domingo, 26 de septiembre de 2010

Haruki Murakami y yo.


Es increíble, acabo de descubrir a mi alma gemela. Esta mañana, en Fnac, me he comprado un libro de un tal Haruki Murakami, uno de esos escritores nuevos. Leyendo la reseña del autor me he quedado pasmado, no me parecía posible, la realidad supera cualquier ficción.

Resulta que el tipo nació en el mismo mes y año que nací, es escritor, traductor, corredor y japonés como yo, él nació en Kyoto y yo en Nakano. La temática del libro que he comprado, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, es, en lo que he podido leer, bastante parecida a la de mis mejores libros.


La sorpresa ha aumentado cuando he sabido que su padre era sacerdote budista, el mío era párroco católico en la diócesis de Takamatsu (ya, no se lo digan al arzobispo Okada que se casó, no lo sabe ni mi madre)

 
 (Además es clavadito a mí, mi doble)


Pero ahí no acabo todo, las coincidencias siguen. Ambos estudiamos literatura y teatro griego, nuestras esposas se llaman Yoko (la mía Yoko Mari), los dos hemos trabajado en una tienda de discos, hemos tenido un bar de copas en Tokio (en diferentes barrios, eso sí), en diferentes épocas de nuestra vida hemos vivido en Europa y América, somos celosos de nuestra intimidad, no acudimos a fiestas, no recibimos premios, no damos conferencias, no damos charlas, ni firmamos libros, no damos entrevistas, no dejamos que nos fotografíen, nos encantan el jazz y los Beatles, nos gusta tocar el piano, los gatos, las series de televisión, las películas de terror, las novelas de detectives, la ropa de sport, las canciones pop, tenemos pánico a las alturas, corremos a diario…

¡basta! 

Demasiadas coincidencias, este tipo me está copiando, no existe, me está robando las ideas, tengo las pruebas. Lean este fragmento de Dance Dance Dance, me lo ha copiado literalmente, esto ya lo había publicado en este Glup 2,o (14.12.2009). Compruébenlo.

