Esta fotografía es de mi hija Andrea. La tomó cuando vivía en Lisboa (las
artistas viven donde quieren), en una visita del Papa (no recuerdo qué
Papa, ha habido tantos) después que abandonase el estrado donde, delante,
alrededor, detrás, miles de fieles enfervorizados rezaban, clamaban
su nombre, pedían milagros. No los hubo y por eso esa señora vagaba entre las
sillas plegadas que sostuvieron los culos de fervientes creyentes, buscaba su
salvación.
En esa fotografía de Andrea, la señora camina con una bolsa en la que quizás lleve sus pecados. Tanto tiempo nos han atemorizado con los pecados, todo era pecado, de pensamiento, palabra y obra, por eso en mi vida he pecado tanto, no he parado de pecar, me gustan más los de obra, los que atentan contra el sexto mandamiento (no fornicarás, ya, como si fuera tan fácil), a veces contra el noveno (no desearás la mujer de tu prójimo; es curioso, como si las mujeres no deseasen a los hombres de las prójimas, como si fuera fácil), tampoco he desdeñado otros pecados (sin especificar, al menos ahora, no hablaré si no es en presencia de mi abogado).
Tres envido, esto de mis pecados es un farol, una salida de tono para simular que no soy un cuitado (que es lo que realmente soy), un hombre buscando en lo que escribo lo que no encuentro en lo que digo. Por eso sigo aquí, (casi) cada día, hablando a veces con piedras en la boca, frente al acantilado de los visitantes anónimos, abierto a mis propias contradicciones y errores, sin miedo, sin red, quizás un día me lance al vacío, con los brazos abiertos. Hoy tocaba esta fotografía, de Andrea, una artista que vivía en Lisboa. Muito obrigado.
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