Quid pro quo. Es decir que publicar un
libro, tres, mil, no es garantía de nada, la emoción, cariño (sí, sí, es a ti), el temblor en las
axilas, en las ingles, esa sensación que te dice que ahí está la poesía,
estremecerse, el resto es apenas humo, trabajo para desocupados, para ombligos
que se expanden y nos dejan ciegos para lo que no sea el yo y no, no, no, la
poesía está en los otros, en la mirada de otros, es cierto que el espejo nos dice
que somos los más guapos del pueblo pero suelen mentir, quizás no siempre pero
a menudo. Quid pro quo. Está
la palabra y está la educación, está el saber hacer y la cortesía, la mentira y
el disimulo, el abanico y sus normas, la navaja barbera, clavarla justo debajo
de ese ombligo del que hablamos y tirar hacia abajo, desgarrar músculos y llegar
a los intestinos, siempre mirando a los ojos al desgraciado que no se espera
ese acto criminal. ¿En la muerte está la poesía? No. Ayer me cené un
diccionario y he dormido mal, se me clavaban las vocales en la glotis y me
siento no sé. Quid pro quo. Nos queda la palabra, claro, pero a veces los
sordos nos obligan al clamor, alharacas, pamemas, esas cosas me producen mal humor y sed de venganza, por eso quizás
sigo entre barrotes que me compré en las liquidaciones de Leroy Merlín.
Demasiada extensión, pues eso, que hoy por ti y mañana por mí, joder, que no
cuesta nada y quedas bien, o casi, siempre que el que recibe la línea de compromiso sepa leer (entre líneas). Pero, ay, para eso hay que ser, antes, es
previo, antes de ser lo que sea hay que ser. Lástima, eso no se aprende, viene
de serie. Otro poeta será, qué le vamos a hacer. Lucas 7:22 Reina-Valera 1960 (RVR1960) 22
“Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y
oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos
oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio.” Quid
pro quo.
lunes, 31 de octubre de 2016
domingo, 30 de octubre de 2016
Una historia en invierno.
Una madrugada cualquiera entrará el
invierno con nocturnidad y alevosía, nadie se explica cómo son estas cosas.
Como un huésped incómodo al que no hemos invitado, se quedará durante tres
meses con su carga de lluvia, frío y nieve. Entonces faltará menos para la
primavera.
Recuerdo
el invierno en que conocí a Begoña.
Era
dulce, diminuta, una muñeca rubia de voz suave y piel pálida, con movimientos
elegantes, como una bailarina de ballet, con unos ojos que se comían el mundo a
mordiscos pequeños, sobre todo con una ternura que me conmovió.
No
sé cómo pudo fijarse en mí, un engreído bebedor de ginebra con tónica que
jugaba a las cartas en un garito de Campuzano, que hablaba alto y cantaba
canciones de Larralde, que acababa de salir de un tormentoso idilio y que
estaba roto (aunque me hubiera dejado cortar un brazo antes de reconocerlo).
Tampoco sé qué hacía allí.
Me
miró, le miré, dejé la partida, en la barra del bar hablamos, me desarmó, me
conmovió, me sedujo con sus modales de niña buena, me domesticó y supe estar
tranquilo, quitarme la máscara, abrirle mi corazón.
Paseamos
hasta su casa, la de sus padres, en un lujoso piso del centro de Bilbao.
Hicimos el amor en el portal, detrás de la caja del ascensor, desafiando a los
posibles vecinos trasnochadores que regresasen a deshoras. Con incomodidad y
frío, inventando posturas inverosímiles, como compulsivos amantes ocasionales,
devorándonos en besos y caricias.
Esa
fue la primera vez. Durante varios días nos hablamos y conocimos, nos amamos en
lugares más discretos, más cómodos, más calientes. Abrazados, me contaba su
vida, estaba de vacaciones en la casa familiar y después de Reyes debía volver
a su trabajo en Madrid, a su vida.
Me
confesó que tenía un novio que le maltrataba, que no podía dejarle porque era
el hijo de unos íntimos amigos de la familia, que se conocían desde niños, que
era un noviazgo anunciado, convenido, que él consumía substancias no
recomendables y de ahí su violencia.
Me
contó de su rebeldía, de su estancia en un correccional, que una de las monjas,
joven, bella sin toca, se metía en su habitación y en su cama todas las noches.
