Este
es un rincón perdido, obstinado, terco, sostenido en el extremo de un palo en
equilibrio sobre la nariz de un malabarista con el culo al aire que repite
salmodias y letanías, que ve girar atemorizado las ruedas del tiempo, que agita
con una mano el sonajero del miedo y con la otra espanta las sombras de damas
sin rostro. Algún día se caerá.
La
hostia será épica.
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