Parker no es un cuentista.
Parker no sabe escribir cuentos,
solo frases cortas que junta con tijeras, con más entusiasmo que acierto. Las
palabras de amor se le rompen en la boca y caen al suelo como cascaras de avellanas.
Por eso ella no percibe vibraciones ni rocío. Pasan los días, las nubes, las
adivinanzas y el desconsuelo, sus cuerpos, alejados, se han convertido en
conjuntos huecos, siluetas, distancia, el vacío. Coleccionar sílabas nunca ha
sido un ejercicio que llene la ansiedad, con todo Parker las vuelca sobre un
tapete negro e intenta dar nombre a lo que sentía, pero con esto del cambio de la
hora anochece muy pronto, se apagan las risas de los niños, aparece el
resplandor del cartel del hotel y todo
queda en espera hasta el siguiente día. Y así.