Que ella se sentaba junto a la ventana, con rabia, despierta, imaginando una
cruel venganza que nunca se produjo. Pero el acoso duró seis meses.
Me
habló de sus padres, que no le querían, que al menos ella no se sentía querida.
Me relato, una tras otra, una cantidad tal de desgracias que parecía imposible
que en aquel cuerpito tan bello, tan tierno, entrase tantas calamidades. En
algún momento pensé que las inventaba. Seguíamos amándonos intensamente.
Una
tarde, hacía un frío de mil demonios, no vino a la cita, esperé en vano. Al día
siguiente pregunté a la portera de la casa si sabía dónde estaba Begoña. Me
dijo que se había vuelto a Madrid con toda la familia, que algo había ocurrido,
que el piso estaba en venta.
Lo
confieso, me dejó tocado, ese fin de semana me fui a Madrid. Como un sonámbulo
paseé por las calles donde me dijo solía alternar. No sabía más. No la
encontré, nunca más supe de ella. Volví a Bilbao. Seguí jugando a las cartas en
el garito de Campuzano, tomando ginebra con tónica, indiferente a las miradas
de las chicas rubias de piel suave, un engreído que reía, hablaba alto y tenía
el corazón roto. Una historia triste, para mí, aquel fue un duro invierno.
sábado, 29 de octubre de 2016
No me lo tengan en cuenta.
…Estos
próximos días escribiré sobre quién tantea el mármol, aquel que tiene el
violonchelo y el tambor, el sello de admitido en
rojo que se vea, que se lea, que usted, yo, aquel de gafas, pertenecemos al
clan, a pesar de que callemos, seamos buenos, levantemos los brazos o los
bajemos, incluso que recemos en una esquina de una ermita oscura.
No
me lo tengan en cuenta.
viernes, 28 de octubre de 2016
Así mismo.
Apenas terminaba octubre y ya un amago de lluvia había puesto el cielo del revés, el frío nos mordía las orejas sin ninguna consideración, los problemas indelebles estaban en fila como botellas de leche en su caja de cartón, uno, dos, tres, este era el arduo oficio de la vida y además no tenía espada, ni coraza mientras G. me hablaba de hormonas, de su falta, de su falta de deseo, se refería la sexual, yo le hablaba de las mías, mis hormonas, de su exceso, de mi insaciable deseo, me refería también al sexual, claro, tomamos un vino y aquí paz y después Gloria, entonces llegó T y mandó a parar, como el comandante, como los que mandan, que cuando llegó en autobús fui a esperarla con una orquídea y me la hizo comer, allí, delante de todos, sin sal, sin tenedor, a pelo, como el día de las velas, que preparé la mesa con los platos de mi abuela, los buenos, los que me tocaron en el pito, pito, gorgorito de la primera herencia, me pasé toda la tarde cocinando, qué quieres, coloco un candelabro romántico, enciendo dos velas rojas y va y llega y dice que es vegetariana que ella ha venido a follar y que menos pamemas, al lío, una romántica, como C. que en las reuniones de facultativos que presidía debía generar temas, dar la voz y la palabra (¿es lo mismo?), hasta que A. levantaba la mano y pedía turno para su vagina, que quería hablar, expresar su opinión, qué menos, las vaginas hablan poco y así nos va, como a S (en realidad no sé cómo se llama) que fue miss Santander y ahora está con la cabeza perdida buscándola por los pasillos de un residencia siniestra, con su marido ex boxeador que ha perdido el juego de piernas, incluso las mismas piernas, ocultas bajo una manta compasiva, oculta su pena, disimulándola con apariencia de normalidad, un decorado, cómo diantres vamos a estar normales si apenas termina octubre y no para de llover, el frío, los problemas y estas poco disimuladas ganas de sexo, como en diciembre, como en junio. Ya te digo.
jueves, 27 de octubre de 2016
De muertes simbólicas.
Ilustración:Joseph Lorusso
Morí
con ella, ahora lo sé, sé que la cólera, un anillo, el mármol, la osadía de
gritar su nombre en mis balcones apenas me trajo consuelo y vuelo de abejas. Me
quedé en el puerto con marineros con cabeza de toro y mujeres que amamantaban a
sus hijos en las escaleras que llevaban al mar. Las guitarras y la arcilla,
beber oporto, ver mi sangre corriendo sobre el cuero fue un pretexto para que
los bueyes y los guardianes, las hijas que no tuvimos, balbucear un lenguaje y
estos escritos absurdos, me desanimaran.
