A Eugenio
Maryhills, Glasgow, Photo by Tom Wood, 1974
A Eugenio
Pedro M Martínez
Maryhills, Glasgow, Photo by Tom Wood, 1974
A Eugenio
Zuckerber me recuerda cada día lo que
hice/dije hace un año, dos, ni sé cuántos. Un detalle. Han cambiado demasiadas
cosas, paisajes, emociones, pensamientos, actitudes, costumbres, manías,
sensaciones, aficiones, aflicciones, ausencias. O quizás no, no podría jurarlo.
Hoy está este ahora y es lo que hay. Detrás de la ventana están las obras del
parking, las del edificio de oficinas de enfrente, ruido, camiones cargados de
escombro, obreros comunicándose a gritos, una delicia. Había silencio, antes. También
están los libros, papeles en blanco, los recuerdos, la nostalgia, la inquietud
por esto y aquello y sobre todo la esperanza. Esto es un día cualquiera y no
tengo mucho más que decir. (¡Pues cállate!) Y me callo.
Discutimos. Me voy a la habitación del fondo, buscó una manta en el armario y me tumbo sobre la cama. Intentó dormir. Pensaba que aquí había silencio, no, gaviotas que no duermen, embarcaciones a motor a cada rato, van y vienen, el viento, incluso creo que llueve, me da pereza levantarme a comprobarlo. No tenía que haberle dicho aquello. No puedo dormir, no tengo sueño, no sé dormir solo, ¿es esto un ensayo de la soledad que vendrá? Me levanto, me asomo a la ventana, no hay luna, huelo el mar, está ahí abajo, negro, poderoso, calmado ahora, pasan rápidas las luces rojas de un pesquero y su ruido. Vuelvo a la cama. Pienso. Evoco. Fueron palabras duras, soy un estúpido. Ladra un perro, otro le contesta. Tengo frío. No quiero buscar más ropa por no despertarla. A ella. Se va mañana. Otra vez solo. No puedo dormir. Vuelvo a la ventana. Desde una embarcación a remo están echando las cestas para nécoras, son dos pescadores furtivos, casi puedo entender lo que hablan. Mañana estaré cansado, no podré con mi cuerpo y el aeropuerto está a ochenta kilómetros. Será un viaje triste, silencioso. Voy a intentar dormir. No tenía derecho a reprocharle nada.
Hoy, marco esta fecha, hoy, como
si el resto de los días fueran diferentes. Lo marco tratando de entender la ilusión
de sanación de los que tienen hernia discal, de los que se tiñen las canas, de
los que exprimen el dolor como naranjas, de los que imitan el trino de los
pájaros, de los que tienen un volcán en el centro de su cuerpo, de las que
acarician sus pechos bajo la luna, de los que a pesar de todo mastican una
esperanza, más allá de números en rojo, de banderas blancas, de la voz ronca de
Paolo Conte, del oso de la vejez abrazándonos con el aro en su nariz a
milímetros de nuestros ojos cansados, de las vírgenes que presumen de serlo y
en su epiglotis se enredan nostalgias de lo desconocido, de hombres que gritan
como energúmenos y energúmenos que gritan como si su cerebro fuese un rescoldo
de un animal prehistórico, una especie extinguida, un vestigio de una
civilización hundida en mitad del océano, donde no hay gallinas, ni bueyes, ni
centeno, donde la soledad es esta anemia de no saber, esta inquietud con sabor
a despedida, este color de mujeres lavando en la ribera del río de la vida,
allí donde tantas mueren en manos de aquellos a quienes aman o temen o sufren,
maldito abuso de fuerza bruta, de brutos sin entrañas, me corto en dos con una
guadaña porque no me preocupa saber en qué país vivo, en todos, unos pocos, más
listos, más hábiles, más desvergonzados,
más canallas, con menos escrúpulos o manejándolos mejor con ideas, lenguas,
banderas, mentiras vestidas de verdades, limosnas, pintan fronteras, arman
ejércitos, se buscan la vida para sí y los suyos. Si no tienes el carné
adecuado, los apellidos justos, la chaqueta de ese tono, vas listo. Sé que me
dejo tanto, me dejo todo, me dejo en estas líneas en las que a veces ni me
entiendo, pero aquí, ay señor/a, (¿Será Dios mujer?) (¿Hay Dios?) también hoy,
para ti que has tenido la gentileza de venir. dejo estas atropelladas palabras.
Salud.
En aquella humilde casa en Greenwich (Connecticut) Parker preguntaba a su madre “Ma ¿Cómo se baila con una chica?” y ella le enseñaba cómo y los dos daban vueltas y vueltas por la cocina mientras en la radio sonaba It's a Man's Man's Man's World o When a man loves a woman.
Avanza ¡noviembre! y he metido las palabras en un armario, ahí
están, displicentes, indiferentes, no intentan resolver crucigramas silábicos,
no comen pimientos de Padrón, no llevan trenzas, no descifran misterios, no
bailan la yenka, se han instalado en el no.
Por si alguien está interesado
las he dejado en la balda inferior, bien tapadas, sestean, volverán, de momento
sigo absorto en los cielos.
Aquí (es decir, aquí) el agua del
mar está muy fría. Opinar también. Eso va también según la percepción de cada
uno (y según el aquí). Por eso muchos no se bañan, la mayoría ni se mojan los
pies, ni dios opina. No sé lo que ocurre ahí (porque ahora estoy aquí y de
momento no puedo estar en dos sitios a la vez, todo se andará), no sé si ahí se
bañan, si se mojan o no, si en su casa, con los suyos, opinan. Es todo tan
relativo, tan efímero, tan sintáctico, tan esdrújulo, tan apocalíptico, tan
sicalíptico, tan absurdo, tan sencillo, tan de andar por casa, que opinar por
opinar pues va a ser que no (no vaya a ser que nos detengan).
Una sugerencia, gratis: mójate,
en la playa/río/piscina/poza/opiniones, si el agua está buena, si las tienes
(opiniones), si no, una ducha caliente al volver a casa. De nada, a mandar,
para esto estamos.
Parker no sabe escribir cuentos,
solo frases cortas que junta con tijeras, con más entusiasmo que acierto. Las
palabras de amor se le rompen en la boca y caen al suelo como cascaras de avellanas.
Por eso ella no percibe vibraciones ni rocío. Pasan los días, las nubes, las
adivinanzas y el desconsuelo, sus cuerpos, alejados, se han convertido en
conjuntos huecos, siluetas, distancia, el vacío. Coleccionar sílabas nunca ha
sido un ejercicio que llene la ansiedad, con todo Parker las vuelca sobre un
tapete negro e intenta dar nombre a lo que sentía, pero con esto del cambio de la
hora anochece muy pronto, se apagan las risas de los niños, aparece el
resplandor del cartel del hotel y todo
queda en espera hasta el siguiente día. Y así.
Parker pasa de lo poético a lo patético y cuando la negra sombra de la nostalgia le alcanza, le engulle, solo puede pensar en aquel agosto del 2025, hace tanto ya, una playa, el ruido de las conchas en la pleamar, el verde rodeando los límites, las luces al otro lado de la bahía, el sol hundiéndose entre brumas, zasss, en Berlín hace mucho frio y debe seguir caminando o llegará tarde a su cita.