayente... bueno sigue siéndolo, sólo que al final descubres de que se trata y ya no es lo que es.
Pero he llegado a una conclusión: Que el terror se disfraza de mujeres inocentes con coletas.
últimamente es que no leo las noticias cuando voy en el bus al trabajo; me quedo mirando por la ventanilla un paisaje de ciudad que ya me se de memoria pero en el que intento descubir cada día algo nuevo: como a un personaje que el día anterior no estaba, o así.
Ni tampoco veo las noticias en televisión, bueno, de soslayo, porque me hacen sentir impotente, o no me hacen sentir nada y eso es lo peor, que no sienta nada.
Aunque ayer hubo un pulso. Me noté el pulso: A un hombre en Chile lo había arrastrado una ola de más de 15 metros por causa del terremoto.
A mi me dan miedo las olas, así que por unos instantes me sentí ese hombre, sentí su angustia y a la vez sentí la dicha de que aun me queda algo de ese sentir como tuyo el sufrimiento del otro.
Pero ocurre tan pocas veces ya, que cuando me declaro una cabrona, no miento.
Odio la violencia, de cualquier género, cualquiera que sea su magnitud, grande o pequeña.
Así que me voy con mis gorriones.
Un besito, niño
La vida se escribe con frases muy cortas. Como un telegrama. Cuando un texto, como el tuyo, se acompasa a su ritmo, adquiere una enorme verosimilitud. No hace falta más para dibujar la dicha: tampoco la tregedia ni la arbitrariedad de un asesinato. Muchos nos perdemos en las redes de un juicio moral: tu pintas la realidad tal cual es, sin detenerte en la arbitrariedad de un asesinato ni en la impostura de la apariencia humana ni en el fuego de las emociones que despierta. Trabajas, aquí, con la frialdad con que un cirujano maneja el bisturí sobre una carne dormida, y abandonada a su suerte.
El impacto es, así, mucho mayor. Desasosegante. Total. Es el impacto de la misma vida.
Un abrazo
Carlos
El terror es tan normal que fascina y repele, trastoca la rutina cotidiana haciendo sentir la derrota en el combate por la supervivencia al sobrepasar la capacidad de respuesta, acarreando el abatimiento y la indefensión.
Y es horror cuando se posiciona al margen de toda consideración sobre su motivación, porque su justificación radica no en la fuente que se ejecuta, sino en el sujeto preparado a priori, sugestionado radicalmente contra el objeto fuente
Triste odio.
Un beso enorme, por contraste.
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