Buscarme
atado, atosigado, agónico, con veneno en las rodillas, con un retrato ovalado
sobre la cabecera de mi cama, un hongo azul bajo la lengua, el cordel que
aprieta la cintura y una chaqueta amarilla, la cabeza en vaivén, dibujo el
litoral y, perdonarme si en estos meses finales del año busco el síndrome de
Stendhal (sin conseguirlo, claro). Otro día, mañana, más.
miércoles, 26 de octubre de 2016
Al menos así lo recuerdo.
Ilustración:Joseph Lorusso
Nos
recorrimos, eso fue, nos vimos de norte a sur, el paisaje éramos nosotros,
entre el perejil y los presagios, con latidos y peces boquiabiertos, pinturas
hipnóticas, agua con sabor a calabaza, teléfonos sonando en la noche y el invierno
entrando por las rendijas de los días impares, los miércoles.
Un
día, entre mayo y septiembre, lo recuerdo, miraba con desgana a septentrión y ella, con frialdad, me cortó el cuello de la esperanza de un solo tajo, limpio, con
los labios fruncidos, como cuando me amaba, cuando cabalgábamos el caballo
negro de querernos en silencio, abrigados, vestidos de aroma de magnolias, con
la herradura de la desgracia clavada en la puerta cerrada.
Así
fue, al menos así lo recuerdo.
martes, 25 de octubre de 2016
De nacimientos.
Ilustración:Joseph Lorusso
Nací con ella, ahora lo sé. Sin viajar, visité París de su mano, noches imaginarias abrazados en angostos catres de trenes rápidos, paseos por las salas del Museo d´Orsay, peregrinaje frente al número 5 de la calle de Lille, búsqueda con Lacán de lo simbólico, lo imaginario y lo real. Nos encontramos y nos perdimos, ay madre.
No
fue imaginario el amor, no, me corté el corazón con los dedos, se lo entregué
en una bandeja flotando en ternura, un ángel ballestero me acertó con puntería,
recuerdo mis recuerdos, mi dignidad picoteada por los estorninos cazadores, las
cenizas de lo que ya no era en una urna gris sobre el altar.
Desperté
y salí a buscar el tiempo perdido, recorrí el mundo, descubrí que tejer y
deshacer lo tejido formaba parte del intento, que pasar puentes con bocas habituadas
a la crecida del río (de la vida) era apenas un juego, que al son de vihuelas
la cuestión era ser el río y fluir (el mar nunca está lejos). Nací con ella,
ahora lo sé.
(Siempre he sido un exagerado)
(Siempre he sido un exagerado)
lunes, 24 de octubre de 2016
Y las ruinas romanas que se extienden hasta sumergirse en el mar
“…los árabes en cuclillas haciendo el té en fogatas de
estiércol de oveja sobre el suelo de mármol, el templo de Hera, y los lirios
que brotaron de su leche, y las ruinas romanas que se extienden hasta
sumergirse en el mar.” (Gaddis, William)
Richard Alan Schmid - Azaleas and Orange
Lo de que
No era de “mi tipo”.
No era de “mi tipo”.
Siempre he pensado que tenía un tipo de mujer que me gustaba.
Ella era justamente lo contrario.
Era muy inteligente, eso sí, excepto por una cosa, se ilusionó conmigo.
Me dejé querer, halagado, soy así de estúpido, de engreído.
Hasta que en la intimidad me enseñó una cicatriz en el muslo derecho. Me contó que él, su último amante, le había hecho una herida con un bisturí como prueba de amor. Eso abrió una puerta.
Otros días me contó su experiencia amorosa. Acostarse con un hindú desconocido en Londres. Someterse al tributo de
Etcétera.
O.
O.
Sentarse y esperar que Otros (estás bueno si esperas que otros) o remangarse y. Si nos ponemos a enumerar los hechos el primero es el encuentro en la plaza porticada, un café en el Schilling y mi mala memoria omite las cartas de Guatemala, la espuma en su nariz y un pijama de rayas verdes.
Quiero contar esta historia antes de lo
fatídico, del desfile de los inválidos, del contraste entre himnos y banderas,
de Moisés con aquello del mar que se abría y me estoy dejando todo lo que tengo
apuntado en estos papelillos encima de mi mesa.
Un
momento, ¿tú crees que esto le importará a alguien?
Define alguien.
No te
pongas borde, te lo pregunto en serio.
