lunes, 5 de octubre de 2015

Carta del amante ocioso y enfadado.



Mi amada, pongo a tus pies las flores de mis mentiras preferidas y enciendo velas de colores, quemo incienso, quemo mis calcetines amarillos con agujeros, quemo tu última carta y me como los sellos, amenazo al cartero y no es bueno acusar al mensajero pero dime, mi bien, ¿cuándo me escribes? que no puedo vivir sin leer de ti tus desvaríos, tus caricias al aire, tus inventos de atarme a la cama y tatuarme con los labios, con saliva, una fábrica de pasión, con obreros que salen y que entran, con sirenas anunciando el fin de la jornada, con ejecutivos ejecutándose a sí mismos con corbatas al cuello que cuelgan de clavos en el techo.

Ojalá que las termitas de la duda jamás devoren la viga maestra de amor que sostiene este edificio donde nos cobijamos, ateridos de otros fríos, selenitas, arrobados en el fuego de mirarnos, cormoranes de aquel cielo, también nuestro, inventores, cuenta cuentos, poetas de un solo verso, acróbatas de nuestros cuerpos retorcidos, vencedores del concurso de jadeos, sutiles artesanos de los dedos que viajan de las uñas al extremo de tus cabellos de color indefinible, quizás porque siempre nos vemos en penumbras, peces de lo más profundo, batiscafo barriendo la oscuridad submarina con linternas, con faroles chinos, con cerillas, con aliento nublando las ventanillas desde donde se ven vacas pastando, brutos temporeros de pechos fáciles, o baratos, de liquidación, aprovéchate que estoy de vacaciones, ocioso, ausente, que nadie puede llamarme porque ni siquiera sé donde estoy, este paisaje no es el mío, no me han presentado a las moscas y el gavilán fuma sin parar y bien, seamos serios, este torpe fluir surrealista tiene truco, esconde la pura realidad, que es tan difícil, tan llena de clavos, de cristales, de macetas que bostezan, de maletas en el tope de los trenes. Estoy enfadado, absolutamente, amada mía no resisto ni un segundo más sin ti. Por cierto ¿cómo decías que te llamabas?


1 comments :

Maribel dijo...

Apenas una mirada les bastó, no importaban las tres mesas que les separaban. Sin pronunciar ni una palabra salieron del bar cogidos de la mano, con la otra libre ambos sincronizaban su agenda. Pulsaron al unísono el gps de sus smartphones y en la lupa ambos escribieron “ Buscar hotel más cercano” después de activar “usar ubicación actual”. En la puerta de la habitación dejaron el equipaje vital, maletas y baúles repletos de éxitos, errores, preocupaciones, tristezas, desengaños; de responsabilidades adquiridas (algunas ni tan solo deseadas).
Cuando se adentraron en el paraíso donde no se admitía lo políticamente correcto, fueron ellos. Libres de mochilas pesadas colgadas en las espaldas. Los cuerpos contorsionándose por la fantasía, ágiles. Las emociones dieron volteretas en el aire y hasta dobles mortales hacia atrás con tirabuzón, sin red. Frases del Manual del buen seductor (versículo 69) que él hacía tiempo que no tenía ocasión de pronunciar. Sin sospechar lo poco que le importaba a ella escucharlas. Si ni tan solo sabía (ni quería/ni ansiaba saber su nombre, qué vete a saber que igual se hacía llamar glup y de apellido 2.0). Y desde luego ni pensaba confesarle que su nombre era Maria Eufrasia de las Encarnaciones Angustiadas. Qué ella tiene principios (bien, más de uno).

Besets!


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