martes, 18 de junio de 2013

Pájaros góticos en el embarcadero.



Quizás ha llovido en exceso durante mi ausencia, un beneficio sobre las piedras bruñidas por el sirimiri y el silencio de los estandartes empapados.

Debo decir que desde el adarve solo nos despidieron los pájaros de la madrugada, un francés airado quiso prohibirnos el ascenso y consiguió justo el efecto contrario.

Llovía y después nevó.

En el cambio del comercio del usurero al altar de señoras sin corona de espinas comenzó el estudio de la teogonía y los jazmines, caridad en el atrio y sacerdotes enredados con gruesas mujeres escondidas bajo las sotanas de diario.

En algún lugar entre un entonces de abstinencia y un ahora de vidrio y mentiras entrelazadas en la solemnidad del psicoanálisis se reclinó el afán y nada y una dama de ojos verdes da cuenta de la decrepitud de la virtud.

No hay nada que hacer.

La memoria troceada se deforma entre la belleza y lo irreal, alaba el suspiro de un cíclope dormido en su jerarquía, en la persistencia de la añoranza.

Está lo del barro pero no extenderé en ello.  



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