martes, 2 de septiembre de 2008

Famara.

En cualquier intento de expresión podemos distinguir tres niveles: el nivel de la comunicación, el del significado, que permanece siempre en un plano simbólico, en el plano de los signos, y el nivel que Roland Barthes llama de la significancia. Pero en el sentido simbólico, el que permanece a nivel de signos, se puede distinguir dos facetas en cierto modo contradictorias: la primera es intencional (no es ni más ni menos que lo que ha querido decir el autor), como extraída de un léxico general de los símbolos; es un sentido claro y patente que no necesita exégesis de ningún género, es lo que está ante los ojos, el sentido obvio. Pero hay otro sentido, el sobreañadido, el que viene a ser como una especie de suplemento que el intelecto no llega a asimilar, testarudo, huidizo, pertinaz, resbaladizo. Barthes propone llamarlo el sentido obtuso.


Esta es una escritura ensimismada, para no ser leída, un ejercicio voluntarista entre el estilo y la necesidad de decir, a veces sin saber qué. Por eso me siento ante la puerta de la casa de las maravillas y espero que salga un trasgo, un toro con dos cabezas, una mujer con los ojos en zozobra que certifique que no hay mensaje en este intento, que el mensaje es el intento y que hay que tener paciencia mientras el comandante anuncia que estamos a 11.277 metros de altitud, que volamos ahora sobre Marrakech (¿qué hago aquí arriba?) y resulta que me encuentro tan lejos, tan lejos.

Tan lejos de dónde- pregunta la pasajera sentada a mi lado,
Otro paisaje, otros olores, distinto viento, y pájaros, calles de arena, silencio en el valle de negras piedras, volcanes, tan lejos.

Tan lejos de quién- y me mira, desafía, áspera, esperando un nombre.
Los dejo en su regazo, los recito, los pronuncio uno tras otro, las claves prohibidas de la nostalgia, abro las puertas a las historias antiguas que construyen mi exilio, esta huida a Lanzarote, tan lejos.
Lejos es solo una manera de decir que no estás, que no eres- se levanta y pide a la azafata que le cambie de asiento-.

El zumbido de los motores me adormece y me pierdo el contorno de la isla Graciosa justo cuando el avión está a punto de aterrizar.
Todavía agosto es una alfombra y hay tiempo para todo, aquí, tan lejos, en Famara.



César Manrique Cabrera nació el 24 de Abril de 1919 en Puerto Naos, barrio de Arrecife (Lanzarote), hijo de Francisca y Gumersindo. De padre representante de comercio, en el ramo de la alimentación, y abuelo notario. César precedió solo algunos minutos a su hermana gemela Amparo. Tenía otra hermana y hermano, todos los cuales aún viven. Don Gumersindo procedía de una buena familia de Fuerteventura y emigró a Lanzarote.

Los Manrique constituían una familia típica de clase media insular, sin agobios económicos. En el año 1934, su padre compró un solar en Caleta de Famara y construyó una casa junto al mar. Esta casa marcó mucho en su vida, rememorando con fruición: " La alegría más grande que tengo es la de recordar una infancia feliz, veraneos de cinco meses en La Caleta y en la playa de Famara, con sus ocho kilómetros de arena fina y limpia, enmarcada por unos riscos de más de cuatrocientos metros de altura que se reflejan en una playa como un espejo. Esa imagen la tengo grabada en mi alma como algo de una belleza extraordinaria que no podré borrar en mi vida. ".

Participó en la Guerra Civil española como voluntario del lado franquista. Su experiencia de la guerra fue atroz, y nunca quiso hablar de ella. En el verano de 1939, una vez concluida la guerra, César regresó a Arrecife. Llegó vistiendo aún el uniforme militar. Tras besar a su madre y a sus hermanos, subió a la azotea de la casa, se desnudo, pisoteó con rabia la ropa, la roció con petróleo y le prendió fuego.

Terminada la Guerra Civil , ingresó en la Universidad de La Laguna para estudiar Arquitectura Técnica, que a los dos años abandonaría. En 1945 se traslada a Madrid para entrar becado en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde se graduaría como profesor de arte y pintura.

En otoño de 1964, siguiendo los consejos de su primo Dr. Manuel Manrique Psicólogo y escritor en Nerw York, marchó a esta ciudad, donde estuvo hasta verano de 1966. Se hospedó al llegar en casa de Waldo Diaz-Balart, pintor de origen cubano, en el lower East side, vecindario de artistas, periodistas y bohemios, de esa época. Gracias a su primo Manuel, consiguió una generosa beca en el Institute of International Education que patrocinaba Nelson Rockefeller. Ello le permitió alquilar su propio estudio y empezar a pintar una amplia obra que fué exhibida con éxito en la prestigiosa Galería en New York "Catherine Viviano".

Estando en New York, escribía a su amigo Pepe Dámaso "(...) más que nunca siento verdadera nostalgia por lo verdadero de las cosas. Por la pureza de las gentes. Por la desnudez de mi paisaje y por mis amigos (...) Mi última conclusión es que el HOMBRE en N.Y. es como una rata. El hombre no fue creado para esta artificialidad. Hay una imperiosa necesidad de volver a la tierra. Palparla, olerla. Esto es lo que siento." Comenzó a sentir nostalgia de Lanzarote. "Cuando regresé de New York, vine con la intención de convertir mi isla natal en uno de los lugares más hermosos del planeta, dadas las infinitas posibilidades que Lanzarote ofrecía".