Define serio.
Ser de la tribu o enroscarse, inhibirse, alejarse de los Otros,
ensimismarse, sacar con anzuelos lo que nos muerde en un rincón de los
pulmones, encerrarse, encontrarse con uno mismo (hola soy yo/hola, encantado)
decir, sí, decir con piedras en la boca, a pelo, sin más ambición que la
propia, centrarse en el siete de marzo y a mí que me cuentas si no les importa.
A ella sí.
Define Ella.
Vete a la mierda.
domingo, 23 de octubre de 2016
William Gaddis como excusa
Cuando terminas un libro de más
de mil páginas y no sabes bien lo que has leído es imprescindible mirarse/te en
un espejo y ver los posibles cambios producidos en los músculos faciales, en el
paladar y en las ingles. Quizás ya no recuerdes como eras antes, no te
preocupes, pregúntate si has disfrutado, si has aprendido algo, si en tu
corazón, en tu cerebro, en tu próstata hay alteraciones. Esto último es difícil
de medir, hay personas que sí y personas que no. Si eres de las que sí,
enhorabuena, si eres de las que no, enhorabuena. De las publicaciones Fher a
Gaddis no hay tanta distancia, de ser a no ser, sí. Lo primero es un hábito lo
segundo es un hálito, tranquilidad, tiene cura, hay que ponerse a ello con
dedicación, rendirse y al lío, duele un poco al principio pero enseguida te acostumbras,
es la literatura, amigo mío, o su ausencia. Oye y si no, pues no, leer y sobre
todo escribir está sobrevalorado, son ejercicios en tránsito hacia la
desaparición, una actividad de gentes ociosas, un querer y no poder, qué se
habrán creído. Ánimo, ya queda menos para el Juicio Final. (Continuará)
William Gaddis
William Thomas Gaddis Jr. (29 de
diciembre de 1922 - 16 de diciembre de 1998) fue un escritor estadounidense,
considerado uno de los grandes novelistas norteamericanos del siglo XX.
Escribió cinco novelas, de las cuales dos ganaron el Premio Nacional del Libro.
Biografía
Gaddis nació en la ciudad de
Nueva York, aunque creció en Massapequa. En la Universidad de Harvard se
licenció en Literatura inglesa, y allí escribió sus primeras historias, poemas,
ensayos y entrevistas para el Harvard Lampoon. Una vez finalizada su educación,
comenzó a trabajar en Nueva York para el periódico The New Yorker; en esta
época, Gaddis pasaba su tiempo libre en compañía de algunos escritores de la
Generación beat, tales como Allen Ginsberg o Jack Kerouac, habitués del barrio
bohemio Greenwich Village. Gaddis realizó muchos viajes, abandonó Nueva York y
viajó extensamente por México y América Central, donde se unió a los rebeldes
de Costa Rica durante una breve guerra civil. Más tarde, pasó alguna temporada
en España y, desde aquí, llegó hasta África. Gaddis aprovechó todos sus viajes
para ir recogiendo experiencias y distintos materiales para incluirlos en la
novela en la que, por aquel entonces, estaba trabajando, Los reconocimientos.
Continuó trabajando en esta novela en los primeros años de la década de los
cincuenta, hasta que fue publicada en 1955. Esta obra es una vasta novela
experimental de complicada elaboración y cerca de mil páginas, en la que
convergen intenciones grotescas, falsedades, plagios, y otros artificios
literarios al estilo de Tristram Shandy. La novela está basada en el palíndromo
"trade ye no mere moneyed art" y es concebida como una provocadora
denuncia de las actuales manipulaciones de la realidad. La novela de Gaddis
recibió malas críticas y su autor fue comparado con James Joyce.
Los reconocimientos fue
reimpresa en una edición rústica y publicada en el extranjero, lo que supuso
para Gaddis el comienzo de su reputación como escritor clandestino. En 1974,
Los reconocimientos se volvió a editar masivamente en una edición rústica, pero
en esta ocasión la crítica elogió a Gaddis, que fue calificado de
"escritor experimental" y su trabajo identificado con el de Thomas
Pynchon. Con el paso del tiempo la novela ha adquirido un status de clásico
esencial, llegando a ser definida por el célebre crítico Harold Bloom como
"La Ulises americana". Con su siguiente trabajo, la obra titulada
Jota erre (1976), alcanzó el reconocimiento que se le había negado con la
publicación de su anterior novela, consiguiendo el Premio Nacional del Libro.
