domingo, 29 de septiembre de 2019

Sagacidad.



Que paren las máquinas.
Vuelvo a casa después de un día largo, lleno de obligaciones, alguna distracción y que ha perdido mi Athletic.
Son casi las once.
Tenía preparada una historia para compartirla mañana.
Pero he recibido un correo.
En él se identifica a la persona de quién hablaba en el texto que subí ayer.
Increíble.
Sobre todo porque lo modifiqué a última hora para evitar precisamente eso que ha ocurrido.
De hecho es lo hago habitualmente ya que ante mi falta de imaginación me limito a disfrazar la realidad.
La realidad, ¿habrá una sola realidad?
Soy muy escrupuloso con mi intimidad, cuento lo que cuento de manera que parezca que sí, que no, que quizás, es igual, ya veo, se nota.
Debe ser que ya solo me leen aquellos que me conocen.
Ay, aquellos tiempos del incógnito (bueno, tampoco me leía nadie).
El caso es que una persona ha adivinado de quién hablaba (con todo lo que eso conlleva de heridas abiertas, de culpabilidad, de personas que no se pueden olvidar, de mi propia postura ante lo que escribo, cómo lo escribo, de mi derecho a escribir así, etc)
Son casi las doce.
Cambio lo de mañana.
Seguiré modificando este texto.  

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