Juan Navarro Baldeweg
Humeaban aun las casas de la ribera, los
ejércitos crédulos se perdían carretera adelante, cansados, hastiados de
muerte, saqueados ya el granero y la tez de las niñas llorosas en los balcones.
Los días colgaban lentos, perdidos entre el hambre y plegarias. Era el número 39.
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