La novela es de una complejidad similar a la de su primera obra; en ella, el
autor presenta mediante una narración polifónica la condición de decadencia a
la que ha llegado el sistema económico actual, en el que cualquier cosa es
posible. De esta manera, el protagonista de la novela, un niño de once años
llamado Junior, se convierte en el mago de las finanzas en Wall Street al
construirse un imperio financiero de millones usando simplemente el correo y el
teléfono. Gaddis pretendía crear un paralelismo que reflejase la pérdida de
sentido del lenguaje, empobrecido por el propio uso. En 1985 apareció una nueva
novela, Gótico carpintero, considerada como una de las novelas más importantes
de las últimas generaciones literarias. Presentaba un tema paralelo al expuesto
en Los reconocimientos, puesto que la novela intenta retratar las mil caras de
la falsificación, específicamente en lo relacionado con la religión y el arte.
Gótico carpintero marcó un punto de inflexión en la carrera literaria de
Gaddis, y sus admiradores creyeron por un momento que con esta novela el autor
conseguiría una mayor popularidad y aumentar el número de sus lectores.
En 1994 se publicó su siguiente
trabajo, Su pasatiempo favorito, donde Gaddis reflexionaba sobre la propiedad
intelectual y el plagio. Esta obra le supuso ganar su segundo Premio Nacional
del Libro. En la novela Jota erre, un escritor, Jack Gibbs, estaba tratando de
terminar un libro que titularía Agapē Agape; esta situación ficticia le hizo a
Gaddis concebir la idea generadora de su quinta novela, que acabó poco antes de
su muerte y que tituló asimismo Ágape se paga. Si bien Gaddis estaba
generalmente considerado como uno de los más importantes y geniales escritores
americanos, y con un número de lectores muy reducido, sus libros se han
convertido en clásicos contemporáneos. En sus novelas, Gaddis renovó el
experimentalismo de Faulkner, Joyce y Sterne, anticipando con su narrativa a
los postmodernos; la crítica también lo ha comparado con Malcolm Lowry y Herman
Melville.
Gaddis falleció a los 75 años,
el 16 de diciembre de 1998 en East Hampton, víctima de un cáncer de próstata.
sábado, 22 de octubre de 2016
Desagravio a una lectora japonesa
En aquella lejana época de navegante solitario recalé en una isla al norte del Japón, con playas milagrosas bañadas por un océano donde flotaban mis pecados y los blancos salvavidas de un barco embarrancado.
Viví un
tiempo allá, tierra adentro. Aprendí algo de japonés, la técnica esencial del
harakiri y como desabrochar los botones de un kimono sobre un maniquí.
Aquella
estancia –y una geisha luminosa- me inspiraron un largo relato que titulé
“Último naufragio”, que no recuerdo si terminé de escribir o si sigue,
inconclusa, rebelde, en algún cajón. Tampoco recuerdo si fui expulsado por
belicosos samuráis o si en la estación de los monzones me fui nadando entre las
olas del alba. Cierto es que no fue una salida honrosa, resulta duro para mi
orgullo de gallo y se borran los recuerdos entre bailes de mariposas amarillas.
A veces
hablo de esa isla, con exquisito cuidado, con otros nombres que invento. Su
configuración geográfica es propensa a los terremotos, sus ríos y montañas
tiemblan al paso de los monstruos Godzilla, su clima se altera con los suspiros
del sol naciente y torna en lluvias torrenciales. Cosas de las islas sensibles.
Cuento
esto ahora que a una lectora –casualidad- japonesa, con el mismo nombre que esa
isla, no deja aquí sus comentarios pero sí su disgusto. No tengo pruebas, pero
estoy seguro que ella está aún allí, en el lejano Japón, que me conoció en
aquel viaje, que quizás la ha enviado la Yakuza (やくざ) para cobrar tantas facturas que dejé impagadas en los mostradores, que guarda una daga
entre sus ropas negras, que debo estar atento en las esquinas. Ay.
Es difícil mantener un blog a gusto de todos.
Esto intenta ser un desagravio.
Algunas lectoras japonesas son rencorosas.
Esta es bella.
viernes, 21 de octubre de 2016
Del Pagasarri al Everest.
La montaña siempre ha sido mi pasión.
Salimos
de madrugada para intentar alcanzar el campamento dos antes del anochecer. Al
principio la ascensión era prolongada pero no demasiado dura. Aún había
árboles, vegetación, huellas de pequeños animales.
