martes, 20 de diciembre de 2022

Cóncavos y convexos

 

Jean-Honoré Fragonard - Le baiser furtif (1787-89)

Tuve una amiga (la tuve, disfruté de su generosidad, creo que fue en otra vida, un miércoles o un jueves, no recuerdo bien) que no se reflejaba en un espejo. La última vez que nos amamos le sugerí que la postura treinta la intentásemos frente a un espejo, accedió, nos aplicamos al acto y, qué curioso, no se veía, ella estaba pero no estaba. Entre suspiro y suspiro decía que le daba vergüenza. Eso me hizo pensar (después del acto, claro, soy hombre, muy, no sé hacer dos cosas a la vez) que quizás esa vergüenza, es decir lo que venía de fábrica, el ADN, lo anterior a lo aprendido, lo incrustado después por una educación, lo adquirido forzosamente por tantos que nos enseñaron lo que sí y lo que no, es lo que da visibilidad a lo real. Veía a un joven (yo, antes) pero no veía lo sublime (ella). Los dos nos lo perdimos. Ser ciego no tiene nada que ver con ver. Compro bastón y cascabeles de segunda mano. Razón aquí.

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