miércoles, 27 de mayo de 2020

Creo que se llamaba Ana



Querida mía en la distancia y en la cercanía, uno nunca sabe, pero imagina, uno camina sin miedo pero con prevención razonable en las esquinas, mira a izquierda y derecha en los cruces no se lo vaya a llevar por delante un conductor levantisco, a veces levanta la cabeza y mira más allá de lo que ve, y ve, un día uno mira en esta esquina y te ve, una mezcla de retrato y radiografía, una pintura al oleo y un diario con páginas amarillas, doradas, con letras brillantes, una voz que se cuela por los laberintos de entender y sentir y dar vueltas por lo que siempre ha sido, por lo que es y de pronto se apaga el ruido y solo hay dos seres humanos, tú y yo en un universo brillante, azul, entre nubes, algo así como pintaban el paraíso, un cielo de almas puras, yo no lo soy pero sí me rindo y te abrazo y me alegro infinito y te toco para saber que eres real y te acaricio asustado, aliviado y como esto es un tema de almas es complicado besarte sin que se alteren tus cicatrices, se salten los puntos o cualquier complicación ahora que sabes que estás bien y, escucha, aplauden, tantos, aplaudimos sinceramente alegres, partícipes, a tu lado, ocupando tu cama y el razonable espacio que nos dejes mientras te recuperas de los tajos , pones flores en cada uno de los catorce puntos, recompones el espejo y te peinas para seguir con tu prosa poética y tu energía, bella, lejos pero cerca, no solo te abrazo, soy tú y me alegro tanto, tanto, que vas a tener que consolarme porque me emociono y me quedo ahí, a tu lado, a los pies de la cama, pendiente de llevarte un vaso de agua, una rosa, o contarte, o cantarte bajito Alfonsina y el mar o bajar rápido a comprar los diarios, caramelos, aquello que te apetezca mientras seco tu frente y me pierdo en tu mirada y te regalo mi ombligo, tuyo es y mío no, lo compartimos y como un eco solo puedo añadir, te añoro.
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