martes, 7 de enero de 2020

Ahora, soy.


No puedo decir que los días se me hicieran largos, pasaban como trasatlánticos sobre las horas sin dejar espuma, sin atracar en ningún puerto, sin hacer caso a las señales de los náufragos del aburrimiento bajo la palmera de su isla mínima.

Todo, vida, gozo, dolor, las muertes, sucedían por un fatalismo coherente, era lo que debía ser, solo quedaba esperar los viernes y no olvidar en el cajón el diazepán (o el orfidal).

Allí solo quedaban harapos de una nostalgia que brillaba en una retórica barroca, antigua pero fecunda, con imágenes de animales en celo, gigantes dormidos y flores de invernadero, monjes ebrios de oración y la incandescente realidad de haber sido.

Recuerdo bien cuando olvidé todo eso y la bruma de los miércoles.

Aquel era otro.

Ahora, soy.

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