lunes, 3 de febrero de 2020

Cuento de horror



La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones. Todavía recuerdo, era un día de diciembre, en concreto el día 28 y todo parecía tan tan especial que era el día de Navidad. Así fue el primer día de mi vida, a la edad de 10 años, descubrí que una chica llamada  María era una chica diferente a las demás. No era ni más alta, ni más gorda, ni más lista ni más tonta, simplemente era diferente a las demás. O al menos  mis ojos la veían diferente.  Iba sabiendo que esa chica sería la mujer de mi vida. Sería la única persona de este mundo que me podía hacer feliz y completarme  en todo. Su presencia solía darme una felicidad inexplicable.

Tanto la amé  que, sin darme apenas cuenta de mi espíritu, le fui robando de su libertad individual. Ella también me quería porque se daba cuenta de que mi amor hacia ella era de verdad. Pero no fui capaz de controlar mis celos y dejarle ese espacio de libertad personal que tanto un hombre como una mujer necesitan.

Tanto la quería que, sin darme cuenta,  un día pidió alejarse de mí y se fue. Se fue a buscar ese espacio de tranquilidad que yo mismo le robaba.

Y año tras año, y ya han pasado 33, aquella niña que me dio tanta felicidad se me ha convertido en una gran pesadilla diaria. Esa pesadilla se ha convertido en una historia de horror por culpa de la que no puedo dormir. Cada noche acude a mi cabeza, a mi mente, a mis sueños.

Mi cabeza se ha convertido en el lugar de sus apariciones.  Mi cabeza se ha convertido el castillo donde el fantasma vive.

 Juan José Arreola
Cuento de horror

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