Pegatinas caritativas
Entre nosotros, lo que son las
cosas, cuando iba a (no) trabajar pensando sobre qué (si) escribir para mañana,
siempre pendiente del mañana (qué ingenuidad) que esto del blog a veces es un
agobio, no creas, y en una plazuela me ha abordado una atractiva señora,
morena, he vuelto a la tierra, que
quería ponerme en la solapa una pegatina de esas de cuestación para el Domund o
similares, que está pasado de moda, que me ha recordado a tiempos franquistas,
damas petitorias con mantilla sentadas detrás de mesas con flores, banderines,
billetes de mil y quinientas pesetas apretujados sobre bandejas de plata, no
había calderilla, que le he dicho que solo llevaba cien euros y que no era cosa
y me ha mirado sin creérselo, que me da rabia, me parece un método de ingresos
mal entendido, fuera de onda, esa ostentación pública de bondad y entrega,
damas de caridad, la madre que las parió, que uno tiene sus traumas, como
todos, como cuando adolescentes, gallitos, hacíamos el tonto en vez de navegar
o ser abstemios o subir al monte con los curas, la madre que parió también a
los curas montañeros y a los monaguillos de voces aflautadas y he recordado,
claro, cuando yo trabajaba en un laboratorio químico, analizando aceros,
bronces, ferroaleaciones, productos relacionados con la siderurgia y ahí
terminó mi carrera deportiva, esa faceta, que no se puede trabajar y nadar a la
vez, que me ahogaba en la piscina, que al dar la vuelta en cien espalda me
salía fuera del agua, cambié de deporte y otro día recordaré otras prácticas
deportivas y a las chicas guapas porque sin transición de lo químico he pasado
a lo atómico y sin darme cuenta he terminado en Hiroshima y en Mari Pili, que
siempre termino pensando en ella y le envío besos y besos y se los dejo en la
ventana, al lado de los tiestos con geranios y clavelinas y esa será la
historia de mañana o pasado que se me ha encendido la luz y solo tengo que
escribirlo, nada menos, hasta entonces, buenos días, agur.
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