martes, 5 de enero de 2010

Holoturoideo


"La causal aparente, la causal príncipe, sería una, por descontado. Pero el suceso era el precipitado de toda una gama de casuales que soplando a pleno pulmón en las aspas, como los dieciséis vientos de la ropa revolviéndose a un tiempo en una depresión ciclónica, acababan por estrujar en el remolino del delito la debilitada razón del mundo. "
(Fragmento de “El zafarrancho aquel de Vía Merulana”) Carlo Emilio Gadda



Eran tiempos duros, muchacha, del cielo llovían plumas, quizás morían los halcones encima de las nubes, quizás una bandada de estorninos estaba en guerra con las alondras, quizás los ángeles estaban en plena muda. Se lo pregunté, pero Ella que tanto sabía, no pudo contestarme. Envalentonada por el erial de mi saber comenzó una labor de decoración y pintura en aquellas zonas de mi cerebro en las que no había entrado el sol del conocimiento. Debo decirte, niña, que la única idea me ocupaba bastante y que el alcohol había vaciado casi todo excepto las cuatro reglas y la capacidad de distinguir entre una regadera y la curva de sus caderas.

Día a día Ella desbrozaba mi ignorancia. Me contó que se conocen unas 1.400 especies de holoturoideos desde el Silúrico, hace ya unos 400 millones de años, nada menos. Pobre de mí, no tenía ni idea que son una clase del filo Equinodermos que incluye animales de cuerpo vermiforme alargado y blando que vive en los fondos de los mares de todo el mundo, que pertenece al mismo grupo que los erizos de mar o las estrellas de mar aunque aparentemente no tienen la simetría pentarradial característica de los demás representantes de este grupo. Se consideran animales con una simetría bilateral secundaria, ya que internamente sus órganos y sistemas aparecen en un número múltiplo de 5, como en el resto de equinodermos, pero externamente su cuerpo alargado da la sensación de tener un solo eje de simetría. El cuerpo es musculoso, en forma de cilindro, y tiene una apertura bucal por un extremo que es rodeada por tentáculos. En el otro extremo se halla la abertura anal. Esto último me lleno de dudas, ¿sería yo mismo un holoturoideo? -del griego holothurion, "que se agita totalmente"-, pues mira, no lo sé, pero la amaba tanto que ponía cara de interés mientras acariciaba sus breves pechos.

Fue también entonces cuando aprendí que desde mediados del siglo XV en la custodia de asiento se adoptó la forma de torrecilla o templete ojival, sostenido por una base artística quedando en medio una lúnula o viril de plata u oro para colocar en él visiblemente la hostia. Jamás lo hubiera imaginado, esa utilización del “viril” en una custodia me llenó de confusión. Uno era (es) bruto, nada inclinado a piezas y ornamentos religiosos, pero especialmente propenso a eso de la virilidad. Por eso, aquella noche, para compensar, la amé repetidamente. Ella no consentía su propio goce, desnuda pero mística me susurraba -Cioran decía que “el orgasmo es un paroxismo; la desesperación, otro. El primero dura un instante; el segundo una vida”-. Ni con esas perdía mi excitación, tanto la deseaba, seguía a lo mío/nuestro.


Era caprichosa, calzaba zapatos de Salvatore Ferragamo y sin más atuendo realizaba autopsias a las moscas del vinagre. Una tras otra eran estudiadas en su aparente simplicidad. –Mira, mira, aprende- me decía. Pero aquello me parecía una cochinada. Como cuando quiso entrar en la mirada de los equinos y clavó el bisturí en un ojo de caballo que le consiguió el carnicero de la plaza. En aquel tiempo lo único bueno era, mientras ella se dedicaba a la sinología, escuchar a las alondras fuera, en el jardín cercano, en un mundo lejano al acostumbrado, aquel en el que yo vivía.

Ocurrió una tarde, habíamos ido a llevar un ramo de flores a la curva de los periodistas. La oblicua luz del atardecer era tan intensa, tan bella que apartamos la mirada. Justo antes, durante un instante, la vi, transparente, todo su conocimiento, todo su saber, el amor relegado entre desarrollos de turbinas y análisis de manganeso, entre neurosis obsesivas y vinculaciones longitudinales. Así ocurrió, minuto a minuto la fui apartando tanto que no pude volver a encontrarla. Ella se fue al norte y yo a sur. Lástima que el coche era de ella. Regresé andando, ignorante y solo, pero libre. Algo aprendí en esta historia. Por cierto ¿sabes qué es la ofiolatría?, ¿y un decurión?, ¿sabes qué es la poliginia?, lo cuento otro día.




6 comments :

ybris dijo...

Una enorme sonrisa hoy.
La imaginación al poder.
La excitación de lo desconocido abarca el conocimiento de los holoturoideos, por supuesto.
Pero donde esté ese viril potente de la fuerza varonil inspiradora de palabras poderosas como "verijas" que se quite el endeble viril procedente del vidrio.
Creo que si se practicara el amor o el sexo al son de un canto seráfico sobre la simetría de los equinodermos el mundo sería menos adocenado y el ayuntamiento menos administrativo.
Y es que las alondras y los ruiseñores ya están demasiado vistos.


Un abrazo de cefalópodo.

Anónimo dijo...

Hola Pedro, te volví a encontrar. Esta vez te enlazo para no perderme.

Feliz 2010

Saludos
Hannibal

virgi dijo...

¡Es que eres muuuuuucho!
Una veces un libro abierto, otras un pozo de sabiduría, más allá un carcaj de flechas cargadas de ironía, por aquí una enciclopedia zoológica ( o botánica, yo que sé!), ayer un corazón roto, más tarde un provocador de sonrisas...¿pero sabes que siempre eres muy tierno?
Un beso, ese principio de plumas: una gozada (pues como leerte, digo).

Ariadna dijo...

Me voy con los dos ojos en un punto...Holoturoideo???...ó como conseguir que tu chica siga a tu lado a pesar de...
No tienes piedad :(

mirada dijo...

Lo que tu eres es un cachondo mental, jejeje, que escribe muy que muy bien....
y lo que se aprende contigo, también, nunca había visto un pepino de mar, qué feiño es, madre...!!

Un besazo, te iba a llamar holoturoideo mío, pero me abstengo, jejeje,

gaia07 dijo...

A veces la ignorancia radica en saber demasiado y olvidarse de vivir.

Un abrazo.

PS.: Según los piratas el parlamento es sagrado, quedas obligado, y será en la mía que te tendré a mi merced.

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