jueves, 10 de octubre de 2013

Cartas nigerianas.


Es otoño, llueve, él esta agavillado en el fondo de una piscina vacía, entre las hojas secas, un agujero dentro de un agujero. Justo ayer lucía el sol, era algo así como el verano, recuerda su cuerpo moreno derramando el agua limpia sin siquiera levantar espuma. Ahora está hipnotizado por el sonido de un nombre que le pulsa clavijas de impaciencia. Se levanta y corre por el borde del mar, allí donde se cruzan el barrio pobre y el rico, la frontera no está vigilada. Los poetas no saben correr, tropiezan, se hieren las rodillas como niños sorprendidos. Los corredores son desenfadados y desafían el oleaje del asfalto. Ella es seria y bella, mira desde dentro y escucha. Él es un soñador y vive los días desde el otro lado de un tatuaje. Ellos dos no se ven, no se tocan, saben que todo está dicho y escrito, que no, pero siguen atados al cordel, en vigilia, dando tres pasos y retrocediendo cuatro. Al final llegarán al punto de partida, es decir cuando no se conocían, es decir cuando no amanecía, es decir cuando no eran felices.


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