Último tren.
Un perro después del amor.
Cuando me abandonaste
dejé que un perro acercase su olfato
a mi pecho, a mi vientre, y lleno así de ti
corrió sobre tu rastro.
Espero que desgarre
los huevos de tu amante y le arranque la verga
o vuelva al menos
trayéndome tus medias en los dientes.
(Yehuda Amichai)
Madrugo. En los últimos meses duermo poco, o menos. Debe ser la edad. Esta mañana, quizás nervioso por el viaje me he despertado aún antes. He estado leyendo en el salón. La casa vacía desde que Begoña se marchó antes de todo esto. Al de un rato me he asomado al balcón, por la derecha el sol salía detrás de santa Marina, por la izquierda, en el Abra, el cielo estaba rosado. Un amanecer delicioso. Mi casa da a la amplia plaza Elíptica. Los jardines relucen con los primeros rayos de este sol de invierno. Una suave brisa inclina las hojas de los sauces junto a la entrada por la Gran Vía. Por ese camino se llega a la estación.
La plaza está desierta. Sobrecoge el silencio, la ausencia de coches, de movimiento, de personas. Con ayuda de los prismáticos que acostumbro llevar a la ópera he visto mejor el cuerpo, inmóvil, junto a la fuente del centro. Parece un hombre de mediana edad. El disparo ha partido de alguno de los edificios altos cercanos al Gobierno Civil. Atravesar la plaza es el único camino para llegar a la estación. El tirador lo sabe.
Desde la alameda, la mujer, una anciana vestida de negro, camina a paso rápido, sorprendentemente rápido. Una nube se levanta a sus pies. La anciana se detiene. Mira al cielo y la bala le entra por la frente. Cae al suelo, muy cerca del hombre muerto. El tirador utiliza un silenciador.
Bajo al portal, me asomo con precaución, vuelvo a entrar, tiemblo. No hay nadie por la calle. La herida de la pierna aún me duele, no podré correr. El único tren de hoy sale a las once. Quizás sea el último. Debo decidirme. Subo hasta el piso. Doy vueltas por la casa. Compruebo que he apagado las luces, que he cerrado el paso del agua, que la pequeña maleta está preparada. Estoy asustado. Miro a la plaza. Son ya cuatro los cuerpos que yacen, desmadejados, cercanos. Begoña estará esperando mis noticias al otro lado, inquieta. Me decido. Bajo a la calle. Miro a uno y otro lado. Salgo. Corro a pesar del dolor en la pierna. Maldito hijo de puta, quién sea, maldita sea su puntería. Jadeo. Estoy llegando a los sauces…
8 comments :
Entre Amichai y tu relato amanece desolador el sábado.
Pero no te preocupes. Me gustan las madrugadas, aun con francotiradores, si todo es por leer cuentos bien contados.
Y por sentir esa necesidad de coger el único tren que nos llevará hasta Begoña.
Pasa buen día, amigo.
Ya, ybris, no sabes qué puntería tiene ese tío.
Y Begoña esperando.
Aquí ha amanecido un magnífico sábado. Que dure.
Abrazos.
Ayer con tu frase final y hoy con este texto de Yehuda Amichai se percibe un nuevo tono en tu blog que me encanta.
Me alegro,ondina, seguiré por tus encantos.
Como no va a tener puntería, si todos los días practica, y todos los días acaba haciendo caer a alguien.
Y otr@ alguien, siempre está esperando. Otro beso, este muy fuerte Pedro.
Eso que le arranque los huevos y le degarre la verga o al contrario, cómo me excita y es que soy mala, muy mala
gaia07, es muy importante practicar, muy importante.
Hay a quién se le olvida.
Y no.
Gracias por tu beso, me ha gustado y te lo agradezco, mucho.
Nikté, uyyyyyyyyyyyyy.
(si eres mala, sí)(¿sabes lo que tiene que doler?...)
uyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy
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