Desamor
Me vio como se mira al través de un cristal
o del aire
o de nada.
Y entonces supe: yo no estaba allí
ni en ninguna otra parte
ni había estado nunca ni estaría.
Y fui como el que muere en la epidemia,
sin identificar, y es arrojado
a la fosa común.
Rosario Castellanos.
En la tarde descabalgada, las pupilas de Parker se dilatan buscando resquicios de luz, los oídos se afinan presintiendo la llegada de pájaros nocturnos, los pensamientos se adelgazan, el aburrimiento está sentado en una butaca verde, el día inanimado tiene una quietud de voces mudas, las horas se tapan la boca con las manos, hay plumas de pavo real esparcidas por el pasillo, la libertad es no hacer nada y saberlo. Suena el teléfono.
-¿Dígame?
.
-Sí, soy yo, ¿quién es?
.
-No, no reconozco su voz.
.
-Perdone ¿es una broma?
.
-Le he dicho que no conozco su voz.
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-No, no recuerdo a ninguna Carmen.
.
Vale, te tuteo, pero no sé quién eres.
.
¿Qué? No, no recuerdo haberme acostado con ninguna Carmen hace cinco años. Tengo mala memoria pero lo recordaría
.
Oye, ¿quién eres?, me estás tomando el pelo, ¿no?
.
¿Sí, sí?
…
La puerta tiene cerraduras made in China, Parker conoce cada lágrima derramada sobre el aceite de la noche, los círculos concéntricos desde las venas inflamadas, minutos de brea cuando dan las doce, las luces apagándose en los rascacielos de la ciudad que ama, jamás ha traspasado sus límites, el arrabal que deja paso a la nada, acaricia banderas a la deriva, se columpia en un vaivén de pensamientos incautos, las farolas iluminan el lamento de los jóvenes con un sueño incrustado en la sien, el paso cauto de las niñas que quieren ser bailarinas cuando descienden por escaleras de aire, en la pared de la cocina se superponen los números de teléfono escritos con lápiz rojo, nombres borrosos al lado, saber lo hecho, estar reclinado en un lecho frío, como un náufrago, como un pez con los dos ojos en el mismo lado, no dormir. Suena el teléfono.
-Hola, Carmen.
.
-No, aún no te recuerdo.
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-Es muy tarde, como se te ocurre llamarme ahora.
.
-Tampoco yo puedo dormir.
.
-Creo que te lo has inventado, no recuerdo haber dicho que te quería. Te aseguro que no sé quién eres.
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-No te estoy llamando mentirosa pero quizás lo has imaginado. ¿Dónde vives?
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-No llores.
.
-Intenta dormir.
.
-¿Carmen?
…
Parker está solo como un desventurado al borde de la quiebra, del no va más, del sufrimiento de las rosas, de las espinas en el exilio de no ver a quién ama, estar aquí y allí, en ningún lado, sin horizonte, sin brújula, estepa infinita, una voz, su voz, llenaría de hierba y flores este desierto de hielo, mirando como un perro a una luna que asoma en otro universo, astronauta girando en el misterio, las manos acariciando las sílabas, una a una, llamándolas, convocándolas, exorcismo de extraer luz de la sombra anidada en lo profundo, sin alas, deshojado, un penitente sin gusto por la vida, una estatua de sal, petrificado en el encanto sin música, ni playas, ni damas con sombreros imposibles. Suena el teléfono.
-Buenos días, Carmen.
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-Sí, tranquila, estaba despierto.
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-¿Cómo?
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-Ya, no, no te preocupes.
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-Lo entiendo, sí, no era yo, de acuerdo, me has confundido con otro.
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-En serio, no pasa nada. No, no creo que estés loca.
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-La verdad, casi te había recordado, hasta me hacía ilusión.
.
-Bueno, pues encantado, que te vaya bien.
.
-Adiós.
…
Parker da vueltas sobre el agua de barro, camina entre las olas de su tormenta, pliega y despliega su alma, los lugares que conocía, el viento, algunos nombres escondidos debajo de una piedra negra, el encanto de una voz familiar, sus propios pasos penitentes, el infinito se reduce a estas inútiles horas, nada, la vida es un tormento ciego, el desamor. Suena el teléfono.
-¿Dígame?
.
-Sí, soy yo, ¿quién es?
.
-No, ya tengo ADSL, no me interesa.
.
-No, muchas gracias.
.
-¡Le he dicho que no me interesa!
…