Peatón con futbolín
Francesc Català-Roca - Peatón con futbolín, Madrid, 1953
Un lelo, ensimismado en lo que
escribo, corto de miras, sin mirar a los lados, no como esos reptiles de mirada
periférica, un camaleón por ejemplo, no, con orejeras, mirándome el ombligo sin
cesar, sin mirar hacia otros lados, que los hay, vaya si los hay, leer,
sentirlo, admirarme acomplejándome, empequeñeciéndome, agarrándome al absurdo
de la estadística, que sí, que de escribir
sentimientos que nacen dentro de la piel, debajo, en las entrañas, por
ahí, doliente voz borboteando en inviernos del alma, amor encontrado en Ella,
en otras Ella, en una estación de tren de Barcelona, paso a escribir como un
amanuense, un monje benedictino que copia textos desde la esquina del cerebro
que organiza un Stockhausen ibérico, un
burgués emocionalmente inestable, al borde de la melancolía, un perro negro a
punto de morderme las pantorrillas, a nadie le importa esta retahíla de
boberías alienadas en el escaparate, lo sé, mi espejo habla, habla el que en él
se refleja y dice, me dice, espabila, chaval déjate de nostalgias del piso de
Tívoli, infancias en una cocina luminosa entre mujeres y risas, salto al vacío
de la vida, soledades compartidas, las garras del trabajo, el primer beso en la
sombra, el tedio, el miedo, el amor como una losa, siempre una Ella en la
confluencia entre ser y no haber sido, esperando su llegada, su paso, y no
venía, llegó tantos años después, podemos ser amigos, ¡no!, que no quiero ser
su amigo, solo, que quiero su cuerpo enjuto y pálido abrazado al mío en la
ternura, crucificados a besos nunca dados, inventar la dulzura de una voz ahora
tan ronca, definir la pasión, imaginar caricias en sus muslos, esto es así,
empieza en uno y termina en infinito en esas madrugadas plomizas en las que el
viento alborota las ideas que van de un sitio a otro, de la alameda llega el silbido entre los
árboles, una ausencia hizo la otra, melodía prófuga, la vida pasa en tres
minutos de una canción de Sinatra, my way, descifrar lo incomprensible, la
travesía de los días, vivirlos con el corazón colgado de un bramante de sueños
desmedidos, mirar la luna hasta perder la razón, si aún quedaba, el desaliento
de las amistades que se fueron, recuerdo las playas, las blandas arenas que he
pisado en bajamar, los brazos bronceados, las huellas en la orilla, su bikini
escueto y verde, sus caderas generosas, mi cuerpo varado junto al suyo en las
noches oscuras y cálidas, un aeropuerto en Bruselas, la retirada cuando me
reñía, sus labios llamándome luego, ven, desnudos sobre el crepúsculo, el
nuestro, un tiovivo de voces, su acento dulce, la escarcha de las despedidas,
no te vayas , amor, ¿volverás?, como un funámbulo sin equilibrio, caminando
sobre un alambre tenso, sin red abajo, me rompí las piernas, el alma, las
ilusiones, la esperanza, nadie aplaudía ya, los violines, aquella orquesta pagada, toquen otro vals, el último ¿Qué
queda?
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