Flota
Caen [las bailarinas de Elizabeth Streb] veloces como estrellas y durante un instante se asemejan a un dios. Redimen la vergüenza de caer, un acto que normalmente asociamos con ser muy joven o muy viejo o estar muy perdido o no ser dueño de uno mismo. Rebotan elegantemente y recuperan el control de sus cuerpos y movimientos casi de inmediato. Verlos caer te llena de un anhelo extraño e inexplicable. Quizás sea el anhelo de lo que Streb llama «un movimiento real». Sus bailarines no lo ejecutan, solamente lo imitan. «Un movimiento real arrancaría la carne de tus huesos», dice. «Es algo que no puede habitar un ser humano».
Streb y sus bailarines imitan la caída real cayendo según un plan establecido. Un día hablaba de esto con ella. «Lo importante no es caer, sino como recibes el golpe», dijo. «Ese es el ámbito de la interesante complicación humana». Los bailarines de Streb tienen columnas vertebrales fuertes, están bien entrenados y dominan la teoría de cómo recibir el golpe. La sorpresa está controlada. La catástrofe no es el resultado habitual. El miedo sigue estando muy presente pero se trata de ese miedo más refinado y complicado asociado al suspense o al asombro teatral, no el pálido grito ahogado de la caída libre desde un avión descendiendo en espiral.
Me pregunto si mi padre gritaría mientras caía. Me he dado cuenta de que durante la representación los bailarines de Streb se miman unos a otros con palabras: hay una prescindible pero eficaz red de lenguaje que los conecta unos a otros mientras se mueven o se preparan para moverse, un sistema de señales y recuentos y envalentamientos que aseguran su interacción. Cuando se contonean en el aire o se relajan y caen, lo que se abre bajo ellos, alrededor de ellos, no es un peligro vacío sino un patrón de confianza. El lenguaje es una de sus señales.
Anne Carson,
«Tío cayendo. Un par de conferencias líricas con el mismo coro» en Flota.
Traducción de Andrés Catalán y Jordi Doce.
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