viernes, 10 de enero de 2014

Vaguedades.




Un poema tiene sus reglas: hacer sentir –dolor, calor, frío, gozo, pena, alborozo, piedad, sí, no - al que lo lee.

Un cuento tiene que atrapar al lector de las tripas, envolvérselas por el cuello y ahogarle hasta la última línea.

Una página aquí colgada no es una herramienta engañosa, no es un juego, no es un artilugio de triturar minutos, no es una ventana a un solar baldío, no es un escenario para el aplauso.

¿Qué es? ¿Sabes cómo definirlo?. 

No, no me atrevo. Tal vez sea una forma de resistencia, la rebeldía ante la sombra de la puta dama enlutada, una búsqueda en las huellas, un atisbo de mañana, un inocente, baldío y esforzado ejercicio artístico. Absurda fe en lo que uno hace.

Quizás en este limitado espacio de tiempo –ahora-, adornado con el color de nuestros días, esta invitación a mirar a los otros, espejo, New York, selva, mentira, lo cierto, sea una sutil manera de ver la desnuda necesidad de ecos, ojos, orejas, de sentirnos queridos y querer, de comprobar, en fin, que estamos vivos.

Algo así.



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