Se han abierto las puertas de mañana, el personal necesita un descanso, cambiar las paredes, los soliloquios en habitaciones circulares con imposibles papeles pintados, durmiendo con desconocidas que preguntan la hora y qué desayunaremos, presos de vivir, con un frasco medio lleno de pastillas de colores, con la memoria a continuación de la rutina, con suspiros como navajazos y el guiño de un felino, amándonos con desgana, sin aire, justificando este tiempo, este momento, el ahora de aire viciado envuelto en sábanas negras, una semana de compañía y niños que lloran de madrugada en el cuarto de al lado, abrazados quizás por el miedo al regreso, la vida detrás de la ventana que da al mar, llegar después de los más rápidos, de esos, esparciendo sal debajo de las camas, en las esquinas, detrás del cuadro en la repisa, ella mirándome desde una fotografía en blanco y negro, todo lo que recuerdo está en blanco y negro, soy un gladiador herido que espera un gesto de gracia del emperador, extasiado en una poesía que no existe más que en mi cabeza, atado a un martes que no es, pintando firmamentos por encargo, purificando mis llagas, la lucha, violando las promesas, manifestando que no, soportando la crueldad del espejo del cuarto de baño, buscando musas por bosques arrodillados junto a un mar que se enrabieta, la mano en el corazón, la dulzura desparramada por una autopista sin radares ni unicornios, sin armonía, de un solo sentido, mi cuerpo al lado de una ella sin rostro, amándola con movimientos claudicados, inventando el placer del instante, el éxtasis, una botella de orujo en la mesilla, bebiendo un libro de poemas de Alba Cid.
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