Dame limosna de amores (Dolores)
¿Y qué es la literatura? preguntaron a Toni Morrison:
Pedro M Martínez
¿Y qué es la literatura? preguntaron a Toni Morrison:
«Me parece de lo más aconsejable que el
escritor principiante trace un bosquejo del libro capítulo por capítulo —aunque
la anotaciones de cada uno puedan ser muy breves—, porque los escritores
jóvenes son muy propensos a divagar. El punto de partida del bosquejo será una
pregunta que el escritor se hará a sí mismo: “¿De qué modo este capítulo hará
avanzar la narración?” Si para este capítulo tienes pensada una idea llena de
divagaciones, ambiental, decorativa, ten mucho cuidado; tal vez sea mejor
desecharla si no consigues expresar en ella una o dos cosas importantes. Pero
si crees que la idea para el capítulo hará avanzar el argumento, entonces debes
hacer una lista de las cosas que quieres demostrar en dicho capítulo. A veces
es una sola cosa: que uno de los personajes quiere ocultar el hecho de que se
está volviendo ciego; que una carta importante ha sido robada. A veces son tres
cosas. Y si las apuntas en un papel y dejas éste junto a la máquina de
escribir, tendrás la seguridad de que no se te olvidará ninguna».
—Patricia Highsmith
Por ejemplo: Guido es el rico propietario de una cantera de mármol y Luisa la hija de uno de sus empleados. Los dos se aman, pero la madre de Guido no ve con buenos ojos este amor debido a la diferencia de clase social. Cuando Luisa da a luz un hijo de Guido, su madre hace raptar al hijo y hace creer a Luisa que el niño ha muerto en un incendio. A partir de ese momento Luisa decide hacerse monja, y Guido, creyendo que ella ha muerto en el incendio (y desconociendo que había tenido un hijo suyo) decide casarse con otra mujer. Pasan los años, y cuando su madre está a punto de morir...
Terminada la cuarta entrega del
extraordinario trabajo de Antonio Scurati sobre la figura histórica de Benito
Mussolini y su tiempo. Bien documentado, con un estilo periodístico, ágil, de
fácil lectura. Igual que los tres anteriores me ha gustado, muy interesante,
tiempos muy duros, dolorosos. Supongo que falta una última entrega para completar esta
ambiciosa tarea.
Cómo escribir un microrrelato.
"El microrrelato
trabaja con la elisión y la elipsis, es decir, salteando parte de la
información que no se considera imprescindible. Se trata, además, de comprimir
la mayor cantidad posible de significado en la menor cantidad posible de
palabras. Esta es una característica del género que, mal manejada, puede llevar
a textos incomprensibles. A veces alguien que ha trabajado y retrabajado mil
veces un microrrelato de cinco líneas se olvida de que quien lee solo conoce el
resultado final. Como en su cabeza el tema y la resolución están presentes con
toda claridad, no se da cuenta de que no ha dejado en pie suficientes claves
para la comprensión del texto.
Hay algunas técnicas para obtener
la máxima brevedad posible, pero en términos generales, le aconsejo desconfiar
de los resúmenes. Si la primera versión de lo que usted ha escrito tiene dos o
tres páginas, lo más probable es que no se entienda en cinco líneas. Quizás
deba ampliarlo para convertirlo en un cuento más largo o trabajarlo en ese
formato de cuento breve que también es válido: su primera obligación no es
escribir hiperbreve, es escribir bien.
¿Cómo saber si un micro realmente
se entiende? Si usted tiene dudas, es muy probable que haya problemas. Para
asegurarse, haga que lean el texto cuatro o cinco personas cuya lectura le
interese. Si no lo entienden, será necesario reconstruirlo dando más información.
Atención: le aconsejé que lo haga leer y no escuchar. No es lo mismo que se lo
lea usted en voz alta a alguien que esté escuchando. Con la entonación, la
expresión facial y los gestos podría estar llenando los huecos de comprensión,
dando información que en realidad no está en las palabras que ha escrito".
—Ana María Shua
Giovanna ha soltado los cabellos
grasosos del hombre, confundidos ahora con el terciopelo del diván. Cierra la
bata, se recoge la larga melena hacia atrás, sin dejar de mirarlo, sin dejar de
ver la tapicería rota en algunos sitios. Teme complicar la rutina adquirida de
una vez por todas, cuando después de ver en una vitrina del centro aquella
mujer rubia y esplendorosa que invitaba a conocer Grecia y los mares del sur,
decidió que las luces del Mediterráneo y los jardines colgantes de Babilonia
serían un día su única y gran aventura. El hombre está despierto, Giovanna lo
sabe. A la espera de algún acontecimiento, se sienta frente a él, con el aire
del norte a sus espaldas, indiferente ya a todo juego.