Había una mujer que de vez en cuando se quedaba a dormir en mi apartamento. Luego desayunábamos juntos, y ella se iba al trabajo. Tampoco ella tiene nombre, pero sólo porque no es un personaje de esta historia. Aparece brevemente y desaparece enseguida. Por eso no le pongo nombre, para no liar las cosas. Pero que nadie piense que me la tomo a la ligera. La apreciaba mucho, y la sigo apreciando ahora que ya no está.
Éramos amigos, por así decirlo. Era, al menos, la única persona con la que podía decir que me unía cierta amistad. Tenía un novio formal, que no era yo. Trabajaba en una compañía de teléfonos, preparando las facturas con el ordenador. Ni yo le pregunté sobre su trabajo ni ella me contó demasiado, pero creo que era eso. Calcular el montante de las facturas telefónicas de otras personas, preparar los recibos, algo por el estilo. Por eso todos los meses, al ver en el buzón el recibo del teléfono, me daba la impresión de estar recibiendo una carta personal.
Además se acostaba conmigo. Dos o tres veces al mes, más o menos. Pensaba que yo había caído de la luna o de algún lugar semejante. “¿Aún no te has vuelto a la luna?” me pregunta entre risas. Estamos en la cama, desnudos, nuestros cuerpos muy juntos, sus pechos contra mi costado. Así pasmos muchas noches, charlando hasta el amanecer. El ruido de la autopista no cesa ni un momento. En la radio suena monótona una canción de los Human League. Human League. ¡Qué nombre tan absurdo! ¿Por qué usarán un nombre tan sin sentido? Antes la gente era mucho más moderada a la hora de ponerle nombre a un grupo. Imperials, Supremes, Flamingos, Falcons, Impressions, Doors, Four Seasons, Beach Boys.
Ella ríe cuando me oye decir estas cosas. Y luego dice que soy un tipo raro, distinto. En qué soy distinto, eso es algo que desconozco. Yo creo que soy una persona tremendamente normal con una forma de pensar tremendamente normal. Human League.
“Me gusta estar contigo”, me dice. “A veces me vienen unas ganas tremendas de estar contigo. En el trabajo, por ejemplo.”
“Aha”
“A veces”, dice ella marcando las palabras. Y luego deja pasar unos treinta segundos. La canción de los Human League ha terminado, y ahora suena algo de un grupo que no conozco. “Ese es tu problema”, continúa. “Me encanta estar así los dos juntos, pero no se me ocurriría pasar todo el día contigo, de la mañana a la noche. ¿Por qué será?”
“Ni idea.”
“No es que esté incómoda contigo. Es sólo que, cuando estamos juntos, a veces me da la impresión de que el aire se vuelve increíblemente liviano. Como si estuviéramos en la luna.”
“Este es un pequeño paso para el hombre...”
“No estoy bromeando”, me contesta incorporándose en la cama y mirándome de frente. “Lo digo por tu bien. ¿Hay alguna otra persona que te diga estas cosas? ¿Qué me dices? ¿Acaso tienes a alguien?”
“A nadie”, le digo sinceramente. Absolutamente a nadie.
Vuelve a tumbarse, apoyando sus pechos en mi costado. La palma de mi mano le acaricia suavemente la espalda.
“Pues eso. Cuando estoy contigo, hay veces que el aire se hace muy liviano, como en la luna.”
“El aire de la luna no es liviano” le apunto. “En la superficie de la luna no hay absolutamente nada de aire. Por eso...”
“Es liviano”, susurra ella. No sé si ha ignorado mis palabras o si no las ha oído en absoluto. Pero oírla hablar en voz baja me pone nervioso. No sé por qué, pero hay algo en su susurro que me inquieta. “Increíblemente liviano, a veces. Es como si tú y yo respiráramos aires totalmente distintos. Lo sé.”
“Faltan datos” le digo.
“¿Quieres decir que no sé nada sobre ti?”
“Tampoco yo sé demasiado de mí mismo” contesto. “Lo digo en serio, no es que trate de filosofar. Es más real que todo eso. Faltan datos así, en general.”
“Pues ya eres mayorcito. ¿Qué edad tienes? ¿Treinta y tres?” Ella tiene veintiséis.
“Treinta y cuatro”, la corrijo. “Treinta y cuatro años y dos meses.”
Ella mueve la cabeza. Luego se levanta de la cama, se acerca a la ventana y abre la cortina. Se ha puesto mi pijama.
“Vuélvete a la luna”, me dice mientras la señala con el dedo.
“¿No hace frío?”, le pregunto.
“¿Quieres decir en la luna?”
“No, estoy hablando de ti”, contesto. Estamos en Febrero. Junto a la ventana, su respiración se ha vuelto blanca, pero sólo al oír mis palabras parece tomar consciencia de ello.
Se apresura a volver a la cama. La abrazo, y noto el frío del pijama. Aprieta su nariz contra mi cuello. Está helada. “Te quiero”, me dice.
Quiero decir algo, pero no me salen las palabras. Ella me gusta mucho. El tiempo se pasa volando cuando estamos los dos así, en la cama. Me gusta dar calor a su cuerpo y acariciar su pelo. Escuchar el leve sonido de su respiración al dormir, llevarla al trabajo por la mañana, recibir la factura de teléfono que ella ha calculado (o eso quiero creer), verla con mi pijama puesto, que le queda grande. Pero no puedo expresarlo con palabras cuando llega el momento. No estoy enamorado de ella, pero tampoco vale decir simplemente que me gusta.
¿Qué se supone que debo decir?
El caso es que no soy capaz de decir nada. No se me aparecen las palabras necesarias. Sé que mi silencio la hiere. Ella no quiere que me dé cuenta, pero lo siento. Lo siento mientras acaricio la suave piel de su espalda sobre la espina dorsal. Muy claramente. Nos abrazamos en silencio durante unos instantes, escuchando una canción de título desconocido. Su mano está apoyada en mi vientre.
“Cásate con una mujer de la luna y crea con ella una estupenda familia de lunáticos”, me dice con dulzura. “Es lo mejor que puedes hacer.”
Sin dejar de abrazarla, observo la luna por encima de su hombro, a través de la ventana abierta. De vez en cuando atraviesan la autopista enormes camiones cargados de algo muy pesado y levantando un estruendo lleno de malos presagios, como un iceberg que comienza a derrumbarse. Me pregunto cuál será su carga.
“¿Qué tienes para desayunar?” me pregunta.
“Nada fuera de lo normal. Lo de siempre. Jamón, huevos, tostadas, la ensalada de patata que me hice ayer, y café. Si quieres, te lo preparo con leche caliente” contesto.
“Estupendo”, me dice con una sonrisa. “¿Por qué no preparas unos huevos con jamón, y me sirves el café con tostadas?”
“Ningún problema” le aseguro.
“¿Sabes qué es lo que más me gusta del mundo?”
“Francamente, no tengo ni idea.”
“Lo que más me gusta”, me dice mirándome a los ojos, “es estar en la cama una fría mañana de invierno, sin ninguna gana de levantarme. Y entonces oler el aroma del café, y oír el sonido de los huevos con jamón al freírse, y el crujir de las tostadas cuando las cortan, y saltar de la cama sin poderme contener.”
“Pues vamos a verlo”, le digo riendo. 

(Fragmento de Dance Dance Dance de Haruki Murakami)

(Me ha copiado hasta la firma)

8 comments :

virgi dijo...

No me desilusiones, Pedro, porfi.
Lo único que me ha gustado de Murakami fue Tokyo Blues.
El pájaro que... ,After dark, Kafka en..., no me gustaron nada.
Imposible.
Debes tener una crisis de personalidad, cuídate, anda.
Que te leo con fruición, chiquillo.