Éramos
siete integrantes, tuve una inmensa suerte que al final me admitieran en la
expedición. Al ser el novato debía ir el primero, marcando el ritmo. Al
mediodía paramos para reponer fuerzas, comer, beber agua, apenas hablábamos.
Reanudamos
la marcha, el paisaje había cambiado, alrededor solo nieve y roca, un camino
duro por hacer, la cumbre estaba lejos.
Lo
había leído en algún libro pero nunca me lo acabé de creer. Un hombre de las
nieves. Era imposible que en este lugar tan inhóspito pudiera vivir alguien.
Paso
a paso, ensimismado, subía fijando con fuerza los grampones, tanteando con el
bastón por si hubiera algún agujero oculto. De vez en cuando miraba hacia
atrás, a mis compañeros.
Entonces
lo vi, un ojo, grande, con marcadas venas, su cuerpo cubierto de largos y
gruesos pelos blancos le mimetizaba con la nieve. Escuché el silbido del
viento, giré la cabeza y ya no le vi. Seguí caminando, asustado, era cierto
existía.
Comenzaba
a anochecer y llegamos al campamento dos. John Larrínaga no llegó. Ninguno de
nosotros supo que le había pasado, era el que cerraba la marcha. Consternados
supusimos que había caído por una sima. No dije nada del ojo que había visto,
de aquel ser increíble.
Acurrucado
en mi saco apenas pude dormir, la siguiente madrugada partimos hacia el
campamento tres. Ya no podía volverme atrás pero, de golpe, había dejado de
gustarme la montaña.
jueves, 20 de octubre de 2016
Mount Kathadin
Debido a las malas condiciones
climatológicas en Mount Kathadin y en todo el estado de Maine nos vemos
obligados a posponer el comienzo del Sendero de los Apalaches.
La previsión para las próximas fechas anuncia nieve y fuerte bajada de las temperaturas.
Quizás la próxima primavera sea
una mejor opción.
Muchas gracias por su interés.
(Al menos según el pronóstico de aquí)
miércoles, 19 de octubre de 2016
New York.
Lo que antes fue para mí un destino ahora es apenas un punto de tránsito.
Sigue la fuga silenciosa.
Sigue la fuga silenciosa.
martes, 18 de octubre de 2016
Sendero de los Apalaches.
Mi familia me dice que no, pero sí, me voy.
El Camino de Santiago se me queda corto.
Me voy al sendero de los Apalaches.
3.500 kilómetros pasando por catorce estados.
Quiero ser un thru-hikers.
Quiero ser más cosas, pero después, cuando vuelva.
Ha sido un placer estar aquí.
Hasta pronto.
lunes, 17 de octubre de 2016
Filosofía de la vida después de la muerte.
No
somos nada. Siempre se van los mejores. Era una bellísima persona. Hoy por ti
mañana por mí. Aquí no se queda nadie. Le vi la semana pasada y estaba bien. A
todos nos tocará tarde o temprano. Una mujer muy entregada, siempre viviendo
por los demás. Que nos espere mucho tiempo. Ese seguro que busca otra en dos
días, menuda pieza ha sido siempre. No caigo, si es del barrio seguro que le
conozco. Los hijos están destrozados, se lo esperaban pero una cosa así siempre
te pilla de sorpresa. Era muy simpático, me saludaba todas las mañanas. No se
hablaba con los vecinos. Ella lo está llevando con mucha entereza, cuando pasen
estos primeros días seguro que se derrumba. Siempre se van los mejores. Un
hombre de mucho carácter, un caballero. Tanto ahuchar, tanto ahuchar, para
dejar todo aquí. Llevaba un tiempo que había adelgazado bastante, me lo tropecé
en la Gran Vía y casi no le reconozco, porque me saludó él que si no. No somos
nada. No ha venido nadie de Madrid, creo que se llevaban mal. Qué horror, ha
sido visto y no visto. Una desgracia, quién lo iba a esperar, acabar así. Ha
dejado todo bien hecho. Pues ya verás ahora para repartir, con lo que es la
cuñada. No, Tere, es que ella es la segunda mujer, el alto es hijo de la
primera. Pues el testamento puede dar sorpresas. Ay, no he querido verle,
prefiero recordarle como era, siempre alegre. No somos nada. Demasiado fuerte
le veo, pobre, lo malo viene después. Deja dos hijos
pequeños, no sé cómo se va a arreglar él solo. No somos nada. Una santa, lo que
se dice una santa, se ha ido sin decir ni mú. Siempre se van los mejores. Ya
sabes cómo era él. Yo le veía mala pinta, mal color, mira, se lo dije a Conchi,
le dije, esta no llega a Navidad ¿ves? No me digas, el mayor no ha venido al
funeral. No, no le conocía, alguna vez hemos coincidido en el ascensor pero ya
sabes, buenos días, buenos días. Pues creo que ha dejado muchísimo dinero, se
lo llevarán los sobrinos. Sí, mujer, uno alto, bien plantado, uno que salió con
Carmen una temporada, le tienes que conocer. No somos nada. Así es la vida, sí
son cuatro días. No, si es lo que yo digo siempre, hay que aprovechar mientras
se está bien, hay que disfrutar. Ha sido visto y no visto, se ha ido en una
semana, mira, mejor, así no ha sufrido. Es que si es de un accidente parece, no
sé, como que lo aceptas mejor pero, chico, así. No somos nada. Siempre se van
los mejores. No me lo podía creer, estuvo Marian, en la parte de atrás de la
iglesia, llorando, qué zorra, se marchó antes de terminar la misa, qué descaro.
