Otra vez cuatro gatos.
A veces dejo en mi página esta herramienta. Al principio funciona bien pero pronto repite una y otra vez los mismo post. Entonces la quito.
Antes de hacerlo, hace poco, (me) descubrí en este texto que he dejado hoy.
Lo había colgado el 01.04.2008. Cómo pasa el tiempo.
No suelo repetir escritos anteriores.
Pero hoy sí, me gusté.
Espero que a ti también,
Cuatro gatos.
José Lezama Lima lo decía, no esperaba a nadie y sin embargo insistía que alguien por fin iba a llegar. Si llegó o no es algo que no importa, importa la poesía, el poema, ahí, contagiando, sin antifaz ni disimulo, desnudo, como un amante tembloroso de deseo que no teme la desaprobación de aquella a quién ama, que presenta su pecho hundido, la mandíbula impaciente, el gesto insomne del que solo puede velar la alegría, circunvalar los límites del destino, preservar el secreto de su sonrisa.
Las palabras que se esconden detrás de las palabras dejan un gusto húmedo, un sabor de luz, un afán de estirar la curiosidad desde la rendija de la puerta hasta la ventana que se abre a un patio donde ronda la primavera en la ropa tendida, en los jilgueros enjaulados, en los ancianos que miran más allá de sus recuerdos rotos.
Encuentro una fotografía sobre la mesa. Una mujer, bella, a su lado un hombre serio, barbado, alto, que la protege o preserva con su brazo, que la defiende o la aísla en ese posesivo acto, en esa distinción, una advertencia. Ella también está seria y mira a la cámara con ojos de espuma, al borde de la lágrima, incapaz de rebeldías ni distancias, ajena. Pero está ahí y eso deja el mañana abierto.
Quién lo iba a decir.
Sin embargo el tiempo difumina los colores, los instantes detenidos, ella saliendo de su ayer y entrando en mi hoy, sentada a mi lado en el autobús, cada día, azar o designio, suerte o desgracia, conversaciones en la mañana desganada, en el regreso de cincuenta kilómetros, tiempo suficiente para las confidencias y los anhelos, los sueños guardados en una caja de madera junto a cartas en papeles amarillos, un anillo, una tarjeta con una dirección que ya no existe, con un nombre que sí.
Ni en su casa ni en la mía, escogimos la habitación de un hotel discreto, cuando nevó, cuando se cortó la carretera, pretexto y garantía, discreta disculpa, subterfugio, aval y defensa, barrera a la suspicacia. Ese fue el principio.
Estaba escrito.
Su acento italiano, sus modales suaves, su cuerpo encogido, sin hábito de besos, de caricias, con un feo color morado en el muslo. No hablamos de ello, no tuvimos tiempo, nos precipitamos en un río de esperanza, de manos y piernas, de labios, de suspiros, de un sueño fabricado después de los días de trabajo monótono. Y pensar que no me gustaba, que me pareció un fastidio su primer buenos días, la interrupción de mi lectura, mis pensamientos ensimismados. Fueron once meses.
Otra fotografía, tomada con el móvil, el último encuentro. Volvió a Rímini. El trabajo, otro traslado, inesperado. Los dos reímos, sin ganas, quizás el sueño estaba agotado y era lo mejor. De sexo pasó al amor, del amor a la costumbre, de esta volvió al sexo y de ahí al bostezo. Se nos acabaron las disculpas, la rutina cegó las ansias del principio. Fue lo mejor, que se fuera, con su hombre barbado y su necesidad de ternura, con sus silencios prolongados y su mirada a un horizonte en el que yo apenas era una sombra bajo un árbol.
Ahora viajo solo, nadie se sienta a mi lado.
7 comments :
¡Bellísimo!
Fántástico para comenzar un día soleado.
Un abrazo.
Una preciosidad.
Genial la reposición, besos a la sombra.
Mira, Mark Twain, no se si sabrás, como no le publicaban su Diario de Adán, hizo una adaptación para una campaña turística a las Cataratas del Niágara.
Esta es fantástica-la adaptación-;Sin embargo a él nunca le gustó esta versión, y cuando pudo volvió a su texto original-empalagoso.
¿Qué te quiero decir con esto?
Pera que lo piense.
Mientras lo hago, déjame decirte que has ganado con los años en esa locura bendita de dejarte llevar por la palabra, no te cambiaría para nada por este texto del dos mil ocho.
Desde aquí reivindico el que los escritores no se gusten.
Voy a haer una cosilla por aquí, concretamente en tú parte de más abajo.
Me gustó entonces y me gusta ahora. Ya, es lo que te digo siempre.
“Rayos de sol en vidas llenas de sombras, preciosa historia. Un beso.” Te dije entonces. Y añado ahora:
Por eso esa mujer avanza abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita, soporta así el dulce álabe de su triste carga, asomada en la ventana de un alma desolada y gris ve quedarse atrás continuamente la estación anónima en que se debería haber bajado, llevada por una voluntad de esquivar el perverso choque de la infamia más absoluta. Su vida.
Más besos.
Como mi comentarista precedente -los dos únicos que desde entonces seguimos por aquí- me sigue gustando tu relato.
Entonces alababa tu labia sin considerar si era monólogo o diálogo.
Hoy sigo creyendo que -sea lo que sea o haya sido- es un escrito perfecto sobre la erosión del tiempo sobre lo vivido:
" De sexo pasó al amor, del amor a la costumbre, de esta volvió al sexo y de ahí al bostezo."
Sobre aquel abrazo te dejo éste.
'Las palabras que se esconden detrás de las palabras dejan un gusto húmedo'.
Siempre me interesaron esas palabras que se esconden.
Y no sé si se esconden por ser más certeras o por hacernos rabiar o por las dos cosas.
Sea por lo que fuere, dar con una de esas palabras escondidas es sentir el gozo de lo ansiado.
Buen día Pedro.
Me quedo con el malsabor a tristeza en el paladar del ánimo.
Me voy un rato a mirar al cielo, y meditar sobre si habrá algún modo de evitar...
Va a ser que no.
Besos de levante y sal.
Publicar un comentario