Un abrazo tierno.

Pedro M. Martínez dijo...

virgi, Sofía dice que Onetti dijo: IV. No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético.
Como además de japonés soy obediente con los consagrados, mañana es posible que sea ruso, vasco o neozelandés, escritor claro.
Dejo en esta página cientos de gustos, alguno habrá que intereses a alguien (además de a mí)
Por ejemplo, me gusta esta escritora tinerfeña:

Ha pasado casi medio siglo. El otro día ordené los cromos, los juegos, los libros. Los colores no eran los mismos, las muñecas esperan, no encontré las fichas. Los libros, en fila, también aguardan.
El mar se alejó de la terraza donde comíamos cangrejos.
La niña de entonces hace tiempo que no está.

Quién la siguió, aún conserva algo de ella.


¿La conoces?
Un abrazo firme.

Tesa dijo...

La manera de escribir es muy ...oriental.
Fluyen las frases, como quien cuenta y cuenta sin venir a cuento.
Me gusta.

Pedro M. Martínez dijo...

Lógico Tesa, soy japonés (hoy).

virgi dijo...

Pues sí, me suena, me suena...
A ver si encuentro algo más de ella, me alegra que en tu obediencia, me la hayas traído.
Todos mis besos, ¡claro!

gaia07 dijo...

Tenía que ser japonés para copiarte, no podía ser de otra manera. Hoy.
Un beso divertido.

Magnolio dijo...

Está claro que uno de los dos se inspira - o copia bien copiado que es parecido - en el otro, o viceversa.

Hoy, donde firma Murakami, el protagonista es el lunático. En el 14.3.09 (te has confundido de mes) ,donde firma Glup, la que está en la luna es ella, al loro:

"Si algún día no puedo ya llamarte, mujer de la luna, me cortaré la lengua, ¿para qué la quiero ya? Si algún día cambia tu mirada me tiraré al agua y ya no me verás, un hombre submarino, viviendo con las sirenas que antes me cantaban en las rocas, para siempre. Pasarán otra vez treinta años, pasará la vida y tú sabrás, lo sabes ahora y amor, tengo tanta pasión aquí en mi pecho que no sé cómo no te quemas, como no ardes junto a mí, mariposa de otro planeta, pájaro, golosina, mujer de cuerpo entero que me das tanto y tanto, que me has abierto una puerta por la que se me han colado tantas maravillas que estoy así, ciego, deslumbrado, llévame de la mano, guíame pero no te olvides, enséñame pero sin olvidar que con este frío en el país se multiplican los apagones de luz y las velas, como antes, el candil que te dije y no quiero decir nada que no sea te quiero, amor extraterrestre, mi vida, mi pasión, distraída o atenta, como quieras o puedas, tu balanza, tú ya sabes, tú sí que sabes, yo estaré aquí, puntillosa, formalista, tú, como eres, te enviaré fotos, un póster a todo color de tamaño natural, si aparece “otro” le mataré, lo sabes, a los chicos de barrios extremos nos quedan estos resabios antiguos, si aparece “otra”, ¿qué harás?, tú, tan modosita, tan juiciosa, tan digna, o por eso. Pensándote, escribo pensándote, no busques interpretaciones extrañas, digo exactamente que estoy pensándote. Y te lo escribo. Para que lo sepas y lo leas, para que respires entre nave que llega y nave que va -sé paciente- para que te alegres o te enfades, para que sepas, por fin, que solo no soportaría que no me supieras, que no, que puedes dejar de quererme, olvidarme, borrarme de tu recuerdo, no me importa, lucharé, llenaré de imaginación cada día de después, pero no dejes jamás de saberme, como un iceberg, no te quedes abrazada a la punta donde chocó el Voyager, eso no lo soportaría. Ya.
....
Si algún día no puedo ya llamarte, mujer de la luna, me cortaré la lengua, ¿para qué la quiero ya? Si algún día cambia tu mirada me tiraré al agua y ya no me verás, un hombre submarino, viviendo con las sirenas que antes me cantaban en las rocas, para siempre. Pasarán otra vez treinta años, pasará la vida y tú sabrás, lo sabes ahora y amor, tengo tanta pasión aquí en mi pecho que no sé cómo no te quemas, como no ardes junto a mí, mariposa de otro planeta, pájaro, golosina, mujer de cuerpo entero que me das tanto y tanto, que me has abierto una puerta por la que se me han colado tantas maravillas..."

Evidement.

Pedro M. Martínez dijo...

virgi los japoneses somos obedientes. ¿Te apetece ahora que me haga el harakiri? Besos antes del terremoto-


gaia07 oye, oye, que los dos somos japoneses. Seguro que no te fijaste en mis ojos rasgados. Beso inclinado.


Magnolio, gracias por recordarme estas cosas que escribía hace tanto (19 meses, puff). ¿Ves como me copia? Jajajajajajajaja.

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