Ni un duro, no ha dejado ni un duro. Como un perro, nos ha dejado como un
perro, las enfermeras no podían con él. No se hablaba con los hermanos. Aquí lo
dejamos todo. Pues me debía más de cinco mil euros, qué cabrón. No me alegro,
nunca te puedes alegrar del mal ajeno, pero no se ha perdido nada. Un ejemplo,
una vida ejemplar. ¿Qué me dices?, no te puedo creer. Llevaba años sin verle,
pobre mujer. No somos nada. Etcétera, etcétera, etcétera.
domingo, 16 de octubre de 2016
Cantamañanas.
Créanme es fea, pero solo si la
miras desde un balcón. Para un cantamañanas como yo no fue difícil verla aunque
para ello tuve que sacar medio cuerpo fuera a riesgo de romperme la crisma. En aquel
momento no medí por qué me arriesgaba tanto, soy desmedido.
Es fea, decía, pero solo si no
metes la cabeza en su pecho y ojeas por dentro, entonces, ay entonces. Lo hice,
me curé, dejé de ser un cantamañanas, entré en un estado de absoluta rendición,
un bendito. De ahí pase a quitarme el velo y deslumbrarme con su belleza. Vendo
cupones por las esquinas, compro postales de su ciudad para no olvidarla, me
pongo la chaqueta del revés y a punto he estado de ser arrestado por desacato a
las normas.
Créanme ella es bella y canto
sus canciones en varios idiomas, pinto su nombre por las paredes, le envío
mensajes con golondrinas revolucionarias. El problema es que ahora ella se ha
vuelto una cantamañanas y yo sigo feo. Ay.
sábado, 15 de octubre de 2016
Verba volant, scripta manent.
Desaparecen las palabras y permanecen los escritos.
Joel Meyerowitz :: Central Park, 1965
Este
camino está plagado de huellas – el buey siempre pisa en la huella del buey- ,
pero sé muy bien que dos minutos después del último texto, cuando aún está
caliente, nadie recuerda lo leído ni a quién escribe. Hablo en primera persona
pero es extensible a todos los escritores y lectores de blogs que son y los que
en el mundo han sido.
Es
lógico, estamos cambiando a una velocidad tan vertiginosa que lo que el martes
podía ser nuevo, moderno, rompedor, diferente, original, (en general), el
jueves ya ha caducado, no existe, está superado. Me leo en textos antiguos.
¿Quién era el que escribió aquello?, ni siquiera me reconozco, no sé de qué
hablo, qué experiencias motivaron aquellas líneas, que exaltación o rutina
guiaron mi mano. ¿Quién es el que escribe ahora?
A la
rueda, rueda, el que no quiera leer que no lea. Libertad absoluta. Si estás
aquí no puedes estar ahí. Por eso valoro tanto a los que (me) leen, a los que
se toman el trabajo de comentar. Por eso estoy cautivo de quiénes me abren su
corazón y conquistan el mío.
En uno
de estos días de sensibilidad en el tejado me abrazo (uno a uno, sin
aglomeraciones) a todos los que entran a esta página. Os deseo lo mejor ( a
saber qué es lo mejor para vosotros, escogerlo, total es gratis, aquí todo es gratis)
viernes, 14 de octubre de 2016
Dos más uno.