[De Las historias de Giovanna
(1971)]
No es muy largo lo que debo
decirte:
tiemblo cuando hablo de ello.
Poca cosa,
en verdad.
[De Pocas virtudes (1986)]
Esta es una esquina para niñas y niños que juegan hasta las diez, para ancianos paseando por alamedas interminables, sin fuerzas para llegar al portal donde vivían, para mujeres y hombres que dudan en el dintel, miran y se van, ociosos, con barcos de papel entre los dedos, sin recuerdos horizontales, hay una mujer que nunca escuchó un te quiero en la penumbra, hay un hombre que aún no sabe cuánto cuesta ser o no ser y ahí está su problema, otro, los problemas se atropellan y gritan y nadie sale del callejón oscuro, fronterizo, allí donde los cuerpos renuncian a la certeza del nunca, con la cabeza coronada de polvo se entregan al desandar, me pongo una boina y no reconozco otra salida que la rendición. Me rindo y no respiro.
Me miraba a los ojos tan cerca
que casi podía leer sus pensamientos.
Mejor no, mejor no leerlos, mejor
no saber qué podría esperar aquella mujer tan bella de un tipo tan poca
cosa como yo, que me había quitado las gafas y apenas distinguía sus facciones,
que me sentía embriagado por su turbadora presencia, que no sabía qué hacer con
las manos y sudaba mientras ella seguía con un dedo cada una de las
rayas amarillas de mi corbata.
No recordaba cuando había estado
antes así, a tan poca distancia de una señora tan femenina, tan estupenda, tan
Chanel.
Me susurraba, apenas podía
entender qué decía, adiviné algo así como vamos, chato o no
puedo más, rey.
Estaba empezando a marearme,
aquello no le podía estar pasando a un hombre tan corriente como un
servidor.
Jorge, te deseo, vámonos a la
cama –me dijo.
Perdone, no soy Jorge, me
llamo José Antonio –repliqué.
¿Qué? -dice- Tú eres Jorge Luis
de Campanzar y Salvatierra ¿no?
No, soy electricista, trabajo en
la Naval –dije, azorado.
Sorry, me he equivocado- dijo
bajito. Y se marchó, sin más, sin mirar atrás, dejándome con la camisa
empapada, con la frente marchita, con alteraciones en la entrepierna,
desorientado, desasistido, acomplejado, desubicado, con la moral por los
suelos.
Fui a casa, me duché con agua
fría, más de media hora. No somos nada, por lo menos yo.
Lo sé, no se puede sufrir tanto
como he sufrido por él. También sé ahora que ya no importa, que no somos los
mismos, que nunca hemos sido nada excepto una broma en las cenas, cuando se
escarba en los pasados imposibles como un minero expuesto al grisú. Aun así me
arriesgo, tanto, me acerco sin remedio, como una rejoneadora enajenada, de
forma inconsciente, sin pudor, sin pensarlo casi, con una repetida sinceridad
al pedir, al abrir mi corazón, al quedar expuesta todavía a la burla de su
incomprensión, a su compasión, a quién sabe qué sentimiento, seguro que
contrario al que quiero buscar.
No sé qué quiero buscar, no sé
qué fuerza me hace dar vueltas al redondel, no sé por qué me empeño en querer
verle, en equivocarme así. Me paro, pienso que tengo la edad suficiente para
saber lo que debo y lo que no debo hacer. Es un intento inútil, pienso, pero las normas no existen, los límites siempre
están más lejos y aquella carta de despedida la he leído tantas veces que las
letras están borrosas, lo que dicen me redime, lo que no dicen me llena de
sueños y saber cuándo la escribió me devuelve a la realidad, que es aplastante,
demoledora, está el aquí y el ahora y vivir no es escribir y todo esto no es
más que un absurdo que no lleva a ninguna parte excepto a disturbarme, a
perturbarme, a que me mire a mí misma como al bicho raro que siempre he sido,
un saltamontes con falda, una bestia parda sumergida en un arroyo de alcohol
para evitar los mosquitos de las dudas.
Cuando advierto todo esto me paro, me leo, muevo la cabeza, me compadezco de quién soy y decido si colgaré estas historias. Pero yo sé que sí porque en estos oscuros días de invierno estoy muy triste y tengo la lengua muy larga, el corazón muy grande y eso que llaman amor ni siquiera sé si es esto o si sólo es una locura, una invención que dura demasiado tiempo, toda mi vida.