Y esta es realidad actual: Es imposible imaginarse Lanzarote tal y como es hoy sin César Manrique. Era pintor, escultor, arquitecto, ecologista, conservador de monumentos, consejero de construcción, planeador de complejos urbanísticos, configurador de paisajes y jardines.

Quienes conocían a Manrique sólo superficialmente ignoraban la carga de puritanismo que ordenaba su conducta. Manrique fue realmente un hombre frugal; no bebía alcohol, no fumaba ni permitía fumar junto a él, se acostaba regularmente muy temprano, y madrugaba, comenzando muy pronto su trabajo en el estudio.

Falleció a los 73 años en un trágico accidente de tráfico, el 25 de Septiembre de 1992, al lado de la Fundación, cerca de Arrecife. Las paradojas del destino determinaron que encontrara la muerte en un accidente automovilístico, cuando él detestaba la masificación de los vehículos.


13 comments :

BEATRIZ dijo...

Yo siempre he sentido que estoy lejos, lejos de todo, aun cuando regreso al lugar de donde me voy. Pero he tenido acercamientos, momentos, instantes en que siento que estoy en el centro de las cosas, y hasta soy algo las cosas y las personas.
Gracias por tu comentario en mi blog. Espero poder seguirte leyendo. Y cuando gustes vuelve.

Pedro M. Martínez dijo...

PARADOXIA, así define Lacan a
...La neurosis obsesiva es una noción estructurante que puede expresarse aproximadamente así. ¿Qué es un obsesivo? En suma es un actor que desempeña su papel y cumple cierto número de actos como si estuviera muerto. El juego al que se entrega es una forma de ponerse a resguardo de la muerte. Se trata de un juego viviente que consiste en mostrarse invulnerable. Con este fin, se consagra a una dominación que condiciona todos sus contactos con los demás. Se le ve en una especie de exhibición con la que trata de mostrar hasta dónde puede llegar en ese ejercicio, que tiene todas las características de un. juego, incluyendo sus características ilusorias es decir, hasta dónde puede llegar con los demás, el otro con minúscula, que es sólo su alter ego, su propio doble. Su juego se desarrolla delante de un Otro que asiste al espectáculo. Él mismo es sólo un espectador, y en ello estriba la posibilidad misma del juego y del placer que obtiene. Sin embargo, no sabe qué lugar ocupa, esto es lo inconsciente que hay en él. Lo que hace, lo hace a título de coartada. Esto sí lo puede entrever. Se da perfecta cuenta de que el juego no se juega donde él está, y por eso casi nada de lo que ocurre tiene para él verdadera importancia, lo cual no significa que sepa desde dónde ve todo esto.

Esperando tu regreso (a ti misma, a tu mismidad), te saludo tan de mañana.

gloria dijo...

No entiendo por qué se molesta tanto la pasajera del asiento de al lado. ¿A caso no necesitamos todos alguna vez no estar, no ser? Si yo fuera esa pasajera me acomodaría en el asiento, respiraría hondo, y disfrutaría de la sensación de sentirme tan perdida como mi compañero de vuelo. Pero supongo que cada cual...

Un saludo.

Pedro M. Martínez dijo...

gloria, esa pasajera de al lado era una sosa.
Ese que le dejé leer mi periódico.
Y le di un mordisco de mi bocadillo (de jamón y queso)
Incluso le dejé apoyar su cabeza en mi hombro (no sé si fue al revés).
Pero nada.
Ya ves, una desagradecida.
Señor, señor…

Anónimo dijo...

Vaya...y estabas tan cerca, tan cerca de mí...

Saludos desde el inmenso atlántico.

Pedro M. Martínez dijo...

Anónimo, lejos, cerca, ya ves, todo es tan relativo.

gaia07 dijo...

Ahora entiendo que es lo que me hace sentarme cada día a leerte, espero ese trasgo, el unicornio, la fantasía, las mil y una noches, mil estrellas, un viaje al fin del mundo, una alucinación momentánea… llegar tan lejos y tan dentro que crea adición.
Y mil sonrisas. Un abrazo muy tierno.

Pedro M. Martínez dijo...

Querida gaia07, tenga usted cuidado, ahí sentada a porta gayolq, no vaya a salir un día ese toro con dos cabezas y se la lleva por delante, seguro.
En cambio, ya ves, los unicornios tienen menos peligro (o eso dice Silvio)(Rodríguez, claro)
Un beso.
Dos besos
Tres besos.

Lena yau dijo...

Este verano pasé tres semanas en Lanzarote....

Pedro M. Martínez dijo...

Lena ¿eras la del bikini rojo?
O la que estaba con el apuesto nadador que cruzaba la piscina sin parar.
Ya, la que cenaba al lado de la ventana. Suspiraba.

Lena yau dijo...

No.

La del topless insuperable.

Y sí.

Cenaba al lado de la ventana en el Argentino.

En el italiano también.

Lena yau dijo...

(jajaja...me voy a trabajar ya...como siga así voy a tener que contratar a alguien para que acabe el libro por mí. Me haré famosa y él contará la verdad en Interviu y en Donde estás Corazón.)

Besos

Pedro M. Martínez dijo...

Ya decía que eras tú Lena.
Sí, insuperable.
Mejor al lado de la ventana que en la luna.
Y trabaja.

Cuando puedas cuéntame eso del libro
besos

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