La
vida es aburrida sin secretos.
Todos
tenemos secretos.
Hay
un tipo de secretos que no importan a nadie.
Los
importantes, los verdaderamente importantes son los que se refieren a la
fórmula dos más uno.
Lo
peor de ellos es no poder contarlos.
Cuando
se cuentan, cuando se saben, pierden ese carácter que nos interesa, especial,
mágico, misterioso, inquietante.
Hay
que matizar que en ese dos más uno debe haber cama, si no la
hay es un secreto light, una minucia, bah, un secreto menor.
No
es tarea fácil, se debe tener una habilidad especial para poder escribir sobre
este tema diciendo sin decir, pasando por él de puntillas, sugiriendo,
descorriendo un velo que enseñe lo accesorio pero que tape lo fundamental, como
en las películas antiguas.
Por
ejemplo, hay quién está enamorado de su esposa. La quiere tanto que le gustaría
que fuese la mujer de alguno de sus amigos para conquistarla en las tediosas
cenas de los viernes. Su psiquiatra le dice que deben ampliar el número mensual
de sesiones. Él está de acuerdo.
Hay
tíos raros, especiales, que siempre quieren lo que no tienen, incluso cuando lo
tienen. No saben nada de matemáticas, solo saben contar hasta diez, lo que
tampoco saben es si la suma la hace él o ella. Mejor no contarles nada, suelen
ser de lengua larga y terminan disculpándose, ellos no entienden de sumas
complejas, ellos son de los de al pan, pan y al vino, vino.
Hay
personas que no quieren un amante. Quieren alguien que sea su padre, su madre,
su hijo, su hija, incluso su abuelo, pero después de hacer el amor. Es decir,
durante son amantes, antes y después su figura es otra, mejor dicho la del
otro/a. Y, claro, estas historias es mejor llevarlas en secreto. Es más, alguna
que he contado aquí no se la ha creído nadie.
Que
también, contar aquí lo que no pasa como si pasase comporta un esfuerzo de
imaginación importante. Y tengo un problema, se me está quedando pequeña la
cabeza (por dentro). Noto una preocupante reducción de mi masa cerebral, de mi
imaginación, de los secretos que dejan de serlo (porque me entero de ellos),
incluso de las ganas de contarlos.
Aviso:
desde hoy solo escribiré cuentos de hadas, pero si algunos de mis amables
lectores/as quiere contarme un secreto puede hacerlo con la seguridad que lo
escribiré para publicarlo aquí. (Tu no, Puri, que el otro día mi santa se
mosqueó cuando llamaste a las tres de la madrugada. No se creyó lo del cliente
que quería cambiar de programa de contabilidad)
jueves, 13 de octubre de 2016
Clínica o algo así.
Una triste voz me seduce desde el comienzo
del día.
El
triunfo está en mi mirada de seda cuando la escucho.
Sigo
siendo un estúpido que se estremece.
Anoto
la matrícula de los coches que aparcan bajo mi ventana.
El
miedo es un cuervo de alas desordenadas.
El
poeta con una grieta en el alma acaricia a los perros negros.
Las
palomas deliran y chocan contra el cristal.
El
vigilante las recoge y protege de los cazadores.
En
esta clínica a las siete de la mañana es casi media tarde.
Una
anciana triste se ha descontrolado y llora.
Una
escalera.
Una
caída.
La
oscuridad.
Un
grito.
La
anciana recuerda un pasado que se junta con el mañana.
No
puede caminar.
Apenas
puede pensar.
No
sabe qué hace en este lugar sin risas.
Sabe
que su corazón funciona.
Quizás
estar viva sea solo eso.
El
poeta tiene un extraño nombre, impropio, absurdo.
Lleva
el fracaso en su mirada, no brillan sus párpados, ya no.
Los
mansos enfermeros se obstinan detrás de la valla del parque.
Un
carpintero atento baila en cruz entre liebres cantarinas.
Estorninos
delirantes suben y bajan, cambian la dirección del vuelo.
Mensajeros
de la Estigia se plantan frente a la puerta.
Educados,
con fingida ternura se cuentan los dedos, esperan.
Estoy
en el cañaveral, asustado, escuchando los aullidos.
Ojalá
que amanezca pronto.
Así
es como es.